Entrevista | Domingo García Cañedo Director del Instituto Cervantes de París

“Nuestra labor se dirige a promover el patrimonio lingüístico y cultural”

“Con la pandemia hemos aprendido a movernos en el mundo digital, aunque lo que es preferible siempre es la presencialidad”

El zamorano revisa un libro en la biblioteca de la institución que dirige en París. |

El zamorano revisa un libro en la biblioteca de la institución que dirige en París. | / Cedida

Beatriz Blanco García

Beatriz Blanco García

El Instituto Cervantes de París es el último destino del zamorano Domingo García Cañedo, natural de Trabazos, que cuenta con una amplia experiencia como director de otros institutos Cervantes en Toulouse, Tetuán, Argel-Orán, Lyon y Túnez.

–En el cargo desde 2019, ¿cómo valora estos años al frente del Instituto Cervantes en París?

–Son algo más de tres años en París, tiempo suficiente como para hacer balance, aunque la mitad de este periodo ha estado perturbado por la pandemia, el confinamiento, los diferentes toques de queda y las restricciones. Ha sido un tiempo raro para todos que, afortunadamente, ha quedado atrás. Pero, en líneas generales, diría que estos tres años han sido muy fructíferos. Una de las cosas que me trajo a París, la reanudación de las obras de nuestra sede de l’Avenue Marceau, se ha completado de forma satisfactoria. Hemos conseguido realizar las obras de rehabilitación y de adaptación a la normativa de seguridad y accesibilidad en un edificio emblemático que, desde 1952, está ligado a la presencia del libro español en París, primero como Biblioteca Española y, desde 1992, como Biblioteca del Instituto Cervantes.

–¿Y en el día a día?

–Por lo que respecta a la actividad habitual del instituto, cursos, certificación lingüística, actividad cultural... no nos ha quedado más remedio que adaptarnos a las circunstancias en cada momento y a las indicaciones sanitarias. Han sido tiempos confusos y complicados, pero en ningún momento hemos parado nuestra actividad, aunque para una labor como la nuestra, la presencialidad es esencial.

–¿Qué retos se ha marcado bajo su dirección?

–Creo que la palabra reto suena demasiado solemne, yo diría que hay que tener las ideas claras sobre lo que queremos hacer, qué mensaje queremos enviar y cuáles son las prioridades. La misión del Instituto Cervantes y sus objetivos están claramente explicados en la ley fundacional: “promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del español y contribuir a la difusión de las culturas hispánicas en el exterior”. De ahí se deduce que nuestra actividad debe ir dirigida a promover el patrimonio lingüístico y cultural que es común a los países y a los pueblos de la comunidad hispanohablante, eso que Carlos Fuentes denominó, acertadamente y de forma simbólica, el territorio de la Mancha.

–¿Qué peso tiene el instituto en el mundo cultural parisino?

–En París existen aproximadamente unos 60 centros culturales de otros tantos países que tienen una misión similar a la nuestra. ¿Cuál es nuestro peso o nuestra relevancia en una ciudad con una oferta inabarcable? Yo creo que nuestra fuerza nos la da nuestra lengua, una lengua universal, una lengua de comunicación internacional, con unos 500 millones de hablantes en el mundo y que en Francia ocupa un lugar destacado en la enseñanza y en todos los niveles educativos. Como ejemplo, en la enseñanza secundaria hay algo más de tres millones de jóvenes que estudian español. Y, junto a la lengua, están todas las expresiones culturales y artísticas, una diversidad de la que pocas lenguas pueden presumir.

–¿Cómo se da a conocer la institución a los franceses?

–La labor de comunicación es algo muy difícil, especialmente en ciudades como París. En las otras ciudades francesas donde estamos implantados —Burdeos, Toulouse y Lyon— es mucho más fácil. Desde la creación del instituto, y a medida que se han ido abriendo los centros en Francia, hemos desarrollado una labor continuada de comunicación, no solo una comunicación de tipo publicitario, sino también a través de nuestros productos y ofertas culturales. El Instituto Cervantes está muy bien posicionado en la red por nuestra oferta de certificación lingüística, por nuestros cursos de español y de las demás lenguas cooficiales, por los certificados para acceder a la nacionalidad española, por nuestras actividades culturales en nuestros y también por la presencia en el tejido cultural del país y nuestras colaboraciones con instituciones francesas que nos solicitan como referente de la cultura en español. Esa es, en mi opinión, la mejor forma de llegar al público francés, independientemente de campañas de comunicación pura y dura, que también son necesarias.

Nuestra fuerza nos la da una lengua con la que se comunican 500 millones de personas

–¿Puede que el interés por el idioma español allí se deba a que se trata de un país limítrofe?

