Está escrito

El mundo está tan ocupado en tratar de garantizar su supervivencia que se está olvidando de lo más importante, cual es, ahondar en su identidad espiritual

PROCESION DE LA REAL HERMANDAD DEL SANTISIMO CRISTO DE LAS INJURIAS

PROCESION DE LA REAL HERMANDAD DEL SANTISIMO CRISTO DE LAS INJURIAS

Manuel Antón

Manuel Antón

Si cuanto nos han contado y está escrito sobre el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesucristo, fue cierto (no seré yo quien lo ponga en duda), en la antesala de la Semana Santa, como creyente y como zamorano, siento necesidad de escribir sobre la pasión de Jesucristo y sobre lo que en su recuerdo se escenifica cada año por estas fechas en las calles de mi ciudad.

En el contexto en que Jesucristo vino a este mundo, encaja que lo hiciera para que, según él mismo dijo, y está escrito, "se pudiera cumplir la voluntad de su padre", lo que concede sentido y reconocimiento a la figura del Salvador y al sufrimiento que por dar testimonio de su verdad hubo de padecer.

Las enseñanzas que a través de sus parábolas nos quiso dejar, son un ejemplo de vida para todo el que siendo, o no, cristiano, quiera seguir su camino.

Ser, o considerarse cristiano por haberse bautizado, es una cosa, y otra muy distinta sentirse y desear ser seguidor de Jesucristo, que es un sentimiento voluntario que va ligado a la fe, la esperanza, la caridad, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, y sobre todo al amor, que son las virtudes que, como se dice ahora, quiso poner en valor Jesucristo al predicar su evangelio.

Y fue precisamente por predicar su Evangelio, es decir, por hablar a los que querían oír sus enseñanzas, por lo que fue acusado de impostor por los líderes religiosos de la época, que, entendiendo que estaba pervirtiendo al pueblo y enfrentándolo al poder establecido, quisieron quitárselo de en medio. Mas, como el poder religioso no podía condenarlo a muerte, el Sanedrín (la Corte Suprema de la ley judía, pero sin potestad para condenar a la pena capital), lo envió a la autoridad civil de Judea para que fuera juzgado y condenado a muerte por Poncio Pilato, que era el gobernador de la provincia romana, de la región de Palestina, donde vivía Jesucristo en tiempos del emperador Tiberio Julio Cesar Augusto.

Pilato, al no encontrar causa objetiva alguna que pudiera justificar tal condena, lo entregó al pueblo judío para que éste eligiera entre liberar a Barrabas, un preso muy odiado y peligroso, o a Jesucristo; no sin antes, según está escrito, dejar dicho: “No hallo culpa alguna en este hombre. Seré inocente de la sangre de este justo".

El pueblo judío, enardecido por las proclamas que lanzaban los que querían silenciarle y embravecido por las ansias de acabar con Él, decidió liberar a Barrabás y condenar a Jesucristo a morir en la cruz, que era el castigo que se aplicaba a los rebeldes, los sediciosos y los criminales que pudieran haber sido acusados de suponer un peligro para el orden público.

La pasión de Jesucristo, tal y como la han descrito quienes pudieron tener conocimientos de ella, fue el martirio al que sometió un tembloroso e inseguro pueblo judío a quien, según está escrito, se había autoproclamado "su rey e hijo de Dios". Por ello, como si de un hereje se tratara, fue insultado, escupido y azotado antes de ser crucificado hasta morir. Y todo, por el mero hecho de haberse dirigido a las gentes que cada vez en mayor número se agrupaban en torno suyo para oírle proclamar sus bienaventuranzas:

"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos".

"Bienaventurados los mansos y humildes, porque ellos poseerán la tierra".

"Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados".

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados".

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia".

"Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios".

"Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios".

"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos".

Como si de un "iluminado" se tratara, fue tachado de parlanchín y embaucador por los sacerdotes, los aristócratas, los fariseos y por los prebostes romanos que veían perjudicada su imagen porque la muchedumbre que se reunía para escuchar su palabra quedaba cautivada con el mensaje que transmitía.

Tras su muerte, está escrito: "Jesucristo resucitó y subió a los cielos", lo que constituye el símbolo milagroso más trascendente de cuantos dieron origen a la mayor corriente religiosa existente en el mundo, el cristianismo, que, en sus tres ramas: catolicismo, protestantismo y ortodoxia, se estima, engloba a nivel mundial a más de 2.400 millones de fieles, en las diferentes iglesias constituidas a su abrigo. La Iglesia católica, que es la institución religiosa jerárquica de alcance universal que más poder e influencia ha tenido a nivel social, cultural e incluso político a lo largo de la historia, sigue teniendo un papel clave en la difusión de los principios y valores que marcaron la vida de Jesucristo, si bien, es una opinión, va siendo hora de que adapte su “discurso” a la realidad viviente, pues nadar contra corriente desgasta demasiado.

