Opinión | Escalera hacia el cielo

La droga de moda

Hopium suma esperanza y opio en inglés y demuestra la preferencia por el autoengaño y un falso optimismo

Ilustración

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La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes pública que España es el país del mundo que más diazepam consume. Un triste podio en el que nos siguen los hermanos portugueses. El uso abusivo de esta benzodiazepina se ha incrementado un 110 por ciento, porque trata casos leves de ansiedad, insomnio y trastornos emocionales.

Algo huele a podrido en España. Donde la salud mental de los españoles se mide por los contenedores de ansiolíticos que arriban a la aduana del puerto seco del madrileño municipio de Coslada. "La vida duele tanto, que se puede medir en containers de ansiolíticos, somos una sociedad que vive dopada", decía no hace mucho la actual ministra de sanidad.

Desconozco cuándo se inventó el palabro, pero fue durante la pandemia de COVID en que empezó a usarse habitualmente Hopium en los medios generalistas. Que no es sino la suma de hope, esperanza en inglés, más opium, opio en la lengua del místico John Donne. Y que viene a significar que la sociedad prefiere vivir en un engaño permanente antes que afrontar la realidad.

Habíamos superado lo peor de aquel virus desconocido que dejó miles de muertos a los que nadie se atrevía a autopsiar. Por eso se incineraron y se les dio cristiana sepultura de cualquier manera. Por un por si acaso o un no vaya a ser que… Habíamos superado el pánico inicial y ansiábamos respirar. Necesitábamos una droga que nos diera esperanza, aun a sabiendas de que fuera falsa, y de ahí surge el hopium.

Porque hay veces en que con los mensajes de Mister Wonderful no basta.

No es nuevo, he aludido más veces al episodio Miénteme de Buffy, mítica serie de TV de los noventa. Y es que, llega un momento en el que los humanos demandamos acogernos al falso optimismo, como si de terreno sagrado se tratara. Sabemos de sobra que es mentira, pero necesitamos escuchar que todo va a salir bien. Por sentirnos a salvo, para no perder la cordura.

Ya lo vivimos durante la pandemia, cuando preferimos creer que la política anteponía nuestra salud al beneficio de los laboratorios farmacéuticos

Así sucedió con el COVID. Y ahora estamos descubriendo, que mientras todos íbamos drogados con hopium, esa falsa esperanza y engañoso optimismo en que nuestros políticos nos sacarían de aquel pandemónium, esos miserables iban a lo suyo: a hacer caja con las mascarillas, la vacunación y la agonía y muerte de ancianos indefensos en residencias.

Los incontables casos de corrupción por las mascarillas en España, más Úrsula Von del Layen investigada por favorecer a Pfizer con las vacunas, junto a AstraZeneca que se enfrenta en Reino Unido a una multitudinaria denuncia por los efectos adversos de sus vacunas y un largo etecé.

Da igual, aun así, seguimos confiando en la OMS. Preferimos seguir creyendo en las instituciones, aunque las instituciones están formadas por humanos. Y los humanos, por muy eminentes científicos que sean, no son inmunes a los pecados capitales.

Creímos, especial énfasis en el verbo creer, que los políticos lo hacían todo por nuestro bien, y no por sus sucios, mundanos y bajunos intereses. Preferimos creer que antepondrían la salud de los ciudadanos a los beneficios de la industria farmacológica. Preferimos creer, porque nuestras creencias, a sabiendas de que son falsas, son un ansiolítico que funciona mejor que la triste realidad. Sucedió con el COVID y pasa lo mismo con el caos climático.

Preferimos ilusionarnos creyendo cualquier cosa antes que el probable colapso por el agotamiento de los recursos finitos de un planeta limitado, y con una sobrepoblación, que no deja de crecer, aquejada del mismo consumismo voraz. A ninguno nos interesa acabar con nuestro modo de vida depredador.

Sabemos que los fenómenos meteorológicos adversos cada vez van a ser más frecuentes y virulentos. Sabemos que ya hay más refugiados climáticos que a causa de las guerras. Sabemos que cada vez queda menos agua, y la que hay está privatizada. Sabemos que el calentamiento global derrite los polos, y capitales como Yakarta en Indonesia se están hundiendo en el mar. Por eso llevan desde 2019 deforestando la selva para volver a construir la capital tierra adentro. Menos selva asiática que significa menos árboles que atrapen el CO2, con lo cual más calor. Ymás virus.

Todo eso ya lo sabemos. Como sabemos que recientemente James Hansen, reputado climatólogo, ha afirmado que hemos superado los 2 grados por encima de la media global desde la revolución industrial. Igual que sabíamos que Bill McKibben, en su obra de referencia "El fin de la naturaleza" predijo en 1990 que en el 2000 el promedio de subida de temperaturas sería entre 0,9 y 2,6 grados. Que para 2030 el ascenso será entre 1,6 y 4,7 grados por encima de la media. Y para 2075 la subida del planeta será de 17 grados por encima de la media.

Pero seguimos puestísimos de Hopium. Y el subidón nos hace creer que alguien diseñará una supermegatecnología tan hipertecnológica que arreglará el planeta en modo Deus ex Machina. Es de locos, seis meses seguidos batiendo todos los récords de temperatura posibles. Estamos condenados si no al infierno, a un sitio de temperaturas similares.

Pero nos da igual, porque puestos a elegir, preferimos morir achicharrados antes que dejar de consumir. El consumo nos proporciona tal instante de placer temporal, breve, mínimo, que no podemos prescindir de ello o nos suicidaríamos en cadena.

Además, ¿de qué sirve si no la droga de moda? Pues eso, que nada cambie.

Ganadera y escritora

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