Opinión | Buena jera

Luis Miguel de Dios

Este año tan raro

Afrontamos el 2022 con más incertidumbre y zozobra que ilusión; la realidad manda

Zamoranos pasean con sus mascarillas por la ciudad en una imagen de archivo.

Zamoranos pasean con sus mascarillas por la ciudad en una imagen de archivo.

Suspendidas campanadas y cotillones en muchos lugares y aumentando y aumentando los positivos, hemos entrado en el 2022 con una sensación extraña que no se parece en nada a la que nos traían los cambios de año antes de la pandemia. Tenemos que repetir eso de felicidad, prosperidad y demás, pero no podemos repartir abrazos como nos gustaría ni estar tan cerca de amigos y familiares como acostumbrábamos. Hay ilusión, ¡cómo no va a haberla en Nochevieja!, pero no es lo mismo, no, que en otras ocasiones. Y no lo es porque estamos plenamente inmersos en las dudas y la inquietud que reinan en estos tiempos turbulentos en los que el COVID marca el camino de todas las sociedades, incluidas estas occidentales donde nos creíamos a salvo, incluso de nosotros mismos, que somos los más peligrosos.

Los años nuevos solían traer lleno el baúl de las esperanzas; esperábamos (o eso decíamos) mucho, quizás demasiado para la simpleza que supone pasar la hoja del calendario y tirar los almanaques viejos. Nos hacíamos excelentes propósitos, que generalmente, abandonábamos después de Reyes y confiábamos en que los días y meses venideros iban a arreglarnos los problemas pasados, presentes y futuros. Y todo por arte de birlibirloque, por un milagro que tan solo requería espera y confianza en el año entrante. ¿Poner algo de nuestra parte? Psss, ya veremos. ¿Por qué voy a cambiar yo si no cambian los demás?

Hay quien piensa que los confinamientos, el impacto de la pandemia, pueden traernos tranquilidad en este terreno. Tengo mis dudas, pero dejo abierto un resquicio a la esperanza. Tal vez el 2022 nos ayude un poco

Somos conscientes (unos más que otros) de que estamos en una sociedad imperfecta, con muchos fallos y demasiadas desigualdades, pero no parecemos muy dispuestos a arrimar el hombro para mejorarla. Hay excepciones, claro que hay excepciones, pero la tónica general no invita al optimismo, especialmente cuando comprobamos que a muchos de nuestros próceres, gerifaltes y dirigentes les importa menos el bien común que sus intereses personales y partidistas. Pero les hemos entregado los resortes del Poder y en bastantes ocasiones, demasiadas, nos vemos indefensos. Además, y por razones difíciles de entender, nos hemos desentendido de la Rex Pública, la Cosa Pública, y hemos dejado todo en manos de los que nos gobiernan: que lo arregle el Estado, que lo pague la Junta, que me lo dé la Diputación, que lo solucione el Ayuntamiento, que lo hagan los del paro, que para eso cobran… Son frases que se oyen casi al minuto y que indican cuál es nuestra posición ante los problemas comunes. ¿No tenemos nada más que hacer?, ¿no vamos a implicarnos más?

Otra cuestión preocupante (y que no creo que vaya a resolver el 2022) es el dominio del tiempo. El tiempo es el que es, pero nosotros queremos que sea el que deseamos. Vivimos, también con excepciones, acelerados, muy acelerados. Hay que llegar enseguida, hay que volver urgentemente, hay que hacer tantas cosas en tantos minutos, hay que ir corriendo, hay que entrar rápido, hay que salir cuanto antes porque necesitamos estar en otro lugar ya, ya mismo, pero que ya, sin demora, sin parar. Y al final, si nos preguntamos qué hemos hecho, tal vez solo podremos decir: correr, intentar atropellar el tiempo, buscar que lo días duren más de 24 horas. Hay quien piensa que los confinamientos, el impacto de la pandemia, pueden traernos tranquilidad en este terreno. Tengo mis dudas, pero dejo abierto un resquicio a la esperanza. Tal vez el 2022 nos ayude un poco.

Este asunto, que parece una nadería pero tiene gran importancia, lo abordaremos mejor si nos da por leer un libro impactante: “La vida pequeña”, del soriano José Ángel González Sainz. Subtitulado “El arte de la fuga”, es un canto a la normalidad, al reposo, a la reflexión como forma de enfrentarse a males tan extendidos como la aceleración, la perdida y tergiversación de la realidad, la mentira, el cinismo, el trastoque de la escala de valores, la banalización de lo que antaño era (y tendría que continuar siendo) motor de nuestras vidas…Conviene disfrutar del libro en pequeños sorbos; nada de atiborrarse de muchas páginas seguidas. Leer uno o dos de sus breves capítulos y digerir lo leído, meditar y esperar un tiempo (¡ah, el tiempo, el manejo del tiempo, el gozar del tiempo sin prisas ni apreturas!) para volver a recrearse en otras líneas y apartados de la obra. “La vida pequeña”, pese a ser un ensayo, está teniendo cierto éxito editorial, quizás porque el autor acierta en su propuesta de soluciones para los agobios que nos atosigan a diario y nos impiden ser nosotros mismos.

Y no le pidamos al 2022 más de lo que puede darnos. Pongamos el resto de nuestra parte. ¿Es mucho pedir?