Y como no debo ni puedo seguir escribiendo sobre lo que ya otros, mucho más documentados que yo, han escrito, me limitaré a decir que, según creo firmemente, la figura de Jesucristo es la más relevante de la historia de la humanidad, tanto por la trascendencia de sus enseñanzas, como por las controversias que siempre ha generado su verdad entre los que, o no han tenido posibilidad de conocer su legado, o, por los motivos que sean, no han querido saber de Él.

A mi juicio, que fuera o no injustamente condenado a morir en la cruz, es algo que ni siquiera el mismísimo Jesucristo se pudo cuestionar pues, según está escrito, antes de expirar exclamó: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Hoy, el mundo está tan ocupado en tratar de garantizar su supervivencia que se está olvidando de lo más importante, cual es, ahondar en su identidad espiritual.

Es una realidad que muchos de los cofrades que hoy procesionan se declaran ateos, sin más, o sencillamente reconocen no ser practicantes de religión alguna; y sin embargo, siguen ahí

A mi entender, nadie que no trascienda más allá de lo natural puede conocer y asumir su destino con la grandeza con que Jesucristo aceptó y asumió el suyo.

Y respecto a la puesta en escena que cada año, por estas fechas, hace Zamora de la Pasión de Jesucristo, permítaseme que reclame el digno reconocimiento que merecen quienes, sin duda con enorme tesón, pusieron en marcha tal representación hace ya muchos años (algunos se remontan al año 1273 para datar sus orígenes). Reclamación que hago extensiva para todos cuantos han sabido perpetuar tal tradición a lo largo de los siglos, fundando, dirigiendo, o siendo participes en cuantas hermandades, cofradías y congregaciones han procesionado o siguen haciéndolo.

De la Semana Santa zamorana, como manifestación de la religiosidad popular católica, se puede decir que es fiel reflejo de la seña identitaria del pueblo zamorano, que fue y es, si no profundamente religioso, si muy tradicional, cultural y socialmente hablando; de ahí que no sea el fervor la característica más común entre los hermanos que acompañan a los pasos de las distintas cofradías, sino el empeño por pertenecer a ellas, para seguir perpetuando la tradición, en muchos casos familiar, de hacer gala de la condición de semanasanteros.

Últimamente, y para disgusto de algunos, cada año se aviva más el debate acerca de si ha ido decreciendo, o no, la devoción en favor de lo folclórico, e incluso de lo pagano, por lo que actualmente, todos los que vivimos en Zamora lo sabemos, rodea a la Semana Santa.

Es una realidad que muchos de los cofrades que hoy procesionan se declaran ateos, sin más, o sencillamente reconocen no ser practicantes de religión alguna; y sin embargo, siguen ahí porque, desde que fuera declarada de Interés Turístico Internacional, la Semana Santa zamorana es mucho más que la puesta en escena de la Pasión de Jesucristo, es una cita obligada no solo para los zamoranos que residimos en Zamora, sino también, y en gran medida, para los de la diáspora, y para los miles y miles de visitantes que año tras año se acercan hasta aquí, además de para ver las procesiones, para pasar unos días festivos con nosotros, degustando nuestra típica gastronomía y recorriendo nuestros alrededores, lo cual, sin duda alguna, aunque pueda suponer una merma del sentido religioso de nuestra querida Semana Santa, constituye una inyección de moral muy sustanciosa para la cada vez más paupérrima economía zamorana. Es el “precio” que tiene que pagar la Semana Santa de Zamora por haberse convertido en el mayor acontecimiento cultural, social y festivo de nuestra ciudad.

Sobre el valor artístico y patrimonial de las imágenes y esculturas que dan vida a los pasos que procesionan, aunque no soy el más indicado para referirme a él, creo poder decir que es incalculable, porque trasciende más allá de lo tangible, pues tiene una carga emocional que ni los más devotos semanasanteros podrían determinar, ni evaluar.

A pesar de todo lo referido, para no pocos zamoranos la Semana Santa es un motivo para reflexionar no solo acerca del sufrimiento que injustamente, o no, padeció Jesucristo (eso es algo que solo es entendible en su contexto), sino sobre el que, sin ningún merecimiento, padecen a diario millones y millones de seres humanos que vienen al mundo para no saber lo que es vivir sin sufrir.

Por cuanto ha quedado escrito, si hay justicia divina, solo queda esperar que tanto sufrimiento pueda ser el salvoconducto para la vida eterna. De lo contrario, que alguien me lo explique...

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