El recuerdo de la primera víctima del COVID en Zamora: "Mi madre se fue solita, eso no se supera"

La fermosellana Delia Regidor Ríos evoca la dolorosa muerte de Aurora Ríos, el 18 de marzo de 2020 a los 87 años

Fue la primera víctima del COVID en la provincia de Zamora

Ni velatorio ni misa ni el calor de sus seres queridos, solo su yerno José, el cura y dos enterradores acudieron al cementerio

"Ella, que iba a los entierros de todo el mundo, siempre tan cariñosa con todos los vecinos, y nadie pudo despedirla. ¡Qué pena!"

Delia Regidor (hija de Aurora Ríos) y José Fernández en su casa de Fermoselle

Delia Regidor (hija de Aurora Ríos) y José Fernández en su casa de Fermoselle / Ana Burrieza

Mientras los restos mortales de Aurora iban camino del cementerio, su hija Delia ingresaba en el hospital "con los pulmones deshechos". El COVID se llevó por delante a la anciana de 87 años y dejó secuelas irreversibles en una hija que, cuatro años después, aún se pregunta "qué le pasó a mi madre". La fermosellana Aurora Ríos Serrano entró en la funesta historia de la pandemia como la primera zamorana que oficialmente falleció infectada por el COVID.

A las 7 de la mañana del 18 de marzo de 2020, cuatro días después de la declaración del estado de alarma, José Fernández Álvarez descolgaba el teléfono para recibir la noticia del fallecimiento de su suegra. Su mujer, Delia Regidor Ríos, empeoraba por horas y, con el estado de emergencia imponiendo todas las restricciones posibles, tomó la determinación de llevarla en su propio coche desde Fermoselle al hospital de Zamora, donde inmediatamente quedó ingresada.

Un día y un año para olvidar en la historia de esta familia fermosellana, a la que la pandemia golpeó sin remilgos. "Poco antes de caer enferma ya veíamos en la televisión lo que estaba pasando en China, mi madre la pobre decía que daba miedo ver la tele y yo le contestaba: ‘tranquila que eso está muy lejos’. Quién nos iba a decir que ya lo teníamos encima" recuerda Delia con la voz quebrada.

"Cuando veíamos en la televisión lo que estaba pasando en China, mi madre decía que daba miedo. Quién nos iba a decir que ya lo teníamos encima"

Cuatro años después, Delia y Jesús conviven con el recuerdo de una experiencia durísima. "Mi madre murió solita y se fue al cementerio igual de sola. Ella, que iba a los entierros de todo el mundo, siempre tan cariñosa con la gente, y nadie pudo despedirla. ¡Qué pena!". Solo su yerno José, el cura y dos enterradores, acudieron al cementerio de Fermoselle para dar sepultura a una vecina muy apreciada en el pueblo, con la Guardia Civil esperando a la puerta. "Los de la funeraria tuvieron que preguntar por el protocolo porque no sabían cómo había que actuar" recuerda el matrimonio sobre aquel trágico momento.

"El COVID estaba empezando y todo eran palos de ciego". Hasta para diagnosticar a la anciana; tuvieron que pasar tres días en el hospital para que la familia recibiera la confirmación de que Aurora estaba infectada. "Cuando empezó con la fiebre, me dijo mi hija ‘llama a un teléfono que hay del COVID’. Todavía estoy esperando la respuesta" cuenta Delia sobre aquellos convulsos momentos.

Hasta aquel día Aurora vivía en su casa, no muy lejos de su hija y su yerno, que estaban muy pendientes. "Se apañaba bien sola. Por la mañana iba a ver cómo había descansado y me la traía todas las noches a cenar. Ella tenía un problema cardiaco pero lo llevaba bien, estaba controlada". El 1 de febrero había celebrado el 87 cumpleaños con su hija, las nietas y los biznietos, "tan contenta".

Hasta que unos días antes del fatídico 18 de marzo, como todas las noches, Delia fue a buscar a su madre para cenar, "la vi mal, le puse el termómetro y 39 de fiebre. Llamé a Urgencias a Bermillo y, como no mejoraba, al día siguiente vino el médico a verla. Pero la fiebre no cedía, yo veía que mi madre no respiraba bien, no me gustaba nada, ya me daba igual lo que dijera el médico. Cogimos el coche y la llevamos a Zamora".

¿Un paro cardiaco, una insuficiencia, de qué murió mi madre?. Nunca nos dijeron nada. Cuando le dieron la ropa a mi marido en una caja, allí no había nada

La pesadilla había comenzado. A cinco días de la declaración del estado de alarma, cuando la vida aún era normal, "me dicen que mi madre tiene una neumonía y que se queda ingresada. Pedí que le hicieran la prueba del COVID, pero me contestaron que no era candidata". La trasladaron al Provincial.

