Los veterinarios siguen advirtiendo de la expansión de la EHE: "La situación es dantesca"

La Enfermedad Hemorrágica Epizoótica pone en vilo al mundo rural mientras ganaderos y veterinarios trabajan, con falta de medios, pero sin descanso, para prevenir la afección

El veterinario inyecta medicamentos a una vaca infectada de Ehe en una finca de la comarca de Ledesma

El veterinario inyecta medicamentos a una vaca infectada de Ehe en una finca de la comarca de Ledesma / JESÚS FORMIGO

Alba Familiar

Un pequeño arco de hierro con motivos porcinos y encinas da la bienvenida a Trabadillo. Entre las ruinas de lo que en su día fue un municipio destaca una casa cuya fachada adornan flores. Allí ya solo quedan Lucio y su mujer, en un pequeño rincón del campo charro al que se llega atravesando casi una decena de kilómetros por caminos tras un desvío en la carretera cerca de Ledesma. Él se ríe cuando le preguntan en qué pueblo se encuentra. “Pueblo, si así se puede llamar a esto”, bromea. 

Más allá de su casa, centenares de hectáreas componen su explotación ganadera, colindante con otras tierras dedicadas a la misma finalidad. Al atravesarlas, el duro panorama que vive el campo es evidente, y algún cadáver vacuno en estado de descomposición se deja ver cerca del camino, a la espera de que el servicio de recogida de animales pase a por él. Un servicio que se encuentra saturado, y cuya frecuencia ha aumentado hasta una quincena de días entre retirada y retirada. Lo bueno, admiten en la zona, es que los buitres continúan con su ciclo natural. 

La explotación de Lucio ha tenido la suerte, por el momento, de librarse de muertes en sus cabezas de ganado debido a la Enfermedad Hemorrágica Epizoótica (EHE), aunque cuenta los casos por decenas. Entre él y su mujer poseen unos 600 ejemplares, y calculan que alrededor de 60 han enfermado en los últimos meses debido al virus transmitido por los mosquitos del género culicoides procedentes del norte de África. 

El veterinario inyecta medicamentos a una vaca infectada de Ehe en una finca de la comarca de ledesma

El veterinario inyecta medicamentos a una vaca infectada de Ehe en una finca de la comarca de ledesma / JESÚS FORMIGO

"Una auténtica locura, imposible llegar a todo"

La de Trabadillo es una de las explotaciones ganaderas que Miguel Ángel García, veterinario clínico de Servet, trata desde hace más de 20 años en la salmantina zona de Ledesma. En una jornada normal, vacuna perros, más de un centenar de cerdos, saca muestras de sangre a terneros o chequea a los caballos. Tareas que realiza en entre otras seis y ocho explotaciones más al día, y a las que se suma el trabajo añadido desde que estalló la EHE.

La figura de los veterinarios clínicos en el campo es la otra cara a la que ha afectado esta enfermedad, que perdura gracias a la combinación perfecta entre temperatura, humedad y duración de las altas temperaturas durante tiempos cada vez más prolongados debido al cambio climático. “Nosotros declaramos el primer foco de la enfermedad a finales del mes de julio. A finales del mes siguiente, ha sido una auténtica locura, es imposible llegar a todo”, explica a Ical Miguel Ángel García, quien agradece la ayuda de ganaderos como Lucio. 

Un animal afectado por EHE.

Un animal afectado por EHE. / JESÚS FORMIGO

En un primer momento, recuerda, eran los veterinarios clínicos quienes atendían los primeros casos y distribuían productos entre los ganaderos debido a la facilidad de identificar a las vacas malas, para que así ellos pudieran inyectarles antiinflamatorios y ser los profesionales quienes atendían los casos más graves. “El coche no bajaba de 130 en ese mes y medio, da igual por caminos que por carreteras, pero es que no llegas”, reconoce. Ahora, las prisas continúan, y es difícil seguir su furgoneta entre los baches de las sendas. 

Las condiciones laborales del sector agravan una situación en la que la falta de personal y de medios ha llevado tanto a ganaderos como a veterinarios a necesitar ayuda psicológica. “Cuando ves los casos es devastador, emocionalmente te deja hecho polvo, todo el día viendo estos animales, cuando llegas a casa de lo único que te dan ganas es de echarte a llorar”, admite el profesional, frente a una realidad que califica de dantesca, y que azota en el “peor momento del campo”. 

El veterinario en una explotación luchando contra el EHE.

El veterinario en una explotación luchando contra el EHE. / JESÚS FORMIGO

Situación desbordada

Ante esta situación, su reivindicación es clara. Solo pide que se les tengan en cuenta, ante una enfermedad en el que, explica, el principal problema ha sido el fallo del Sistema de Alerta Sanitaria Veterinaria (Rasve). Una red que empieza y acaba en el veterinario clínico, quienes detectan los casos y los combaten día a día, pero de quienes demanda que “jamás se ha contado con la opinión ni con la experiencia de los veterinarios que estamos en el campo”, por parte de los comités de expertos en los que se encuentran involucradas administraciones tanto centrales como autonómicas y locales. 

