La huella de Ramón Álvarez en la obra de Miguel Torija

A propósito del boceto de "El Prendimiento"

El Prendimiento, de Miguel Torija, paso de la Vera Cruz de Zamora.

El Prendimiento, de Miguel Torija, paso de la Vera Cruz de Zamora. / Estudio Mynt

La imaginería de la Pasión zamorana tiene en "El Prendimiento" uno de sus iconos más populares. Conocido vulgarmente como el "beso de Judas", por ser la señal con la que el apóstol entregó a Jesús – "a quien yo besaré, ese es; prendedle"–, es también una obra resuelta con una plástica muy cercana a la de Ramón Álvarez, de ahí su encaje en la estética naturalista que preside la imaginería autóctona de la segunda mitad del siglo XIX. Su autor, Miguel Torija Domínguez (1875-1901), de no haber muerto prematuramente, hubiera sido un excelente continuador de aquella manera de hacer que supo interpretar con acierto la sensibilidad sociorreligiosa de la Zamora de entonces.

El tirón que la celebración de la Semana Santa adquirió con la prolífica y hábil gubia de Ramón Álvarez, se vería interrumpido a su muerte, aunque su labor la habrían de continuar aquellos muchachos que se iniciaron en el oficio de su mano. Para completar y mejorar el mezquino patrimonio artístico de las cofradías, se creó ex profeso la Junta de Fomento de la Semana Santa, cuyo presupuesto – dependiente de las suscripciones populares – obtendría resultados mediocres, hurtándonos que Eduardo Barrón, sin duda el más capaz de todos aquellos chavales que pasaron por su taller, tallase el paso de "La elevación de la Cruz", ramplonamente despachado por el bohemio Aurelio de la Iglesia. De lo que se hizo en aquellos años, y creo no equivocarme, "El Prendimiento", fue sin duda el trabajo más aseado.

Miguel Torija Domínguez

Torija debió de entrar al servicio de D. Ramón siendo casi un niño, habida cuenta que cuando murió tan solo contaba catorce años. Suponemos que en el taller haría lo propio de un aprendiz: barrer, lijar, pintar, y otros trabajos auxiliares de imaginería y restauración. Pero, al faltar el maestro, su formación sufrió un parón, y tuvo que buscarse la vida trabajando en una sastrería y de cajista en una imprenta, aunque siguió modelando y tallando pequeñas piezas de madera, en aquel improvisado y reducido estudio que montó en el portal de la fonda "La Vizcaína", en la céntrica plaza de Sagasta. Y así, en su afán por demostrar su valía, ofreció a las cofradías de la Resurrección y Jesús Nazareno tallar una imagen de su titular y reformar el viejo paso del "Redopelo" (La Desnudez), respectivamente, aunque sin éxito. Una pensión de la Diputación Provincial le permitiría estudiar, con excelentes resultados, en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, como prueba la medalla de tercera clase, obtenida en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1897, con el yeso titulado "Corebo vencedor". Sin saber lo que hubiera deparado su arte, de no haber muerto con tan solo veinticinco años, la corta nómina de obras que dejó es deudora de la manera de hacer de José Alcoverro, bajo cuya dirección modeló el busto de Arias Gonzalo; también, como ya se dijo, de su maestro, Ramón Álvarez.

El boceto

Boceto de "El Prendimiento", Miguel Torija, 1897

Boceto de "El Prendimiento", Miguel Torija, 1897 / Alberto Pérez

En el verano de 1897, Torija presentó a la Junta de Fomento una idea bastante aproximada de lo que habría de ser el paso de "El Prendimiento". El boceto, aparecido hace unos años en el mercado de antigüedades y hoy en una colección particular, estuvo expuesto en marzo de 2011, en el Museo Etnográfico. Para la ocasión hice, por encargo de la dirección, una ficha, que ahora completo confrontando uno y otro.

