El fenómeno era él

Elogio de Cipriano García, el hombre hecho a sí mismo que ha llevado a Caja Rural de Zamora a la cúspide provincial

Cipriano García, durante su discurso en el acto homenaje celebrado en Ifeza el 27 de abril.

Cipriano García, durante su discurso en el acto homenaje celebrado en Ifeza el 27 de abril. / Jose Luis Fernández

Francisco García

Francisco García

Durante años, cada encuentro con el director general de Caja Rural de Zamora recién homenajeado tras medio siglo de fecunda trayectoria profesional comenzaba por su parte con idéntico saludo: "¿Cómo estás, fenómeno?". En la cuarta acepción de esta palabra en el diccionario de la Real Academia Española, fenómeno es cualquier persona sobresaliente en su línea. Con el paso del tiempo comprendí -por sus obras los conoceréis- que el fenómeno era él, el chavalín que con apenas 14 años ingresó en la Caja como botones para hacer los recados y llevar documentos al Banco de España y alcanzó la cúspide de la entidad hasta llevarla a los niveles más óptimos de su historia, tanto en cifras económicas como en valores intangibles. Lo que Cipriano ha conseguido con la entidad que dirige es fenomenal, en la segunda acepción de la palabra para la RAE: cosa extraordinaria y sorprendente.

Seguramente sin saberlo, el fenómeno abrazó en su profesión uno de los principios de la Fenomenología de Husserl, doctrina filosófica de principios del pasado siglo de la escuela alemana basada en la búsqueda de un conocimiento que apela exclusivamente a la experiencia evidente, carente de hipotetización y modelos conceptuales. Cipriano no es un teórico, es hombre de acción. No le pidan que consiga imposibles, pero mide bien hasta dónde se puede llegar y que líneas rojas no hay que sobrepasar para evitar estrellarse. La banca, pequeña o grande, juega con el riesgo pero hay que saber dónde se encuentra el límite del juego arriesgado. Los riesgos de Cipriano son siempre calculados. De ahí lo fenomenal de su gestión: con muchos pocos ha conseguido más que lo que pocos con mucho.

Cipriano y yo congeniamos bien: yo escribía billetes a diario para La Opinión-El Correo de Zamora y él los multiplicaba en beneficio de la caja, hasta convertirla en referencia bancaria en la provincia, siendo como era una pequeña cooperativa de crédito. Durante unos meses fuimos encarnizados rivales en el pádel, él era compañero de José María Casas, por entonces presidente del Zamora, el mejor directivo rojiblanco que yo haya conocido, y yo daba raquetazos de pareja con Fausto Giraldo, mítico técnico de la cadena de radio de los obispos. A Cipriano no le gustaba perder ni a las chapas -tampoco al mus- y Casas no se ataba la pala a las muñeca, como era norma preceptiva, para devolver los ataques con las dos manos. Para desesperación de Fausto, que le buscaba el revés y siempre devolvía las pelotas de plano. Unas veces ganaban ellos y otras nosotros, siempre en la pista de Morales, unos cuantos fines de semana. El bancario se defendía bien y no era propenso al ataque alocado, pero si intuía que el punto era ganable, no dudaba en acercarse a la red y matar la jugada. Como ven, el juego es la vida real en pantalón corto y camiseta.

Cipriano García recibió una pequeña espiga y la convirtió con paciencia y esmero campesinos en un fecundo trigal. Y lo hizo sin estridencias, sin pisar cuellos ajenos

Cipriano es el prototipo de hombre hecho a sí mismo, de sólidos principios y fuertes convicciones heredadas. Uno de esos casos que no por escasos han dejado de ser reseñables durante siglos en esta provincia llena de desheredados, de profetas apedreados en su propia tierra y de redentores que acabaron en la cruz. Un tipo que no ha olvidado sus orígenes, humildísimos, y que por ese motivo ha hecho de la humildad su bandera. Como todos los dotados de una fina inteligencia natural, sin necesidad de orlas ni de graduaciones, ha conseguido la máxima distinción, el cum laude en la gestión, con premio fin de carrera. A nadie extrañe, si Cipriano inició un máster como adolescente y lo sigue impartiendo cumplidos los 65.

Hombre de afectos firmes y abrazo fácil, si se fijaron en la fiesta del pasado jueves, en la que el homenajeado recibió de sus amigos y colaboradores agasajos por cientos, el director general de Caja Rural abraza fuerte y después deposita, con gesto cariñoso, su mano derecha en la nuca del otro. Lo hace siempre, instintivamente, y es una muestra más de cercanía.

Donde otros practicaron una política de tierra quemada, Cipriano supo ver una oportunidad de negocio. Los zamoranos son ahorradores pero no tiene un pelo de tontos y no gustan poner al recaudo de su dinero a aquellos que dan la espalda a su tierra. Cuando la voracidad de los políticos finiquitó el esplendor de las cajas de ahorro y acabó con lo mejor de su legado, que era la obra social, Caja Rural tomó el testigo y cogió la bandera de la implicación social y cultural, que otros habían dejado abandonada y hecha jirones en mitad de la plaza. Con la inestimable participación del incansable -y también agotador- doctor Diego, nació la Fundación Caja Rural, marcando un hito sin parangón en Castilla y León de implicación con su tierra. Así no hay acontecimiento en Zamora y su provincia que no lleve en lugar destacado el espigado símbolo, dorado y verde.

Cipriano García recibió una pequeña espiga y la convirtió con paciencia y esmero campesinos en un fecundo trigal. Y lo hizo sin estridencias, sin pisar cuellos ajenos, sin necesidad de cortar cabezas, sin ajustar otras cuentas que no fueran las propias de la entidad para que los números cuadraran, no vayan a pensar que la Caja es una oenegé. El fenómeno en cuestión, de lo por cierto, es digno de estudio. El fenómeno del fenómeno, reitero, con un abrazo y una palmada ligera en la nuca, como en los viejos tiempos.

(*)Exdirector de La Opinión-El Correo de Zamora

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