Opinión

Sobre intermediarios y el disc-jockey

Datos, datos, datos, ese petróleo del siglo XXI como se le llama por ahí, y con los datos llegaron los problemas

Camarón de la Isla

Camarón de la Isla

Hablábamos en la anterior entrega sobre el cisma entre la ortodoxia y el «nuevo» flamenco, de Camarón y de Agujetas, de Rosalía y el Niño de Elche pasando por C Tangana; para concluir que los palos clásicos ya no nos sirven para explicar esta nueva realidad. Una nueva realidad que se caracteriza, entre otras cosas, por la aparición de los intermediarios.

El periodista Walter Winchell, el precursor de las columnas de sociedad, llamó a su amigo, el locutor radiofónico Martin Block, Disk Jockey, por los discos que ponía y la máquina que utilizaba. Hoy se conoce como DJ (pinchadiscos en castizo) a cualquiera que reproduce música; tenemos, entre otros, a los DJ de radio que emiten música en sus programas también llamados selectores, los DJ de club que reproducen la música previamente seleccionada en bares y discotecas añadiendo, o no, efectos de sonido y luego tenemos a los DJ de hip hop que ponen la base para que el MC (Maestro de Ceremonias) haga sus rapeos. Guetta, Armin Van Buuren, Nina Kraviz , Steve Aoki o Teri Miko aguantan la comparación, por caché y audiencia, con cualquier estrella de la música. El protagonismo de los pinchadiscos se veía venir desde hace tiempo; en 1980 Juan Cueto publicó un artículo en la revista Triunfo donde hablaba de como los DJ estaban superando a los creadores, «lo esencial en estos momentos… es que el disc-jockey ha eclipsado la noción de autor: es el triunfo indiscutible de los intermediarios en la sociedad del espectáculo».

Camarón y Rosalía nos pusieron difícil distinguir qué era y qué no era flamenco; las empresas disk jockey nos lo hicieron más difícil todavía; pero no todo lo que parece flamenco necesariamente lo es

Intermediarios y sociedad del espectáculo, ¡sabor!, eso si que son mezclas, Debord y Flaubert, ¡tran, tran! Podemos comprobar, como decía Cueto, el triunfo indiscutible de los intermediarios en empresas como Uber, la mayor compañía de taxis, que no tiene vehículos; Facebook, el medio más masivo, que no crea contenidos; Alibaba, el mayor distribuidor, que no tiene existencias y Airbnb, la mayor empresa de alojamientos, que no tiene propiedades. Son intermediarios como ya lo expresó modélicamente Flaubert, «Existen en esta vida seres cuya misión fundamental consiste en servir de intermediarios entre una cosa y otra» y con los intermediarios llegó el espectáculo. La sociedad del espectáculo es un libro publicado por Guy Debord en 1967, su tesis es que «Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación», se ha pasado del ser al tener, y de «tener en simplemente parecer». Parecen compañías de taxis, pero no tienen taxis; parecen empresas de contenidos, pero no crean contenidos; parecen empresas de distribución, pero sin existencias y, claro, parece un hotel, pero no tiene habitaciones.

James Whitcomb Riley fue un poeta estadounidense que escribió el poema del pato «cuando veo un pájaro que anda como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, lo llamo pato». Con los años el poema se ha convertido en el Test del pato. Si parecen compañías de taxis, de contenidos, de distribución o de alojamiento; son compañías de taxis, de contenidos, de distribución o de alojamiento; pero no, son intermediarios, ya está dicho, intermediarios digitales que crean la infraestructura para conectar a unos y otros. Un avance, nos facilitan la vida, con ellos es más fácil moverse por la ciudad, conectar con tu novia o novio de COU, comprar cosas y que te lleguen a casa o dormir en una ciudad y vivir la experiencia como un ciudadano local. ¿Y todo esto a cambio de qué?, ¿de un módico precio?, ni eso, puedes conectar con los de COU gratis. ¿Gratis?, sí, gratis. Bueno gratis del todo no, en vez de pagar con dinero pagas con datos. Datos, datos, datos, ese petróleo del siglo XXI como se le llama por ahí, y con los datos llegaron los problemas. Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens. De animales a dioses, llega a afirmar que «la tecnología es la que nos manipula para que votemos lo que no queremos votar, mientras usted lee estas líneas, los Gobiernos y las empresas están trabajando para piratearle. Si consiguen conocerle mejor de lo que usted se conoce a sí mismo, podrán venderle todo lo que quieran, ya sea un producto o un político». Datos, ventas y manipulación, ¡vaya espectáculo!

Camarón y Rosalía nos pusieron difícil distinguir qué era y qué no era flamenco; las empresas disk jockey nos lo hicieron más difícil todavía; pero de lo que sí podemos estar seguros es que no todo lo que parece flamenco necesariamente lo es, como esos toros no son lo que parecen ser que cantaban Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.

Pues eso.

Suscríbete para seguir leyendo