Sobra decir que la maqueta no se aparta un ápice de lo recogido en los evangelios sinópticos. La escena, transcurre en el huerto de los olivos, en donde Jesús se retiró a orar con sus discípulos. Resuelta con cinco figuras, presenta a Jesús en el momento en que Judas Iscariote se acerca para besarle, mientras un sayón se apresta a prenderlo; junto a ellos, Pedro, espada en alto, se defiende de la turba que le acompaña, después de haber cercenado una oreja al criado del sumo sacerdote. Todo pues muy canónico y teatral, pero concebido como si de dos escenas distintas y separadas se tratase. Más allá de este lapsus compositivo, en la maqueta están ya adelantadas las caracterizaciones, indumentarias y pintura que vemos en el paso, si bien su burdo acabado no alcanza la excelencia del modelado en barro de "El Descendido", obra del genial Benlliure. Solo una ingenua concesión a lo anecdótico, tan del gusto de los imagineros, llama la atención en esta deslavazada pieza: la oreja de Malco yace sangrante en el suelo del terrazo. Lo dicho nos reafirma en su autoría, ya que no tendría mucho sentido hacer una copia proponiendo una visión alejada compositivamente del original.

El paso

"El Prendimiento"

"El Prendimiento" / Estudio Mynt

Posiblemente, las ganas de hacer un paso para la Semana Santa de su ciudad – un reto que pondría a prueba su oficio y el inapelable juicio de sus paisanos – llevaron a Torija a replantearse la resolución de lo adelantado en el boceto. Y lo hizo agrupando las imágenes, haciéndolas dialogar en armónica composición piramidal, cuyo eje y cúspide es la de Cristo, colocada a la sazón elevada sobre una roca. Junto a Él, a su derecha, en un plano ligeramente inferior, sitúa a Judas, e inmediatamente detrás y a ras de suelo, al sayón – en realidad un soldado romano – que ha de prenderlo; en el lado opuesto, semi arrodillado y doliéndose del brutal golpe, están Malco y su verdugo: un atrabiliario y barbudo San Pedro blandiendo la espada.

Boceto de "El Prendimiento" (detalle)

Boceto de "El Prendimiento" (detalle) / Alberto Pérez

Sabemos, por la firma, que el paso se concluyó en Madrid en 1897, a falta de su pintura, que seguramente haría el propio autor, ya en los primeros días de 1898. El 28 de marzo llegó a Zamora – hubo de ser por fuerza en tren –, y dos días después era entregado a la Junta de Fomento, en la destartalada iglesia del antiguo convento de San Pablo, donde, tras ser examinado por una comisión de expertos, a los que el artista tuvo que aclarar algunos extremos, recibiría el plácet episcopal para su veneración pública y poder ser bendecido. Las crónicas de la época alabaron el trabajo de Miguel Torija, una obra hermosa y de acabada talla, que recrea con acierto la atmósfera de la noche de la prisión de Jesús en Getsemaní. Su melancólico rostro refleja el presagio de la tragedia, su obediencia vicaria, la angustia, el abandono, la compasión y el perdón para con Judas, uno de los doce, que lo traiciona sellando cínicamente con un beso su felonía. A su mansedumbre y ternura, el artista opone la violenta respuesta de Pedro, al que Jesús ordena envainar la espada, tras haber derribado al joven criado del sumo pontífice, que se retuerce con una mueca de dolor por el brutal golpe, que le ha arrancado de cuajo su oreja derecha, aunque ésta ya no aparece en el suelo. Hace también una concesión a lo grotesco, tímidamente esbozada en la sonrisa del sayón que echa el lazo a Jesús. Una obra pues declamatoria, al servicio de los sentimientos, para sacudir los corazones, o sea para mover a devoción. Hernández Pascual reprochó a Torija el empleo de la lona encolada, por cierto, una técnica, aprendida de su mentor, pero que aquí no alcanza su maestría. Esto, que para algunos es un demérito – sensiblería romántica incluida – contribuyó a que el paso gustase, precisamente porque emulaba la manera de trabajar de Ramón Álvarez. Y esta es, a mi entender, su principal virtud, ya que "El Prendimiento" es ante todo una obra continuadora de aquella exitosa concepción que dio fama a la Semana Santa de Zamora, y, añadiría yo, constituye su médula artística.

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