–Como he comentado anteriormente, hay una gran presencia del español en la enseñanza y con millones de jóvenes y menos jóvenes que estudian nuestro idioma en Francia. Pero no hemos hablado de las universidades francesas. En algo más de 60 hay departamento de estudios hispánicos, que ofrecen grados superiores de especialidad y másteres especializados. Por otra parte, el hispanismo francés es uno de los más pujantes, con una larga tradición. No hay que olvidar que el término “hispanismo” e “hispanista” se acuñan en Francia. Esto por lo que respecta al mundo académico, pero la cultura popular está impregnada de lo español y de lo hispánico en todos los niveles de la sociedad.

—Una cultura que a veces bebe de una historia común.

–Cierto, porque no es ajena la larga historia compartida entre nuestros países, las historias de familia de las dinastías reinantes durante siglos a ambos lados de los Pirineos y también, desgraciadamente, a los exilios que nuestro país ha sufrido, en los que Francia ha sido siempre una tierra de acogida. Nuestros dos países han tejido durante siglos una interrelación profunda, a pesar de que también hemos tenido frecuentes desencuentros. Las influencias mutuas son evidentes, tanto en nuestros modos de vida como en las expresiones culturales, en la música, el cine, la gastronomía…

España y Francia han tejido por siglos una interrelación profunda, aunque con desencuentros

–¿Se puede decir que España ha influido, en alguna manera, en Francia?

–La influencia española en Francia viene de muy antiguo. El añorado hispanista tolosano Bartolomé Bennassar se remonta a los siglos XVI y XVII y las costumbres que introducen en la corte francesa las reinas Ana y María Teresa de Austria, que despiertan un gran interés por España, su país de origen. El hecho de que María Teresa hablara mal el francés hace que Luis XIV aprenda español, con lo que se convierte en una lengua de uso, aunque limitado en la Corte. También nuestra literatura, especialmente el teatro del Siglo de Oro, tiene una gran influencia en Francia. El Quijote también se traduce al francés muy poco después de su publicación en España. Y después, en el siglo XIX, están los viajeros que, si bien muchas veces inciden en el tópico, muestran una gran curiosidad e influyen en el despertar del interés por España. También en ese siglo surge con fuerza el hispanismo francés. Es a ellos a quienes debemos el término de “hispanismo” e “hispanista”. Y como dije, en momentos complicados de nuestra historia, Francia ha sido un país de acogida. Pensemos en los afrancesados que abandonan España para huir del absolutismo de Fernando VII, personajes ilustres como Moratín, Meléndez Valdés, Goya y tantos otros encuentran refugio en Francia y crean sus círculos de influencia en el país vecino. Y el gran exilio de 1939 que trae a Francia a casi medio millón de nuestros compatriotas, un aporte poblacional importante a la Francia que se adentraba en la Segunda Guerra Mundial. Vendrán después las migraciones económicas de los años 60 y 70 y las más recientes, diferentes en cuanto que España ya pertenece a la Unión Europea y a la mayor cualificación de los que llegan. La aportación de las diferentes emigraciones y exilios es una fuerza tremenda que va impregnando la sociedad francesa y que puede verse en la política, la cultura y en todos los ámbitos de la sociedad, como decíamos anteriormente.

–Y esto tiene su reflejo en la lengua.

–No es raro escuchar a jóvenes que hablan de “hacer” la fiesta en un bar de tapas, con sangría y pata negra o la ola en un estadio, esperando la remontada del Paris Saint-Germain.

–¿Qué es lo que más atrae a los franceses de la cultura española?

–Francia es un país en el que hay una gran curiosidad cultural y París es la ciudad con mayor y más rica actividad cultural, no solo dentro de Francia, sino probablemente en Europa. La cultura española tiene una gran acogida en Francia. Aparte de la actividad de los centros del Instituto Cervantes, en las estructuras culturales francesas hay una presencia abrumadora de la cultura española. El cine español cuenta en este país con festivales en muchas ciudades como Toulouse, Nantes, París, Villeurbanne o Valence, que presentan películas que ni siquiera llegan a estrenarse en Francia. La cartelera comercial no es tan generosa al abrir las puertas a las producciones españolas y a veces los estrenos se producen en periodos poco atractivos. Sin embargo, el gran público identifica nombres como Alberto Rodríguez, Rodrigo Sorogoyen, Isabel Coixet, Icíar Bollaín, Jonás Trueba, Margarida Ledo, Chema García Ibarra, Neus Ballús, Jon Garaño, José María Goenaga o Lois Patiño, sin necesidad de recurrir a nuestros oscarizados Fernando Trueba, Javier Bardem, Penélope Cruz y otros, que dejan a la altura de la caricatura lo que decía Gilles Jacob de que el cine español se reducía a tres nombres: Buñuel, Saura y Almodóvar.

