Sueño

Para respirar, nos creamos salidas que no existen pero que nos reconfortan

Seño.

Seño.

Ana Olivares

Ana Olivares

Debajo del ruido suceden cosas. Mientras seguimos pasando de una bronca a otra, sin pausa y sin clemencia, el resto de los nacionales intentamos sacar la cabeza con la mayor elegancia posible. Para que no se note. Para que no se den cuenta nuestros hijos de las apreturas, ni nuestros compañeros de trabajo de nuestros desvelos. Disimulamos. Hacemos como si no pasara nada mientras las reservas se nos agotan. Las del banco y las del ánimo que nos hace levantarnos todas las mañanas.

Podrían parecer dos elementos sin relación, pero lo tienen, desde luego. La razón, evidente, es que nuestros problemas, los de cada cual, aumentan en volumen y gravedad porque los que deben velar por buscar las soluciones están demasiado ocupados en gritar y vocear. En mentir y manipular. Ser persona de a pie te hace distinguir rápidamente cuáles son las necesidades urgentes de una sociedad. En mi entorno, mis cercanos y yo nos desvivimos por cuidar de nuestros mayores, dejando atrás horas de sueño y dinero. Siempre el maldito dinero que nos obliga a apretarnos cinturones propios y ajenos, mientras las facturas suben. Otros se preocupan, con razón, de que sus hijos no sean atendidos por su médico cuando caen enfermos. Y seguimos cayendo enfermos, aunque ya no salgan estadísticas en el telediario.

En los descansos de los combates políticos, se escurren noticias relacionadas con la salud mental de los españoles, del excesivo consumo de medicamentos para dormir, de adolescentes desnortados. No sé si sorprenderme de que España sea el país con mayor consumo de medicamentos contra el insomnio. Como ejemplo, este año se han vendido 800.000 mil complementos para inducir el sueño más que hace dos años. Estos productos se venden sin receta, pero todos sabemos que los que la exigen también son superventas. Al fin y al cabo, un 10% de la población es insomne, de forma crónica o aguda.

Si no dormimos, todo va mal, así que quizás debiéramos plantearnos por qué nuestra sociedad padece de insomnio. Nuestros ritmos no son naturales y lo estamos pagando con malestar físico o mental y falta de productividad. Los horarios son salvajes, al igual que las exigencias del día a día. Pocas veces cerramos el día con todo lo que había por hacer en la casilla de “hecho”, así que nos lo llevamos a compartir almohada. Eso, y los padres enfermos o el niño con problemas. Todo ello, sin entrar en existencias más interesantes, que las hay, bien lo sé. De lo de llamar al médico para intentar mejorar la solución, mejor no hablamos. El análisis de cada situación implicaría tiempo, estudio de los problemas estresores, probablemente terapia psicológica. En un país con un tercio de psicólogos clínicos de la media europea, no parece buen negocio. Sobre todo, cuando tienes que pagártelo. Si sigues las noticias, dormirás aún menos. La pandemia pasó, o eso parece, pero nos ha dejado tocados. Tuvimos el tiempo para pensar y replantearnos la vida para retomarla del mismo modo, o peor, que cuando pulsamos la pausa.

Placeres que nos hacen vivir, aunque sea en pequeñito y a bajo precio. Esos que me permiten dormir y, quizás, soñar. A pesar del ruido

Desde hace tiempo tengo una fuerte sensación de irrealidad al enfrentarme a los deberes diarios. Tantos acontecimientos vividos en los últimos años que, a pesar de haber dejado su huella, parecieran fruslerías que debemos olvidar y seguir como si nada y, sin embargo, me hacen mirar y ver con escepticismo acrecentado. Los amaneceres me resultan milagrosos y acabo sonriendo como una boba por cualquier evidencia de que, más allá de nuestros problemas, la vida, la de verdad, sigue adelante. Probablemente si hubiera psicólogos a mi alcance y tuvieran hora libre, encontrarían mucho con lo que elaborar un dossier a mi nombre. Probablemente la culpa vuelva a ser de la fabulación.

Ante la ausencia de servicio psicológico cada uno crea sus muletas a la altura de su síndrome, porque, seamos sinceros, si despojamos de la música nuestro día a día, acabaríamos peor de lo que ya estamos. En definitiva, cada uno cultiva sus esquinas de satisfacción, aunque sean diminutas, para poder seguir levantándose cual soldado fiel al oír el despertador cada mañana. Y no se trata de poner en la balanza desgracias propias y ajenas, porque todos llevamos lo nuestro, pero es innegable que no lo llevamos del mismo modo. Más allá de caracteres y aprendizajes, quiero pensar que se debe a que fabulamos nuestra vida de forma diferente. La literatura. Para respirar, nos creamos salidas que no existen pero que nos reconfortan, aunque solo sea en nuestro imaginario, y nos ayudan a escapar de las cuevas oscuras cuando descansamos de saltar obstáculos diarios, de todo color y forma. Bienvenidas sean. A veces se nos olvida, se me olvida, que esa es la vía para seguir adelante a pesar de todo y que tenemos que seguir asiéndonos a esos pequeños placeres irreales que nos enganchan a la vida, que nos hacen resistir. Placeres que nos hacen vivir, aunque sea en pequeñito y a bajo precio. Esos que me permiten dormir y, quizás, soñar. A pesar del ruido.

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