Buena jera

Cualquier tiempo pasado…

Añoranza de aquellas campañas electorales con muchos mensajes y poca crispación

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Luis Miguel de Dios

Luis Miguel de Dios

No soy muy de nostalgias ni de seguir el famoso verso de Jorge Manrique (“Cuan presto se va el placer/como después de acordado/da dolor/como a nuestro parecer/ cualquiera tiempo pasado/fue mejor”), pero cada vez que comienzan las precampañas y campañas electorales, o sea todos los días, mi memoria vuela hacia atrás hasta detenerse en épocas en las que las citadas campañas eran muy distintas a las actuales. O eso me parece a mí, que viví unas cuantas y me tiré horas y horas de mítines, ruedas de prensa, declaraciones aisladas, viajes, conversaciones distendidas con los candidatos, palabras para no publicar, discusiones, broncas, roces con los compañeros periodistas y con los jefes de comunicación de los partidos y un largo y enriquecedor etcétera.

Creo que ahora es muy diferente. Los partidos y los gabinetes de prensa hasta te mandan ya seleccionadas y expurgadas las valoraciones de los aspirantes, lo que equivale a decir que, en muchas ocasiones, quien decide qué palabras se emiten no es el informador, sino el candidato. Si sólo tienes esas frases, pues blanco y migao. Otro de los grandes cambios entre aquellas viejas campañas y las actuales es que antaño eran periodos excepcionales, mientras que hogaño lo excepcional son los días en que no se hace campaña; es decir, si a diario andamos metidos en mítines, actos electorales y demás, las campañas (y precampañas) pierden su razón de ser y su presunta eficacia. ¿Qué novedades va a aportar tal o cual candidato si está proponiendo o anunciando algo a diario y fiestas de guardar? Si suelta un día sí y otro también planes y promesas, ¿con qué nos va a sorprender cuando se inicie oficialmente la campaña electoral?

Y la crispación, ¡ay la crispación! Quizás sea por atenerme a un verso del “Martín Fierro” (“Olvidarse de lo malo/también es tener memoria”), pero la verdad es que no recuerdo mítines electorales cargados de insultos ni descalificaciones del rival. Sí recuerdo, en cambio, intervenciones llenas de mensajes, de anuncios en positivo. Y los echo en falta. Como le gritó un mexicano a uno de los oradores: “Dígannos cosas bonitas aunque sean mentiras”. Lo de las mentiras ya lo damos por supuesto. Tierno Galván lo resumió bien: “Las promesas electorales se hacen para no cumplirlas”. Y, en ese terreno, me acuerdo especialmente de una que hizo Manuel Fraga en Valladolid, donde prometió completar la inacabada catedral. Hubo quien se rió, pero muchos aplaudieron a rabiar aun sabiendo que aquello era un brindis al sol. En fin, lo de decir cosas bonitas.

Pero, claro, una respuesta es el escepticismo socarrón o la sonrisa de coña marinera ante anuncios de imposible cumplimiento y otra muy distinta cuidar las formas, respetar al de enfrente, rechazar las bromitas de sal gruesa que suelen camuflar improperios y groserías varias de difícil digestión. Y ahí hemos (han) ido para atrás. No pasa ni una hora en la que no oigamos palabras ofensivas, denuestos y unos “y tú más” que suenan a reconocimiento de la propia culpa, aunque menos fuerte y dura que la del rival de turno. Y se ha agriado tanto el panorama político que ya es muy complicado encontrar oasis de tranquilidad, de sensatez, de raciocinio, de pensamiento positivo. Ahora solamente se piensa para atacar, para embestir, que diría el gran Antonio Machado.

Y así nos vamos acercando hacia las elecciones municipales y, en algunas regiones, también hacia las autonómicas. Y cuando hayamos recobrado la respiración y el resuello, llegará la precampaña de las generales y volverá ese preocupante torbellino que nos envuelve. ¿Continuarán los insultos como gran lema de las campañas? Mucho me temo que sí. Y los que vivimos a fondo campañas de hace unas cuantas décadas seguiremos recordando tiempos en los que no valía todo, en los que los mítines tenían mucho de instructivos y muy poco de leña al contrario, al que aun no se le consideraba enemigo, como sucede ahora. ¿Cómo no entristecerse al comparar las intervenciones de Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga o Roca i Junyent con las que oímos (escuchar es más complicado) ahora?, ¿era necesidad dados los inevitables corsés de la Transición o la talla de aquellos políticos tenía poco que ver con la de algunos actuales? Juzguen ustedes mismos. Tenemos unos cuantos meses por delante para pensar y decidir.

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