Opinión

Redes sociales: rechace sucedáneos

Lo que mata de verdad es la soledad, y ese es el mayor riesgo para la salud de las personas

Redes sociales: rechace sucedáneos

Redes sociales: rechace sucedáneos / Manuel Mostaza

Hace unos días fuimos al fútbol, al Estadio Metropolitano, a ver un partido del Atlético. Mi hijo saltó al césped a hacerse una foto con los colchoneros y luego pudimos ver el partido con comodidad en la zona noble del estadio. A los pocos días, un amigo me preguntó cómo había conseguido que el niño saltara al campo con los jugadores: –"mi red social, ya sabes–", dije algo apurado. "¿Cuál de ellas?", inquirió mi amigo, pensando que yo le hablaba de alguna aplicación tecnológica. La mía, le insistí, y vi que no terminaba de entenderme. Charlamos un rato y no tardamos en deshacer el equívoco: yo hablaba de la gente que me rodea y él pensaba en Silicon Valley. La conversación me vino a la cabeza el otro día cuando disfruté de la compañía de una parte relevante de esa red en una fiesta sorpresa sanabresa –algo contó aquí el mi maestro Luis Esteban– para celebrar mi cumpleaños. Y recordé el magnífico libro "El efecto aldea" de la psicóloga canadiense Susan Pinker que Funambulista publicó hace pocos meses en nuestro país.

Los avances científicos, sostiene Pinker, nos van aportando cada vez más información sobre los múltiples factores que están detrás de la longevidad. Y es fascinante, más allá de la dieta, cómo estamos descubriendo que, para entender algo, hay que volver la vista hacia el mundo rural. Ese mundo olvidado y despreciado que, para muchos, es poco más que un área de servicio en sus excursiones de fin de semana a la costa. Y es que la clave está, quién nos lo iba a decir, en la sociabilidad; en la capacidad de imaginarnos cosas juntos y construir relaciones más allá de nuestro grupo más íntimo. Algo de eso hemos sabido siempre: somos animales, pero animales sociales, el mítico zoon politikon de Aristóteles. Mucho de ese conocimiento no se perdió en muchas zonas rurales españolas, incluso tras la desbandada de los años sesenta del siglo pasado. En realidad, todo es estadística en un mundo tan matemático como el nuestro: se tratar de saber qué hacer para aumentar las probabilidades de vivir una vida larga y feliz.

Es mejor comer en familia que comer solo, y desde luego es mucho mejor que la familia coma sin el televisor y que no haya móviles encima de la mesa

Todo comienza en la infancia: es importante tener un padre y una madre, cada uno con un papel, y es importante que los padres presten atención a sus hijos y los eduquen con el ejemplo. Por eso, es mejor comer en familia que comer solo, y desde luego es mucho mejor que la familia coma sin el televisor y que no haya móviles encima de la mesa. Y esto no es por melancolía, no; multitud de estudios demuestran que cenar en familia mejora de manera clara el rendimiento académico, así como las posibilidades de éxito a largo plazo de los niños de cinco años. Pero no solo en lo académico, almorzar o cenar en familia es la vacuna más efectiva contra el consumo de drogas y alcohol al llegar a la adolescencia, según muestran diferentes investigaciones.

Algo similar ocurre cuando vamos creciendo: son las personas y no la tecnología quienes determinan nuestras posibilidades estadísticas de éxito o de fracaso: tener un magnífico profesor en secundaria durante al menos un año mejora las posibilidades de que el niño vaya a la universidad y, por supuesto, de que tenga mejores ingresos en el futuro. Ya digo que esta importancia del entorno nos acompaña a lo largo de nuestra vida, aunque muchas personas, como le pasó a mi amigo, confunden las redes sociales que articulan nuestras relaciones personales con unas aplicaciones informáticas dedicadas a conocer nuestros gustos, pero en realidad ambas cosas tienen poco que ver. Diversos estudios demuestran -citados también por Pinker en el libro- que aquellas personas que invierten más tiempo en sus relaciones sociales son más resistentes ante las enfermedades y tienen más defensas a nivel fisiológico que las personas solitarias.

A los que hemos crecido vinculados, de una u otra manera, al medio rural, muchas de las cosas que la autora afirma en el libro nos recuerdan a nuestra infancia a la par que confirma muchas de las intuiciones –conocimiento telúrico– de nuestros mayores

La importancia del grupo en nuestra salud nos ayudará a lo largo de toda nuestra vida; por eso y por ejemplo, jugar a las cartas de manera regular con los amigos alarga tanto la vida como dejar de fumar. Ahora ya sabemos que las personas solitarias y sin círculo de amigos cercano viven de media entre diez y quince años menos y tienen un porcentaje relevante de más posibilidades de sufrir ataques cardiacos. Por eso me fascina que nadie parece haber pensado en lo demoledor que puede ser para nuestra salud la consolidación del teletrabajo, solitario, en nuestra sociedad. No es extraño por lo tanto que la gente de las zonas rurales sea en general más longeva que los que viven en zonas urbanas. Y por eso las personas religiosas, que acuden con frecuencia a la iglesia, viven más que las personas ateas que no frecuentan establecimientos religiosos; no por la fe sino por la participación con otras personas de manera regular a una actividad determinada. La esperanza de vida del mundo mediterráneo no está ligada solo a la dieta, o no está ligada tanto a la dieta como al capital social y a las interacciones entre los miembros.

Y ahí entran en acción los lazos débiles: la importancia de tener mucha gente conocida –conocidos, no amigos– con la que interactuar a lo largo de nuestro día a día. Esta relevancia tiene más sentido del que pudiera parecer: esas personas que están más allá de nuestra familia y nuestros amigos más cercanos nos dan información y nos abren puertas que nuestro entorno –siempre más estrecho– desconoce. Y eso explica también el motivo de que la pobreza se perpetúe: los pobres suelen tener muchos lazos estrechos pero pocos lazos débiles y apenas tienen capital social. Al final, este capital es muy relevante para entender el triunfo o el fracaso de las personas y de las sociedades. Lo que mata de verdad es la soledad, y ese es el mayor riesgo para la salud de las personas.

A los que hemos crecido vinculados, de una u otra manera, al medio rural, muchas de las cosas que la autora afirma en el libro nos recuerdan a nuestra infancia a la par que confirma muchas de las intuiciones –conocimiento telúrico– de nuestros mayores. El contacto cara a cara con nuestra comunidad de referencia, nuestra verdadera red social, alarga la vida, y mucho, y es verdad que en el mundo urbano es más difícil tener este contacto de manera diaria, un contacto que en las pequeñas aldeas se daba sin necesidad de forzarlo.

Tómese en serio estas ideas lector, pueden acabar salvándole la vida. Así que olvídese de todas las bobadas urbanitas que impregnan el aire que respiramos y quede con amigos a jugar a las cartas, como con ellos de manera regular, invítelos a cenar a su casa o participe en alguna asociación. Todo esto es más sano que hacer deporte solitario a primera hora de la mañana en un gimnasio o andar corriendo por ahí como un pollo sin cabeza. Y, además, estéticamente, es que no hay color.

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