Opinión | El espejo de tinta

Democracia disléxica

La misma noticia o documento dicen cosa distinta en boca del portavoz de cada partido

Una panorámica del Congreso de los Diputados.

Una panorámica del Congreso de los Diputados. / EP

Llevo una temporada en la que soy incapaz de saber qué dice una norma, sentencia, informe o declaración institucional si no consigo el texto o grabación originales y los leo o escucho directamente. En pleno reinado de la brevedad de contenidos y la abundancia de opiniones de las redes sociales, que han logrado imponer su mandato y estilo tanto a los políticos como a los periodistas y medios de comunicación tradicionales, la verdad se esconde como nunca antes en regímenes democráticos.

La misma noticia o documento dicen cosa distinta en boca del portavoz de cada partido, en la pluma de los diferentes informadores y en el comentario de las decenas de opinadores. Resulta además cada vez más frecuente que en los medios sea imposible encontrar el documento original al que se hace mención. Ni siquiera en las ediciones digitales, en las cuales, reproducir el documento en su integridad o insertar el enlace a la fuente original no plantea ningún problema ni dificultad técnica o de espacio.

Una de las artes de la política consiste en tratar de que los ciudadanos recojan lo mejor de los postulados propios, obvien, omitan o perdonen lo menos bueno y que los más convencidos se conviertan en divulgadores, a ser posible dogmáticos, del ideario y las decisiones del partido, por mucho que estas puedan ser exactamente las contrarias de las que se defendieron antes o de las que la víspera se decía que se iban a tomar. La política conlleva de siempre una parte de manipulación de la opinión pública, pero históricamente se la entendía más asentada en el sentimiento grupal de rebaño que en la burda ocultación de la verdad o la profusión del engaño grosero. Ahora ocurre lo contrario, lo cual resulta paradójico cuando Internet y la multiplicación de medios y canales hacen teóricamente más fácil acceder en cualquier momento y lugar a la verdad. De primera mano sin necesidad de intermediarios.

Siendo esto así, va a ser verdad que, con carácter general, se toma al ciudadano medio cada vez más por idiota que es, según la RAE alguien tonto o corto de entendimiento. Se debe considerar que no solo vamos a tragar con lo que nos cuenten sin más sino que además vamos a ser suficientemente vagos o incapaces para no contrastar la información ni, por supuesto, buscar la fuente original y leer e interpretar por nosotros mismos. Llevamos varias semanas oyendo versiones opuestas respecto del contenido del dictamen de la ya famosa Comisión de Venecia (órgano meramente consultivo del Consejo de Europa) en torno a la Ley de Amnistía. Escuchemos al ministro Bolaños o a Cayetana Álvarez de Toledo para tener dos dictámenes contrapuestos. Leamos El Mundo o El País para obtener opuestas conclusiones.

Y pienso, a ver si no es que nos tomen a los ciudadanos por cortos de entendederas sino que son ellos los que tienen un problema de dislexia y no son capaces de entender lo que leen. Cuando trato de ir a la fuente originaria descubro lo que ni unos ni otros nos dicen expresamente, que el Dictamen aún no se ha hecho público y que los análisis contrarios de unos y otros se basan ahora solo en una nota de prensa de Consejo de Europa. Solución no tiene a corto plazo esta democracia disléxica, pero no me mola nada que me tomen por idiota.

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