Opinión

Vivir en un pueblo no es estar de vacaciones en él

Vivienda, trabajo e infraestructuras forman el triángulo más cuestionable que necesita actuación urgente

Rabanales, un pueblo de la Zamora Vacía.

Rabanales, un pueblo de la Zamora Vacía. / José Luis Fernández

Salimos del letargo invernal para adentrarnos en la primavera. En este periodo, los pueblos vuelven a ser el destino vacacional de los nativos y de aquellos que se preguntan constantemente si vale la pena vivir en una ciudad.

Han pasado ya cuatro años desde que la Covid-19 nos obligó a parar porque el mundo se paró. El confinamiento hizo que muchos emprendedores sufriesen una metamorfosis. Algunos, incluso, transformaron sus aficiones en negocios impulsando, de nuevo, el emprendimiento. Otros empezaron a pensar si era posible otra vida mejor, más saludable, más económica, con más calidad de vida, y pusieron el punto de mira en el mundo rural para encontrar allí lo que anhelaban en la ciudad. Se despertó la ilusión por trasladarse a vivir en un pueblo.

Según el portal inmobiliario Idealista, en la primavera de 2021, el 5,8% de los contactos a los anunciantes se producían en viviendas situadas en los pueblos. Hoy en día, ese deseo ha descendido hasta el 4,7%, valor que es inferior, incluso, al que existía en el momento anterior al inicio de la pandemia. Es más, en las provincias más despobladas, como es el caso de Cáceres o Zamora, es donde más se ha notado ese descenso.

El éxodo al mundo rural nunca llegó a producirse, pero sí aumentó el deseo por cambiar el domicilio familiar hacia zonas donde las viviendas eran mayores y disponían de zonas ajardinadas. El confinamiento trajo el experimento global del teletrabajo y se pensó que sería el remedio que permitiría repoblar la España Vaciada. Pero la pandemia pasó y, salvo unas pocas excepciones, todo volvió a su punto inicial porque la vivienda en las urbes, aunque tiene menos metros cuadrados útiles, tiene garantizados todos los servicios más elementales.

Los que optaron por quedarse a vivir en los pueblos tienen en común unos perfiles muy definidos: predomina el perfil emprendedor debido a que las posibilidades son bastante amplias en contraposición con las posibilidades de encontrar trabajo como empleado. Un ejemplo claro ha sido el turismo rural que aumentó la facturación en los dos años posteriores a la pandemia.

Otro perfil muy macado es el del teletrabajo. Son personas que ya no necesitan vivir en la ciudad, disponen de una cierta estabilidad económica y tienen la capacidad para poder elegir dónde quieren residir.

Y un tercer perfil es el que tienen aquellas personas que han sido golpeadas por la crisis económica con ferocidad y para ellos vivir en la ciudad les resulta más apretado. Han buscado pueblos donde los recursos han aumentado y han aprovechado para asentarse en ellos aprovechando los bajos precios de la vivienda.

Los pueblos son los eternos desconocidos, pero con un amplio potencial emprendedor. La información que se difunde sobre ellos está muy vinculada al turismo. Pero la persona que decide ir a vivir a un pueblo no lo hace porque su iglesia sea de estilo románico y su construcción date de hace siglos. Lo hace porque es un estilo de vida, porque la vivienda es hasta un 80% más barata, porque las infraestructuras son acordes con la vida moderna… Por lo tanto, no sólo es necesario una buena carretera que una los pueblos limítrofes entre sí, no sólo son necesarias las nuevas tecnologías que conecten con el resto del mundo, son necesarios servicios sanitarios, comerciales, educativos y culturales. Los pueblos deben tener actividad económica y diversificada, deben de generar riqueza para poder ser capaz de recibir a nuevos habitantes más allá de las vacaciones o de las escapadas de fin de semana.

El abastecimiento de alimentos proviene del mundo rural por lo que se necesita que esté bien gestionado a nivel forestal y agroganadero. Para mantener vivos los pueblos tienen que vivir en ellos personas que puedan trabajar en todos los sectores económicos y tener acceso a todos los servicios básicos.

Así, vivienda, trabajo e infraestructuras forman el triángulo más cuestionable que necesita actuación urgente para que se pueda disfrutar de nuestro pueblo como espacio de vida, como lugar donde se alcance la calidad de vida deseada y no sólo como un espacio de asueto o de huida.

En la actualidad, tomar la decisión de irse a vivir a un pueblo supone un cambio importante en la vida de una familia, de manera que no estará demás meditar adecuadamente que la decisión que se va a tomar sea la más acertada.

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