Opinión

«Remembranzas que trae la Semana Santa»

A aquel amigo sí lo veo corriendo las calles en busca del lugar más idóneo para ver La Vera Cruz

Paso de El Prendimiento de la Cofradía de la Vera Cruz de Zamora

Paso de El Prendimiento de la Cofradía de la Vera Cruz de Zamora / J. F. (Archivo)

Corría un año difícil a la hora de poder precisarlo. Debió corresponder a una época en la que el tiempo no contaba, o contaba muy poco, porque transcurría muy despacio. Solía medirse por cursos escolares. Bien aquel en el que se escribía entre dos líneas del cuaderno las mismas palabras un montón de veces, hasta que encajaban en tamaño y forma a lo que indicaba el maestro. O aquel otro curso en el que había que memorizar la tabla de multiplicar. O ese otro en el que se ingresaba en el instituto. O poco después, cuando el álgebra atacaba por todas partes, y parecía «chino» aquello de utilizar las incógnitas, ya fueran la equis, la y griega, o la zeta, como si de cifras se tratara. O aquel en el que se descubría que el arte no era cosa del momento, sino que había estado presente en todas las épocas y civilizaciones. Y que los edificios y esculturas que hicieron los griegos, y posteriormente los romanos, se acercaban más a la perfección que el arte románico de la Edad Media, a pesar de que este último se hubiera desarrollado muchos siglos más tarde.

Era el tiempo en el que se iba llenando el disco duro de la memoria con múltiples y variados conocimientos, en el que casi todo constituía una sorpresa. Algunas veces agradable, otras no tanto. Pero que se procuraba ir asimilando al objeto de aprobar todas las asignaturas y así poder seguir el curso siguiente en contacto con los mismos compañeros, entre los que se iba eligiendo a los que en el futuro serían amigos.

De aquellos datos «semanasanteros» es difícil poder olvidarse, como también de los compañeros de curso, con las que se compartían aquellas andanzas, aunque, pasados los años, no se consiga ubicar con exactitud el año que se trata de recordar. Y es que la infancia no deja de ser una parte del puzle de la vida, y llegar a encajar todas las piezas, sin tener a mano la muestra, resulta cada vez más difícil

En aquel año, que no puedo ubicar con exactitud, los chavales corríamos de calle en calle al objeto de ver las procesiones de Semana Santa varias veces. Y puesto que cada año repetíamos el mismo ritual, llegábamos a conocer con precisión, al parecer de unos, los lugares más interesantes donde ver los desfiles, o los más emblemáticos en opinión de otros. Tal reiteración en esa costumbre de ver las procesiones varias veces, daba opción, sin pretenderlo, a memorizar el número de «pasos» que participaban en cada desfile, así como el color de las túnicas de cada cofradía. Incluso se llegaba a conocer a los imagineros que habían tallado cada uno de los grupos escultóricos. También la composición de cada «paso», incluido el número de personajes, y quién era quién en cada uno de ellos.

De aquellos datos «semanasanteros» es difícil poder olvidarse, como también de los compañeros de curso, con las que se compartían aquellas andanzas, aunque, pasados los años, no se consiga ubicar con exactitud el año que se trata de recordar. Y es que la infancia no deja de ser una parte del puzle de la vida, y llegar a encajar todas las piezas, sin tener a mano la muestra, resulta cada vez más difícil.

En aquel año, gran parte de las calles aún estaban empedradas o tenían un firme formado simplemente por arena prensada. Y había «guardias de circulación», uniformados, con un casco blanco, dirigiendo el tráfico. Fue ese año cuando nos dijo adiós uno de los compañeros de aquellas vivencias. Aún hoy, veo su rostro con total nitidez. Recuerdo sus frecuentes ausencias, consecuencia de su precaria salud. Pero no me es posible encajar el año en que ocurrió aquello. No soy capaz de asociarlo. Quizás fuera en la época en que me resultaba muy pesado dibujar bien las letras, o a aquella otra en la que trasteaba con los polinomios, o el año en que descubrí algunas cosas relacionadas con el arte. Pero a aquel amigo sí lo veo corriendo las calles en busca del lugar más idóneo para ver la procesión de La Vera Cruz, y observar con detenimiento cómo el sayón de «El Prendimiento» sujetaba una cuerda con la aviesa intención de hacer prisionero a Jesús de Nazaret. Le encantaba observar a ese personaje, porque, según él, para dar forma a su rostro, Miguel Torija, su autor, había utilizado como modelo a uno de sus antepasados. A mí, como no me constaba haber tenido ningún antepasado que hubiera servido de modelo, lo que me impresionaba era la colérica figura de San Pedro cortándole la oreja, de un tajo, a un sirviente de Caifás llamado Malco, al más puro estilo del «Guerrero del Antifaz». Este «paso» estrenado en las postrimerías del siglo XIX, también conocido como «El Beso de Judas», pertenece a la cofradía más antigua de Zamora, y es una de las más primitivas de toda España, ya que existen documentos de 1508 que así lo acreditan.

Fue, en aquel año que me resulta imposible precisar, cuando me enfrenté por primera vez a algo diferente. Me ví de cara con la ausencia de un amigo a una edad en la que aún no me había dado tiempo a pensar en que la vida tenía un límite. Un año en el que, quizás, el sonido de las esquilas del «Barandales» sonaron más a hueco, y en el que el «Merlú» debió de emitir un sonido lastimero. Y muy probablemente el sayón de «El Prendimiento» desde lo más alto del «paso», al no ver a mi amigo en su sitio habitual en la acera, como otros años, lo echaría de menos

La proximidad de la Semana Santa, y el hecho de dar un paseo por una de las placitas que solíamos frecuentar para ser partícipes de algún juego, que era lo que tocaba entonces, han hecho que me llegara esta remembranza.

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