Tragedia de Ribadelago en Zamora: "Hace 64 años... Buenos días, tristeza"

Esa estrella que alumbra nuestra pena e ilumina nuestros recuerdos.

María Jesús Otero

María Jesús Otero

Hace ya 64 años que ocurrió la tragedia de Ribadelago. Sesenta y cuatro años que la tristeza y la pena acompañan a los supervivientes de aquel acontecimiento trágico y doloroso; el tiempo no lo ha borrado ni siquiera lo alivia, está en su vida formando parte de su existencia lastrada y de su dañado destino. Desde aquel día llevamos, siempre con nosotros esta compañera inseparable, condición propia de cuantos han sufrido el baldón de una tragedia que ha golpeado con fuerza su vida y deben sobrevivir con el dolor crónico y la culpa de haberse salvado.

De todo lo que teníamos, lo único que nos queda es la naturaleza que siempre nos arropó, lo que nunca nos ha fallado, el bálsamo sanador y la joya que no pudieron llevarse los acreedores, el hilo que une aquel pasado en el paraíso de nuestra infancia con este estado de desconcierto y desarreglo en que se ha convertido nuestro pueblo y esta umbría en la que se ha transformado nuestra vida en él, el ligamento que nos salva de un desarraigo total que amenaza siempre con anular nuestra maltrecha identidad.

El lago, los montes, la sierra y las estrellas, son nuestros aliados en esta supervivencia. Por la noche, cuando las sombras acosan y se necesita luz espiritual, salgo a contemplar nuestro cielo plagado de estrellas sobre el lago, la Retuerta, el pueblo blanco y forastero y las laderas rotundas que nos rodean y sobre los restos del pueblo viejo. Veo las hondonadas de los tres ríos, y la silueta de la sierra con una aureola tenue. Busco hacia el norte La Osa Mayor, el carro, que se me figura que tira de nosotros y nos arrastra hacia arriba. Es un momento dichoso que me reconcilia con la vida y me siento unida a todos los que se fueron aquella noche más oscura y más triste y siento que todo el universo está ahí y nosotros en él, todos unidos.

Pero mi paseo visual, mi éxtasis, termina siempre en una estrella potente, más próxima que las demás. Su luz no es como las otras, no procede del cielo sino de nuestros ríos. Está situada en el punto medio entre el Cabril y el Moncalvo, el punto neurálgico de aquella enorme obra, en Mallatorre , hoy Pico del Fraile, es un faro que recuerda lo que ahí ocurrió a mitad del siglo pasado.

De repente el encanto se transforma en tristeza y la belleza en negrura. Esa estrella que tiene tal poder transformador y tan radical, señala en el horizonte de nuestra vida el lugar clave en la historia y en el desarrollo de aquel complejo Salto de progreso que hace sesenta y cuatro años nos destruyó.

Parece una fecha lejana pero no lo es para nosotros, es un presente continuo, la vida se ha comprimido y gira siempre en torno a ella, es el presente de un pueblo traumatizado. El agua que nos inundó vive con nosotros. Está integrada en nuestro ser.

Parece una fecha lejana pero no lo es para nosotros, es un presente continuo, la vida se ha comprimido y gira siempre en torno a ella, es el presente de un pueblo traumatizado. El agua que nos inundó vive con nosotros

Resulta imposible contener las emociones, difícil expresar y resumir los recuerdos intensos de aquellas obras que constituyeron el fondo del escenario de mi infancia — nací cuando empezaron, viví plenamente aquel periodo trepidante, sobreviví a la tragedia y me fui al año siguiente, en silencio, como todos. Mi niñez estuvo unida a Moncabril y determinada por ella. Esta determinación fue el final para muchos de mis amigos y vecinos.

Aquello fue un sueño que acabó en la peor de las pesadillas posibles : Un muro se rompe y se lleva todo lo que había sido tu vida, y surge otro más alto, más fuerte, que cierra el pasado. Delante, el paroxismo, y el camino incierto y árido del superviviente desolado, destruido.

No hubo rescate, ni rehabilitación, ni reparación digna, ni restauración de los jirones; no hubo salvación, seguimos atrapados en el trauma y en la pena.

Mientras recordamos a los 144 vecinos y amigos muertos, a nuestro pueblo desaparecido, los parajes irrecuperables, la vida que terminó aquel día y todas las humillaciones, sufrimientos e injusticias que tuvieron que soportar nuestros padres, los ojos se van humedeciendo y en la soledad lloramos alto expresando la desprotección, como cuando éramos niños, y la desesperanza de los mayores olvidados.

El dolor y el abandono crecen paralelos, y el olvido se traduce en la falta de una atención adecuada para un pueblo de sus características físicas y morales. Ribadelago viejo exhibe sus ruinas, sus solares con espinos, lugares intransitables y sucios, jirones y despojos colgados en el tiempo y en los barrios rotos del lugar arrasado por la tragedia El pueblo nuevo, con edificios públicos de la arquitectura de vanguardia de los años cincuenta, sin mantenimiento, jardines sucios y desatendidos, problemas con el agua de beber, y con la depuración, y otros derivados de la pérdida de valores y de respeto. Sobrevolando, la despoblación galopante y el vacío. Con él, el olvido.

Queridas autoridades, Ribadelago, no es un pueblo más, su atención y cuidado trasciende al Ayuntamiento y requiere de las entidades superiores el trato que merece por lo que dio, por lo que sufrió en pro del progreso de todos, por las promesas incumplidas y porque el Estado tiene la obligación de reparar en lo posible el daño inferido, a sus ciudadanos y de conservar la Memoria y el patrimonio.

Entonces no se reconoció merecidamente su dignidad y sacrificio, ahora tampoco.

Cada día, al abrir los ojos, especialmente estas fechas próximas al aniversario, sentimos esa profunda aflicción y como Cécile, en la novela de Françoise Sagan debemos saludar a nuestra compañera antes de entregarnos a los quehaceres cotidianos durante los cuales se disfraza de aparente normalidad: ¡Buenos días tristeza!

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