Al grano

Ya no hay abuelas en los pueblos

En invierno las muertes duelen más y lloran las rosas que aún no están

Despoblación en Zamora.

Despoblación en Zamora.

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

En invierno las muertes duelen más. Es como si el acero invisible del frío clavara escarcha allí donde la herida está más tierna. La provincia se nos está muriendo por los pueblos. Paseas por ellos entre la niebla seca de este enero y no oyes llorar a los niños. ¿Acaso es que los niños ya no lloran? ¿Es que también Alexia está programada para poner sordina a los llantos de los pequeños? No. Es que no hay niños, no nacen bebés, no viven bebés en los pueblos, que se han ido a cantar a coro en los grandes hospitales de las mastodónticas ciudades, a los países del sur y del este, donde las mariposas viven entre el cieno de las flores de los árboles.

Ya apenas hay ojos sin lágrimas para llorarlos, no da tiempo, nos estamos acostumbrando a despedirlos a la carrera.

En invierno las muertes duelen más. Nuestros mayores se están muriendo a pares. Ya apenas hay ojos sin lágrimas para llorarlos, no da tiempo, nos estamos acostumbrando a despedirlos a la carrera. Los pocos curas que nos quedan van de aquí para allá, reventando agendas, para oficiar entierros a cualquier hora, rezando para que no coincidan varios muertos en varios pueblos, para poderlos enterrar envueltos en las letanías que aprendieron de niños y que tantos años han utilizado de mantras sanadores.

Ya no hay abuelas en los pueblos, solo madres; ya no hay nietos, solo hijos. Y llegará un tiempo cercano en que solo quedarán unas pocas mujeres y aún menos hombres, curtidos por la soledad y emborronados por los recuerdos que se irán deshaciendo a la carrera de lo acumulado durante el camino.

Y no, no lloran por la niebla, que anda prieta y casquivana este enero de muerte.

Los pueblos se llenarán de piorrea y paredes desdentadas y solo en las afueras crecerán cuatro casas de hormigón con enormes lonjas adosadas, donde vivirán los gestores agrícolas, energéticos y medioambientales que mantendrán sin lindes terrenos y huertos energéticos para llevar comida, oxígeno y energía a las grandes ciudades, donde los niños estudiarán cultura rural para memorizar que hubo unos valores que hicieron posible que el pasado no huyera por la gatera del olvido.

En invierno las muertes duelen más. Y se están acumulando este enero bobalicón que a la chita callando nos está dejando a la intemperie y está lastrando censos y, lo que es casi peor, se está llevando al limbo una forma de entender el mundo donde lo que contaba es lo que se veía y se escuchaba.

Hay días en que lloran las rosas que aún no están en las yemas invisibles de los rosales. Y no, no lloran por la niebla, que anda prieta y casquivana este enero de muerte.

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