Los aquelarres de las brujas zamoranas

Las conocidas como sanadoras compartían saber, iniciaban al sexo y se repartían el territorio de actuación en el valle Zarapayas, en La Raya

Ilustración del libro «Las brujas de Zarapayas» de Bea Lozano.  |  ALBA PRIETO

Ilustración del libro «Las brujas de Zarapayas» de Bea Lozano. | ALBA PRIETO / Susana Arizaga

"Sana, sanita, culín de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana". El tradicional dicho que padres y madres de Zamora recitan a sus hijos mientras tocan su "pupa" es, ni más ni menos, que "uno de los conjuros que usaban las brujas en Zamora" para sanar a sus convecinos. Aquellas mujeres, muchas de pueblos de Alcañices, de Tábara, de Sayago o de Sanabria, compartían conocimientos y técnicas en dos aquelarres al año, "asambleas reducidas a las brujas" que iniciaban a media noche en el valle salmantino de Zarapayas, de Villarino del Aire, para repartirse los territorios en los que practicar la sanación", explica el estudioso y apasionado de la etnografía Daniel Cruz Sagredo. En su libro "Las brujas de Zarapayas" espanta tópicos y difunde ese saber popular.

Las asambleas se cerraban con sexo sí o sí y, muchas veces, con una bacanal. "El sonido de la dulzaina y el tamboril" era la señal de que la reunión formal había terminado y los vecinos podían sumarse al aquelarre hasta el amanecer. "No eran celebraciones clandestinas", concreta Cruz Sagredo, "acudía todo el que quería".

Precisamente, el autor de esta singular obra asegura que esa era otra de las funciones de estas santeras populares, antes hechiceras, tan denostadas por la Iglesia Católica desde que se tiene constancia de su existencia en el siglo XII. Tres centurias después la Inquisión creó una leyenda negra para perseguirlas y quemarlas en la hoguera tras colgarles ese cartel de brujas en alusión a su supuesta maldad y su alianza con el diablo, explica el autor charro.

Daniel Cruz, con su libro. |

Daniel Cruz, con su libro. / Alba Prieto

Su historia novelada por Cruz Sagredo, en la que entran también las "rezadoras, que te curaban a través del rezo, como las brujas lo hacían con el salmo", se reconstruye a partir del relato de fuentes orales con las que convivió codo con codo durante su larga estancia y asentamiento por motivos de trabajo en el medio rural, en los Arribes del Duero, en esa línea que divide Zamora y Tras Os Montes, donde lo mágico permanece inalterable en la memoria y la práctica callada de la brujería, de aquellos rituales ancestrales de los que participaba todo el pueblo.

El pueblo tenía fe ciega en los milagrosos tratamientos de esas mujeres, "a cuyas casas se acudía discretamente o se llamaba a la de otro pueblo". También había invocaciones o rezos al diablo, "se cuenta que, alguna partera se llevaba al niño o la niña recién nacida a un apartado para ofrecérsela al diablo como iniciación a la brujería". Estas brujas heredaban la sabiduría de antepasadas o antepasados, era común que "en el lecho de muerte la sanadora o el sanador estaba acompañada por una hija o pariente y a la persona a la que agarraba la mano izquierda, le transfería los poderes. Los brujos también", explica el escritor.

Imagen de una hechicera reproducida por la ilustradora del libro.

Imagen de una hechicera reproducida por la ilustradora del libro. / Susana Arizaga

[object Object]

"Todavía hoy existen estas mujeres que tienen ese poder sanador, aunque es difícil llegar a ellas, y a ellos, que también había hombres, pero es muy difícil que te cuenten cómo se han mantenido y trasladado de generación en generación esas técnicas". Las socorridas curanderas, las brujas, tenían su especialidad: combatir el mal de ojo; dolores de huesos o músculos; los culebrones; los disloques o quitar verrugas; ayudar en los partos, unir parejas, las casamenteras, "eran mediadoras entre mujeres y hombres para urdir matrimonios en una época en la que las relaciones entre hombres y mujeres eran más complejas". Incluso, "la iniciación en el sexo de mozos y mozas" era labor suya cuando entraba ya la parte lúdica en juego al final del aquelarre, con el asado de cabra picante, el vino y la música en escena.

"En temas sexuales, que había poco conocimiento, estas mujeres orientaban, hay que tener en cuenta que entonces se creía que una mujer se podía quedar embarazada por el viento". Practicaban abortos cuando era necesario para la comunidad; "entendían y curaban infecciones o enfermedades de carácter sexual". A esas sanadoras acudían las mujeres los hombres. "Las brujas de Zarapayas" nace de la necesidad de su autor de profundizar en este acerbo cultural proscrito hasta hace muy poco.

El escritor decide indagar tras impregnarse de la cultura rural durante su trabajo como agente de desarrollo local en la frontera con Portugal y Aldeadávila, en plenos arribes del río Duero donde el contrabando de subsistencia marcó parte de la historia de sus gentes y de quienes huían a los márgenes del territorio para no terminar presos o muertos, Cruz Sagredo optó por el "formato de novela porque era la forma de llegar al gran público", continúa sumergido en divulgar esta obra, ilustrada con dibujos de Bea Lozano.

La curandera era un bien esencial para la comunidad; cada pueblo tenía la suya

Cada territorio tiene sus singularidades en lo que a brujería se refiere, indica el estudioso salmantino, "la de La Raya hispanolusa es diferente a la de montaña y a la de los montes profundos, a la conocida gracias al cine de Zugarramurdi".

La particularidad de la zamorana, la salmantina y la de Vilarinho Dos Galegos, Mogadouro o Miranda do Douro tiene que ver con "la frontera como punto de salvación de desheredados, de maquis, contrabandistas y de brujas, el lugar al que se llegan huyendo, por eso en zonas como Sayago, Aliste, Tábara o Sanabria se ha conservado bastante la brujería". En los rituales de curación "se usaban amuletos, más bien con carácter preventivo, por ejemplo, para deshacer un mal de ojo se utilizaba aceite, laurel y romero, plantas mágicas".

Ahí está la "higa", la mano de azabache negro cerrada y con el dedo pulgar colocado tras el índice y el anular, un amuleto para proteger del mal de ojo", que se colocaba a los recién nacidos, "una tradición del siglo XVI. En trajes tradicionales pueden verse y en Brasil existe como mecanismo de defensa popular" que aún hoy existe.

"El libro de "Las brujas de Zarapayas" rompe con la idea de la bruja mala, que los etnógrafos ortodoxos se empeñan en describir", apunta su autor. "Los paisanos del pueblo las relacionan con la sexualidad y la medicina tradicional. Cuando no había sexológo ni psicólogo, estaban ellas, por eso el cura las veía fatal, eran su competencia, pero en Zamora, en la raya, están perfectamente integradas y reconocidas como bien para la comunidad, esenciales, cada pueblo tenía la suya. Las parteras o las curanderas tienen un trato preferente".

Suscríbete para seguir leyendo