El pajarés que alcanzó el siglo

Eustaquio Salvador, la persona más anciana de Pajares de la Lampreana, celebra cien años

Emigró a Madrid para facilitar los estudios de sus hijos

Eustaquio Salvador

Eustaquio Salvador / Cedida

Gerardo González Calvo

El 29 de septiembre cumplió cien años Eustaquio Salvador, la persona más anciana de Pajares de la Lampreana. Por razones familiares los ha celebrado al día siguiente en Madrid y no en el pueblo. Tiene casa en ambas villas. En la de Pajares empezó a vivir cuando se casó con Consuelo González, en enero de 1949. Era hija de un primo carnal de mi padre. En la casa de Pajares nacieron sus dos hijos y en ella falleció su mujer repentinamente, en agosto de 2005; tenía 80 años.

Fue un duro golpe para él, porque era uno de los matrimonios más unido en el pueblo, y siguió siéndolo cuando se trasladaron a vivir a Madrid en 1963 para facilitar los estudios de sus dos hijos: María Fructuosa (Marifrú), que se licenció en Psicología, y Leónides (Leo), que lo hizo en Filosofía y Letras.

No era nada fácil para un hombre de cuarenta años encontrar trabajo en Madrid. Se preparó como técnico electricista en el colegio de formación profesional Nuestra Señora de La Paloma. Con este título se colocó como encargado de mantenimiento de electricidad en el entonces Hospital del Generalísimo.

Eustaquio vivió varios años en casa de su hija Marifrú. Sufrió otro duro golpe cuando falleció con 69 años, en enero de 2021, después de luchar con entereza contra un cáncer. Vive desde entonces con su hijo y su esposa Maricarmen que lo cuidan con esmero. Ni ellos ni él quieren que viva en una residencia.

Eustaquio pasa algunas temporadas en Pajares, sobre todo en verano. Hasta hace pocos años salía a pasear todos los días. Actualmente, pasa muchas horas en lo que antaño fue corral y ahora un jardín espléndido, en el que ve cómo se divierten sus dos bisnietos.

Eustaquio con su hijo Leo y su nuera Maricarmen soplando las 100 velas

Eustaquio con su hijo Leo y su nuera Maricarmen soplando las 100 velas / Cedida

Este hombre ahora centenario ha sido siempre casero, parco en palabras y entregado con gran amor y fidelidad a su esposa antes de enviudar. Ha heredado de su madre Egidia una gran generosidad. En casa de sus padres, que eran agricultores pudientes, hubo siempre algún criado. Uno de ellos fue un hermano mío antes de ir a trabajar a la fábrica de fundición de Patricio Echeverría en Legazpi (Guipúzcoa). Me comentó mi hermano en varias ocasiones: "La señora Egidia me atendía como a un hijo, tanto en el trato como en la comida".

Mundo Negro

Cuando fui por primera vez a Madrid, en la primavera de 1964, iba con frecuencia a su casa. Tanto ella como Eustaquio sabían que andaba mal de dinero y solían invitarme a comer. Incluso él me dio alguna vez una propina. Después de licenciarme, en el verano de 1966, volví a Madrid en busca de trabajo. No tardé en encontrarlo en la revista Mundo Negro, gracias a un encuentro fortuito que tuve en la calle Gran Vía con Federico Vara, un zamorano de Ferreras de Abajo que había estudiado conmigo filosofía en el convento de los dominicos de Caldas de Besaya. Estaba trabajando en la administración de esta revista y acabando magisterio. Se fue de la revista cuando finalizó la carrera. Yo seguí en Mundo Negro. Posteriormente fui redactor-jefe hasta mi jubilación en 2008. Me licencié en Ciencias de la Información-rama periodismo mientras trabajaba y me convertí en un periodista experto sobre África.

Compartí a veces estos avatares con Eustaquio y recordamos aquellos tiempos de penuria. Tanto él como su mujer los hicieron más llevaderos. Nunca dejé de visitarlos con cariño y gratitud. Me invitaron a la celebración de sus bodas de oro en 1999. Leo me llamó también para que compartiera con ellos la fiesta del centenario de su padre. Tuve que excusarme porque, como no tengo el don de la ubicuidad, ese mismo día se casaba en Ávila una sobrina mía.

La saga de Egidia

Hay un pequeño detalle que me une también a Eustaquio. Un día me dijo el jefe de personal de Mundo Negro que si conocía a alguien serio y responsable para trabajar en la revista. Le contesté que en ese momento no sabía quién, pero que lo pensaría. Me acordé de Leo. Sabía que acababa de terminar la carrera de Filosofía y Letras. Se lo dije al jefe de personal y me comentó: "Espero que sea buen chico y de confianza". Le aseguré: "Por mí no me atrevo a poner una mano en el fuego, pero por ese chico pongo las dos". Leo entró en Mundo Negro. El tiempo corroboró que era una persona excepcional, como quedó patente en su etapa de muchos años como redactor- jefe de la revista Aguiluchos. Publicó varios libros sobre flora y fauna africanas.

Soy de los que cree que no todos los refranes son verdaderos, pero la mayoría sí. Uno de estos es el que asegura: "de tal palo, tal astilla". La saga de Egidia, la madre de Eustaquio, el propio Eustaquio y su hijo Leo lo ratifican. Como dicen en Pajares, "de siete mil sobras".

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