Una vez traspasada la zona que conecta la ciudad con la Catedral, accedemos al espacio de parque al que he hecho referencia en algún artículo con las vivencias que tuvimos de joven con los compañeros de colegio. El paisaje de este parque llamado de Mola era bastante distinto del actual, predominaban los setos altos de arizónica, que creaban como plazoletas con bancos, que obviamente fueron eliminados, todo para mayor observancia de la Moral. En una época que trabajé en el Ayuntamiento comenté con los jardineros el poco progreso de su arbolado. Por lo visto, desde la superioridad controlaban rígidamente los gastos del agua para riego. En el panorama actual, el atraso vegetal es todavía más patente. Es otro aspecto más de la escasa consideración que ha merecido esta zona del entorno de la Catedral y Castillo por parte de la ciudad; zonas que estaban llamadas a convertirse en el núcleo urbano de mayor significado, dentro del casco antiguo. Si a la parquedad de su acompañamiento vegetal, le añadimos ahora la falta de un uso específico de tipo cultural en los restos edificados del Castillo, el panorama negativo es concluyente.Y confirma que la definición de los límites del tejido residencial en esta zona de acceso a la Catedral excluye cualquier espacio urbano y edificaciones fuera de estos límites. La secuencia del espacio de parque en la actualidad, nos confirma que estamos ya en la periferia de la ciudad, en donde unas esculturas sueltas tratan de compensar el escaso trazado que ofrecen contadas especies vegetales. No conozco el proceso que ha llevado a convertir el denominado Castillo en un yacimiento arqueológico, cuando la idea original era el de darle nueva vida, con un uso cultural como el que tuvo cuando era Escuela de Artes y Oficios. Pienso que habrá razones poderosas para haber dedicado tan importante financiación para exhibir ese oculto legado. Echo de menos las soluciones que se adoptaron en los Museos de Mérida y en el Partenón de Atenas, en que el suelo de planta baja se ha hecho trasparente lo que permite contemplar el legado arqueológico del subsuelo.

Despues de este paseo por estos confines de la ciudad, que en su momento fueron el núcleo que la vió crecer, se me alza una proclama que me llega desde las profundidades del alma con su carga de amargura y me hace pensar de que nunca vi castillo alguno, en que sus banderas no pregonasen la esencia y presencia de sus ciudadanos y su pasado. Orgullosas, ondean sin cesar al viento, impasibles ante el paso de los tiempos.

Aquí, parece que las banderas se abatieron hace tiempo en el pasado.