Quintos octogenarios

16 hombres y mujeres nacidos en 1943 en Pajares de la Lampreana se reencuentran para celebrar juntos sus 80 años

Los quintos de 1943 de Pajares de la Lampreana, ante la Virgen del Templo. | Cedida

Los quintos de 1943 de Pajares de la Lampreana, ante la Virgen del Templo. | Cedida / Gerardo González Calvo

Gerardo González Calvo

Con una misa en la parroquia de Pajares de la Lampreana y una comida en el bar La Timba de Cerecinos del Carrizal 16 hombres y mujeres celebramos los ochenta años. Nacimos 48 en 1943, cuando en el pueblo había cinco escuelas y la población rondaba los 1.300 habitantes. La mayoría se vieron obligados a emigrar con sus padres en los años 60 del siglo pasado para encontrar un trabajo en diversas regiones españolas, sobre todo en el País Vasco y en Asturias. Contribuyeron con su mano de obra al desarrollo industrial de esas regiones, favorecidas con unos planes de desarrollo que por desgracia no se implantaron ni en Zamora, ni en otras provincias castellanoleonesas.

En esta época estival los octogenarios vemos corretear a los nietos por el pueblo, porque la inmensa mayoría tenemos la casa familiar como segunda vivienda, modernizada y confortable. Es probable que en Pajares se triplique la población de 300 habitantes en este mes de agosto, en el que se celebra la Semana cultural, que inició su andadura hace ahora 40 años. Son las jóvenes quienes han tomado el relevo de esta iniciativa tan entusiasta y participativa.

En Pajares hubo media docena de comercios a mediados del siglo pasado. Desde hace algunos años, cuatro días a la semana llegan al pueblo vendedores ambulantes con toda clase de productos: fruta, carne, embutidos, pescado fresco y congelado, etc. Antaño solo pañeros, hueveros, capadores y afiladores asomaban por el pueblo. Hubo un caso singular: un hombre sin piernas llamado Ladis recorría las calles vendiendo coplas; iba sentado en un carromato tirado por un poderoso mastín.

Como zamoranos austeros y laboriosos, muchos de los padres de los octogenarios y coetáneos pajareses consiguieron no solo salir adelante, sino también favorecer la educación de sus hijos: algunos de ellos cursaron magisterio y carreras universitarias, otros aprendieron un oficio y se colocaron con sueldos bien remunerados. Hubo incluso quienes se hicieron autónomos y montaron algún próspero negocio tanto en Asturias como en Bilbao. Uno de ellos, Feliciano López Fradejas, inventó una máquina semiautomática para enlatar tomates, pimientos, chorizos, etc. Fue a trabajar a Bilbao con las manos en los bolsillos. Octavio Alonso Reguilón, que de joven fue con sus padres y hermanos a Asturias, trabajó en una de las mejores tintorerías de Oviedo y la compró varios años después. Ambos tienen casa en Pajares y pasan largas temporadas en el pueblo.

El mercedario pajarés, P. Orencio Temprano, elogió en la homilía de la misa la ardua labor de los octogenarios que con tanto tesón conseguimos labrarnos un porvenir fuera del pueblo sin olvidar nunca nuestras raíces, ni nuestro acervo cultural. No habló de ello, pero sabe muy bien que en Pajares tenemos un léxico de entronque asturleonés con palabras tan genuinas como forfajas (migajas el pan), hurmiento (levadura) y arrosiar (enrojar el horno) y frases proverbiales como "a qué asunto" (de ninguna manera), "pos luego" (cómo no), "buena jera" (llevarse bien), "tomar el rebojo" (merendar), "dejar las ventanas espalancadas" (abiertas de par en par), "a zurrón tira el nombre" (palabra con significado no igual, pero parecido).

Hubo una comida exquisita y abundante, preparada por Deli y servida atentamente por su hija Zanit. Afloraron recuerdos y anécdotas de niñez y juventud.

Algunos mencionaron juegos de antaño ya desaparecidos, como la hinca, el pico, zorro y zaina, la luz, el marro, la bigarcia, el patacón, el gua con los chiquilines o canicas, los alfileres, el burro, la raya, las treinta y una, el salto de la bomba, el diablo o diábolo, el castro o tres en raya, la chita o rayuela… Otros evocaron la época en que una treintena de niños iban todos los días a comer y a cenar al comedor del Auxilio Social. Se recordaron algunas travesuras como la cantecina o pedrea, el lagarejo durante la vendimia, la caza de pardales y tordos con el picapán o ballesta y, los más hábiles, con el tirafleches o tirachinas.

Han cambiado mucho los tiempos y las costumbres. Nuestros nietos más jóvenes juguetean ahora con los móviles y llenan de algarabía las plazas y las calles. La mayoría de los quintos octogenarios volveremos con nuestros hijos y nietos a la ciudad después del 8 de septiembre, día de la feria en Pajares. Me comentan apenados algunos pajareses que prevalecerá la monotonía y la soledad en este pueblo de la Zamora vacía, que ahora rebosa alegría y juventud.

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