Opinión | El espejo de tinta

Primavera efímera

Salimos a la calle y Zamora es otra, la vida llamando a la vida

Las calles de Zamora, repletas de personas

Las calles de Zamora, repletas de personas / José Luis Fernández

Llegan en los días previos a la Semana Santa, invaden la ciudad, se expanden como masas de plasma, petróleo colorido que se cuela por todos los rincones de calles, plazas, bares y terrazas. Dan color de sonrisa, melodía de alegría y aroma de alborozo a los días. Llueva o truene inundan de sonido, luz, ritmo y ambiente a las noches habitualmente oscuras, silenciosas y hasta un tanto tenebrosas de una ciudad acostumbradamente vacía de aquellos de sus nacidos que están en la mejor de las edades. De repente una mañana salimos a la calle y Zamora es otra, la vida llamando a la vida.

Cantan los pájaros de amanecida como cantan besos y abrazos en los reencuentros a la hora del vermú, en el tardeo sin fin, en las largas y no menos efímeras que eternas horas de la noche que en nuestra semana grande siempre ha sido noche iniciática y de confirmación en esos años en que no hay espacio ni tiempo para la nostalgia. La vieja ciudad renace con las vacaciones. Resucita, con fuerza abrumadora, retadora y casi insultante en las fechas de la Pasión. Ciudad, aquí tienes a tus hijos. Vuelven de su huida forzada de este desierto, de su peregrinar por territorios más fértiles de oportunidades y promesas de futuro, a la tierra a la que pertenecen pero difícilmente volverá a acogerlos nunca con carácter de continuidad. Nos llegan, nos transforman, nos reviven y aún así, a veces, parece que nos incomodan pese a la brevedad de su estancia. Mientras hay vida hay esperanza y que puede que un día de ellos venga la redención.

Regresan de todas las edades, pero brilla esa generación de la que durante buena parte del año Zamora carece. Ese abismal vacío de vida entre los dieciocho y los veintimuchos se cubre con caras, nombres y apellidos familiares en estos pocos días en que los que vienen, se quedan y se hacen ver. Aunque solo por esto fuera todo esfuerzo es justificado por proteger, respaldar y mantener nuestra Semana Santa.

Todo pasa y no todo queda. De repente una mañana salimos a la calle y Zamora es otra. Los que quedamos caminamos más despacio, se agitan menos los brazos, las cabelleras no ondean al viento, las voces hablan más bajo y menos cantarinas. Los bares cierran, las terrazas se encogen. La vida fluye con desgana, la sangre se ralentiza, el silencio recupera su espacio. El aire, aunque empiece abril, huele mucho menos a primavera.

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