–Unos auténticos cinéfilos.

–Y no solo con el cine. En Mont de Marsan, una pequeña ciudad del suroeste cerca de Burdeos se celebra uno de los grandes festivales de flamenco del mundo y en París una bienal muy en consonancia con la de Sevilla, además de la programación de la Villette y de los festivales flamencos de Toulouse y Nîmes, por nombrar solo algunos de los más conocidos.

–¿Y en el terreno de la literatura?

–Las editoriales francesas cuentan con un extenso catálogo de literatura española traducida, aunque siempre siguen existiendo lagunas, difíciles de explicar. Haciendo memoria de publicaciones recientes, podría citar obras de Almudena Grandes, Javier Marías, Santiago Posteguillo, Galdós, Gómez de la Serna, Manuel Vilas, Antonio Soler y un largo etcétera. Sin embargo, el teatro español no está tan representado y tenemos que lamentar la reciente desaparición del Festival Don Quijote, pero no es extraño ver estrenos de Juan Mayorga o Guillem Clua y en Toulouse sigue activa la compañía Les Anachroniques, mientras que en París David Ferré, con su editorial Actualités Éditions, lleva a cabo una extensa labor de traducción al francés de teatro español y latinoamericano.

–¿Cuáles son las actividades más atractivas, las que reúnen a mayor número de público en la programación del Instituto Cervantes de París?

–Cuando te dedicas a programar intentas alejarte del tópico, pero no siempre es fácil. Como programadores en un país extranjero es nuestro deber presentar un amplio abanico de actividades que reflejen, lo más fielmente posible, la realidad de nuestro país y su diversidad: de lenguas, de culturas, de expresiones artísticas o diversidad gastronómica. Exposiciones, presentaciones literarias, coloquios universitarios, conciertos, recitales, cine español, actividades relacionadas con la memoria, degustaciones gastronómicas o desfiles de moda, en nuestro centro cabe todo tipo de actividades. El mayor o menor éxito tiene mucho que ver con el carácter de la propia actividad. Reunir a cuarenta personas en torno a Jean Canavaggio, el gran hispanista y cervantista francés, para la presentación de su diccionario francés, tiene tanto valor como llenar una sala con una película de Almodóvar. Cada actividad tiene su público y la habilidad del programador es llegar a ese público. Unas veces se consigue, otras, no.

–No es su primera dirección en un instituto Cervantes, ¿cómo ha evolucionado la labor de esta institución, según su perspectiva?

–La evolución del Instituto Cervantes ha sido similar a la de la sociedad española. Tiene treinta y un años, pero todavía quedamos algunos que conocimos la etapa anterior, la de los centros culturales españoles. En estas tres décadas hemos ido aprendiendo a ofrecer mejores servicios a nuestros usuarios. En la enseñanza del español se han producido avances metodológicos enormes que hemos ido incorporando con una labor de formación de nuestros profesores y también intentando seguir los avances tecnológicos que se imponen en cada momento.

–¿La pandemia ha servido para cambiar alguna cosa?

–Con la pandemia hemos aprendido a movernos en el mundo digital y en la enseñanza a distancia, aunque lo que es preferible siempre es la presencialidad. Nuestro oficio es esencialmente cara al público, pero de estos dos últimos años nos quedará una parte de teletrabajo y prestación de servicios a través de Internet. En todos los centros tenemos bibliotecas muy bien dotadas, pero también tenemos la biblioteca digital, clubes de lectura, tanto presenciales como digitales, teatro en línea y debates. La gran transformación se está produciendo en estos momentos, pero yo creo que el contacto directo y la presencialidad son esenciales.

–¿Se le da el valor que merece al español o sigue siendo superado por el inglés?

–Yo creo que no debemos hablar en términos de competencia. El inglés se ha impuesto como lengua global y cada vez somos más los que nos manejamos en diferentes grados de competencia en un inglés globalizado y utilitario. Se ha convertido ya en la “lingua franca”. Pero el español es también una lengua de comunicación internacional, la segunda por detrás del inglés. Somos cerca de 500 millones de hablantes que tenemos el español como lengua materna en cuatro continentes y 21 países, a los que hay que añadir Estados Unidos, que se ha convertido en el segundo país por número de hispanohablantes, después de México. El valor económico del español no para de crecer, como tampoco la presencia en las redes. Nos falta tal vez una mayor presencia en los organismos internacionales, pero no tenemos por qué competir con nadie.

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