A los tres días de estar cuidando a su madre, Delia empieza a sentirse mal, cada vez peor. "Estaba hecha un trapillo". La declaración del estado de emergencia pilla a la anciana en el hospital y ya nunca más pudieron verla. "Hablaba con mis hijas, después solo sabíamos de ella a través del parte médico, el último a las 7 de la mañana del 18 de marzo comunicando su fallecimiento. "¿Un paro cardiaco, una insuficiencia, de qué murió mi madre. Nunca nos dijeron nada. Cuando le dieron la ropa a mi marido en una caja, allí no había nada. Este es el día que no dispongo de un informe y no renuncio a pedirlo, porque tengo esa espina clavada. Mi madre hablaba por teléfono con mis hijas todos los días, aparentemente no estaba para morirse. Qué le pasó" relata sobre el fatal desenlace ocurrido ya cuando la pandemia impuso el cerrojazo.

"No sabíamos qué hacer. Yo me desesperaba, dónde vamos, qué hacemos. Tenía una bola en la cabeza que no podía pensar, estaba con mucha fiebre, mi marido me llevó a Urgencias y quedé ingresada de inmediato con una neumonía bilateral" relata Delia en presencia de un discreto José que observa atento el relato. Otro héroe de esta historia. "Mientras el cadáver de mi madre salía del hospital, yo entraba malísma".

Delia y José pasean cerca de su casa, en Fermoselle

Delia y José pasean cerca de su casa, en Fermoselle / Ana Burrieza

En tales circunstancias fue el yerno de Aurora quien tuvo que hacerse cargo del entierro, bajo unas medidas absolutamente excepcionales, en las condiciones más tristes. La más absoluta soledad de un cementerio vacío. La emergencia sanitaria paralizó el mundo y encerró a todos en casa. Ni velatorio ni misa ni el calor de seres queridos y vecinos. La señora Aurora, la adorable anciana, afable y cercana, que "de una lastra pelada y dura había logrado un pequeño almendro" como relató su vecino de toda la vida, el periodista y profesor Antonio Robles en una emotiva despedida, no pudo recibir el merecido tributo de los suyos.

Delia no pudo despedir a su madre en ese último viaje. Ni siquiera pasar un reposado duelo por la pérdida tan inesperada y demoledora. Acechada también por el coronavirus, la fermosellana estuvo 15 días ingresada, a las puertas de la UCI, cuando la pandemia empezaba a mostrar todo su dramatismo. "Si me quedo en casa algún día más, creo que no lo cuento".

La terrible experiencia de aquel ingreso hospitalario, en plena emergencia sanitaria, con el personal desbordado y sobrepasado, pesa como una losa sobre esta mujer activa y dicharachera. Pero quebrada. "Yo todo aquello no lo he podido superar. Me han quedado secuelas taquicárdicas, depresión, ansiedad (se derrumba emocionalmente). Estoy con tratamiento. Y encima necesitaba apartar de mi mente todo lo que había pasado con mi madre, porque si no, no me podía recuperar. Y tengo a mi marido, mis dos hijas y mis nietos, Quería seguir viéndoles".

Yo, que había sido sus pies y sus manos, que me tenía siempre, en el último momento de su vida no pude estar a su lado. Eso no lo puedo olvidar

Delia volvió a casa "como un pajarito", sin musculatura, derrotada física y anímicamente, con nueve kilos menos, aún dando positivo en COVID, con hepatitis. El coronavirus condenaba a los pacientes a la condición de apestados. Así que entró en casa "derecha a la habitación", encerrada, con José poniéndole la comida en la puerta y ella depositando en una bolsa los desechos. "Así durante dos meses, no me digas que no es penoso". Por suerte su marido fue un positivo asintomático. Algo tenía que salir bien en el arrollador paso de COVID por esta familia fermosellana. "Esto fue horrible, un trauma que no superas". "Se había ido mi madre y yo no podía pensar, con ocuparme de sobrevivir tenía bastante" se sincera.

La vida ha continuado. Delia intenta hacer una vida normal, no tan activa como antes, pero hay cosas que no se olvidan. "No pude despedirme de mi madre. Aquello no se ha cerrado". Aurora tuvo su misa de funeral cuando se pudo y sus flores en la tumba. He vuelto muchas veces al cementerio, pero se fue tan solita... "Yo, que había sido sus pies y sus manos, que me tenía siempre, en el último momento de su vida no pude estar a su lado. Eso no lo puedo olvidar".

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