Opinión | Desde Los Tres Árboles

La insurrección de los libros ( I )

Solo tengo ojos para esa vieja librería de nogal a la que he visto crecer en este mismo salón

Usuario en una biblioteca

Usuario en una biblioteca / EUROPA PRESS

Sé que es difícil de creer, pero por más que parezca imposible las paredes del salón de mi casa han cobrado vida propia y amenazan con engullirme en cualquier momento. Cierro los ojos por huir de sus contracciones, acumulo cera en los oídos por escapar de sus risas sardónicas e hirientes, pero es inútil. Los muros se acercan amenazadores hasta mí y luego vuelven a su posición inicial retorciéndose sobre sí mismos en inacabables oleadas.

No es la primera vez. Desconozco la razón, pero de un tiempo acá es como si quisieran jugar con mi cabeza. Suele suceder cuando estoy desvelado y en tales ocasiones se me nubla el sentido y apenas puedo respirar, sin embargo, esta vez es diferente... ¡ Sí! Hoy no me perturban sus burlas porque solo tengo ojos para esa vieja librería de nogal a la que he visto crecer en este mismo salón y que acaba de seducirme definitivamente con sus ocultos placeres.

Y es que, preñada de libros se me está ofreciendo toda entera, sin condiciones. Como una novia resplandeciente que después de largo viaje regresara por fin a casa con canciones nuevas y ya en el primer encuentro se ofreciera desnuda, con guirnaldas en el pelo y tendida sobre un lecho de pétalos de rosa, al paciente enamorado que noche tras noche yació con ella en sueños esperando su regreso… Inmóvil, la contemplo. Expectante. Irremediablemente rendido al hechizo de sus encantos y convertido en su amante para siempre.

De repente he descubierto que es la contradicción de su realidad la que me fascina: que todas esas historias nacidas para ser eternas están, sin embargo, condenadas al olvido...

Atrapado por la ambición del conocimiento, subyugado por el mundo onírico de la fantasía, sólo tengo que acercarme y ascender por ella libro a libro en una penetración con frecuencia dolorosa en busca de esa claridad que sólo se encuentra en las alturas. ¡Hasta el aire parece esta noche impregnado del magnetismo de su vientre henchido!

No recuerdo cómo empezó el encantamiento que me impide separar la vista de los desiguales tomos ni en qué momento. Desconozco el irresistible encanto que explique tanta pasión, pero me doy cuenta de que ésta es una hora diferente y distinta a cualquier otra porque acabo de hacer un descubrimiento inesperado... ¡No! ¡No es el colorido de los libros dispuestos de modo desordenado en la vieja librería! ¡Ni los filamentos dorados de las portadas ni sus lomos ajados ni la quietud en la que reposan! ¡Ni tan siquiera los secretos que atesoran!

De repente he descubierto que es la contradicción de su realidad la que me fascina: que todas esas historias nacidas para ser eternas están, sin embargo, condenadas al olvido... El hallazgo me deja pasmado. Siento vértigo.

¡ Sí! La conciencia de la propia transitoriedad es cruel y despiadada. Insoportable la fugacidad de los sueños, sin embargo, en este preciso instante todos esos romances y poemas se han rebelado contra el destino. Inexplicablemente han cobrado formas corpóreas y se preparan para un feroz combate contra el tiempo en busca de la inmortalidad.

Ya veo a los primeros guerreros en el campo de batalla. ¡Son los poetas! … En cualquier momento comenzará la lucha y cuando eso ocurra yo estaré aquí para contarla.

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