Hace algunas semanas estuve viendo la escultura de Eduardo Barrón, Nerón y Seneca magníficamente expuesta en el Museo Provincial de Zamora. Aquel día yo estaba ajeno a que el 23 de noviembre próximo se cumple el centenario de la muerte del escultor nacido en Moraleja del Vino. Aunque conozco su biografía y parte de su obra, confieso que no he sido un estudioso del ilustre zamorano, y si nos situamos en los años cincuenta, los que nos iniciábamos en el arte en una escuela superior abundábamos en el criterio que la época artística de Barrón, al final del siglo XIX, era la decadencia, y como pasa siempre en la edad joven nuestra ilusión estaba por el descubrimiento de las vanguardias, de las que en aquella España nos llegaba escasa información. Naturalmente cuando pasaron aquellos efluvios y el tiempo fue poniendo las cosas en su sitio, algunas como esta se ven de manera diferente. Ya hace muchos años que tengo claro que Eduardo Barrón ha sido un escultor importante en su época y seguramente es el de más sólida formación académica de los artistas zamoranos del último siglo. Yo le tengo un profundo respeto.

Barrón compitió con los más grandes de los finales del siglo XIX, como Benlliure, Querol o Bay entre otros, consiguiendo premios por delante de ellos, con medallas en las Exposiciones Nacionales, máximo certamen de prestigio de entonces. Su prematura muerte a los 53 años, seguramente le privó de alcanzar mayores laureles y cotas de popularidad. Fue gran conocedor de la escultura clásica y en 1892 fue nombrado Conservador Restaurador del Museo del Prado. A él se debe la primera catalogación de escultura del mismo Museo.

Ciñéndonos a la provincia de Zamora, Eduardo Barrón fue discípulo de Ramón Álvarez, con quien trabajó cuando ya era un mocetón. Curiosamente se da la circunstancia de ser el único de sus discípulos destacados que no realizó un paso de Semana Santa. Otra curiosidad es que el otro figurón de la escultura que ha dado la provincia, Baltasar Lobo, nació en 1910, un año antes del fallecimiento de Eduardo Barrón, tomando éste la antorcha zamorana de la gran escultura a las más altas cotas del siglo XX.

Pero volviendo al principio, motivo esencial de este artículo, quiero resaltar mi encuentro afortunado con la obra de Eduardo Barrón, Nerón y Séneca, que fue premiada con la Medalla de Oro en la Exposición Nacional de 1904. Se trata de una escultura de tamaño natural, en yeso, que ha sido magistralmente restaurada. Está instalada en la sala central del Museo Provincial que tiene una envidiable luz cenital, que favorece notablemente la obra. Es una composición con los dos personajes históricos sentados en cómodas posturas de diálogo, con la consiguiente teatralidad historicista propia del arte del siglo XIX. En la parte posterior de Nerón preside una pequeña imagen de la obra Minerva, que aporta poco a la composición (yo lo juzgo innecesaria), pero tampoco resta importancia a los protagonistas. Técnicamente yo destacaría el estudio de ropajes romanos con una extremada calidad tanto de volumen como de ritmo. Quién le iba a decir a Barrón, incluso a nosotros jóvenes, sesenta años más tarde, que escultores actuales con la moda del hiperrealismo se harían famosos y ricos con algo que quiere ser parecido a la calidad que manejaban escultores como Barrón. Además la sala como fondo del Museo, en una de sus paredes expone un gran mosaico romano de Santa Cristina de la Polvorosa (Zamora), que curiosamente sirve de complemento escenográfico creando un ambiente favorable a la escultura.

Lástima que este acontecimiento artístico en Zamora, no haya tenido la publicidad que merece. Espero que con motivo del centenario, se airee la exposición y sean numerosos los zamoranos que la visiten. Se la recomiendo.

Alguna vez he pensado que debía escribir sobre Eduardo Barrón. El encuentro con esta exposición de Nerón y Séneca y la conmemoración del centenario de su muerte me ha movido a ello. Tenía mala conciencia de no haber sido justo con la memoria de este ilustre escultor zamorano, al que las instituciones de la provincia no le han dado el sitio que se merece.