La sombra del Cristo de la Buena Muerte
El frío y el viento no impidieron desfilar a la Hermandad Penitencial en la madrugada del Lunes Santo por los barrios bajos
El frío y el viento pusieron esta madrugada a prueba la devoción al Cristo de la Buena Muerte, la firme voluntad de los hermanos de fila que volvieron a iluminar solo con sus teas de cera y parafina el angosto camino del crucificado hacia los barrios bajos de Zamora desde la iglesia de San Vicente.
Las alargadas sombras de los cofrades con sus cogullas y del Cristo tumbado, cargado a hombros, iban amplificando la Pasión de Jesús contra la fachada del templo y de los edificios entre los que transita este austero desfile en el que la muerte de Jesús ocupa la angosta plaza del Fresco y la calle de Mariano Benlliure, en las que solo el silencio arropa el paso lento de la Hermandad Penitencial, cuya estética sobrecogieron un años más a quienes se agolpaban, haciendo pasillo, para venerar a la talla hasta la Plaza Mayor, desde donde enfiló Balborraz y Zapatería para alcanzar uno de sus puntos álgidos en la plaza de Santa Lucía.
La tenue luz de las teas y la disposición de los hermanos para cerrar el círculo en torno al Cristo sacrificado conmovió a los presentes. Esta estampa que simboliza la esencia de la Semana Santa de Zamora volvió a engrandecerse al son del "Oh, Jerusalem" compuesto por el músico zamorano Miguel Manzano.
El gran momento largamente esperado por zamoranos y zamoranas, asombro de visitantes, vibró con fuerza contra las viejas piedras de la iglesia y del Palacio del Cordón. Las voces del coro de la Hermandad elevaban la misma plegaria que estrenaron hace cuarenta años en un entorno espectacular que llora la muerte del Cristo recuperado por sus fundadores hace cincuenta años para desfilar por primera vez el 23 de marzo de 1975.
Una efeméride cuyo recuerdo conmocionó a aquellos primeros que procesionaron ante la magnífica imagen donada por los Franciscanos Descalzos en 1855 al cura de la iglesia de Santiago El Burgo, trasladada después a San Vicente, el templo del que la rescataron los impulsores de la Hermandad del Cristo de la Buena Muerta que da nombre a esta obra de la que se desconoce su origen.
La sobriedad del desfile, reforzada por la vestimenta de estameña blanca, con cogulla, se dibujaba de nuevo sobre los edificios de la Cuesta de San Cipriano, las calles de Chimeneas, Doncellas, Moreno y Damas para desembocar en la plaza y Ronda de Santa María La Nueva en busca del arco de Doña Urraca, otro de los puntos en los que mayor esplendor cobra esta procesión penitencial para cruzar hacia la plaza de La Leña, atravesar Ramón Álvarez para regresar al altar mayor de San Vicente. El mal tiempo no logró arrebatar el esplendor a este innovador rito.
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