“Esto ha terminado desbordando la situación y que no se tenga una idea real desde las propias administraciones de lo que de verdad está sucediendo”, advierte el veterinario, quien pone, al igual que sus compañeros, su disposición para ayudar, pero demanda también unas condiciones dignas para poder realizar su trabajo. Inversión en la infraestructura de las comunicaciones, en la mejora de las comunicaciones telemáticas, y en la mejora también de las condiciones de la ganadería para que puedan ofrecer un salario digno a los recién licenciados. 

Una vaca en una dehesa durante la explosión de la EHE.

Una vaca en una dehesa durante la explosión de la EHE. / JESÚS FORMIGO

Para estos profesionales la EHE es un añadido más a todo el trabajo, al que se le suman otras problemáticas como la vacunación de la lengua azul, de la que antes se encargaba por completo la empresa contratada por la Junta de Castilla y León, mientras que la situación actual ha propiciado que solamente puedan hacerlo cuando pasan por saneamiento. Del resto, se ocupan los veterinarios, que deben cobrar este servicio al ganadero. 

Tuberculosis bovina, “entre la espada y la pared”

Entre las enfermedades que azotan al vacuno destaca también la tuberculosis bovina, que en los últimos años ha sufrido un repunte considerable, y que sitúa también a estos profesionales “entre la espada y la pared”. “La ley hay que cumplirla, hay una norma de cómo se realiza la campaña, pero ante la tesitura en la que estamos creo que hay que hacer algún cambio”, señala García, pese a que no ve el camino correcto ni la burocracia con la que responden desde Bruselas ni las protestas violentas. 

“Nosotros estamos apoyando que se investigue la vacunación en las vacas, pero lo que no se puede hacer es tratar a la ganadería extensiva igual que la intensiva porque la problemática es totalmente diferente”, explica, apoyando el sistema extensivo como “la vida en libertad, sostenible y más ecológico”. Pero este apoyo necesita, en sus palabras, “comprender también los problemas que tiene, y atacar una enfermedad como la tuberculosis requiere utilizar todas las herramientas disponibles”.

Par ello, aboga por la investigación y el desarrollo de estas vacunas para poder conseguir permisos para poder utilizarlas. “Lo que se pretende no es ni levantar la mano ni pasarse siendo severos, sino el hacer las cosas con un poquito de lógica. La prueba de la tuberculosis lleva aplicándose desde los años 20, en casi 100 años creo que algo hemos avanzado”, recalca. 

Una enfermedad con baja mortalidad, pero graves consecuencias

Entre todas estas sintomatologías, la EHE ha agravado la situación del campo en la actualidad. Guiados por Lucio, un recorrido en su viejo Nissan Patrol basta para aprender a diferenciar el ganado afectado. Los síntomas son muy variados, según explica García, y empiezan generalmente por mucosidad, inflamación de la lengua, las encías y babeo, o la inflamación del rodete coronario, la zona donde nace la cápsula de la pezuña y provoca cojeras muy intensas. La enfermedad continua con fiebres bastante elevadas, con hemorragias internas en diferentes órganos, entre ellos el útero. Cuando una vaca está preñada, puede provocar el desprendimiento de la placenta, adelantando así el parto o provocando el aborto. 

Bajo las encinas, algunas vacas permanecen aisladas del resto, con la zona abdominal hundida, marcando sus costillas. En los primeros días, pueden llegar a perder la mitad de su peso. Desde la incubación, la enfermedad dura entre una o dos semanas, y culminará con la superación o la muerte. 

El tratamiento del que disponen los veterinarios es únicamente antiinflamatorio, al que se añade el uso de antibióticos para evitar infecciones bacterianas. En la actualidad, solo existe una vacuna desarrollada en Japón contra el serotipo 2, mientras que, en España, “aunque la información nos llega a cuentagotas”, el serotipo que afecta al ganado es el 8. 

Sin datos oficiales, García afronta la mortalidad del ganado como “baja”, aunque reconoce que “no es asumible para el ganadero”. Así, sitúa la media en torno a un dos o tres por ciento, siendo del cinco en los casos más graves. Pero en una provincia como Salamanca, con 600.000 cabezas de ganado, supondría la muerte de más de 12.000 animales. 

“El problema es muy variado. Al final los animales muertos son los menos problemáticos. Es duro decirlo, pero esto es como una guerra, cuando un soldado se muere te olvidas de él. El problema es el soldado que ha quedado herido, hay que ir a buscarlo, recogerlo, curarlo…”, continúa García, quien argumenta que una vaca muerta en buenas condiciones supone un precio de mercado de 1.500 euros, al que habría que sumarle los terneros que no va a poder dar. El problema se multiplica cuando la vaca cae enferma, en un momento en que la previsión es que un 30 por ciento de los animales de cada explotación pasen la enfermedad. 

Falta de recursos económicos, de personal, información y medios componen la otra cara de la EHE que azota con fuerza. Ha pasado el mediodía cuando Miguel Ángel se dirige hacia otra explotación ganadera para inyectar antibióticos a una vaca infectada. Un ejemplar de unos 600 kilogramos que le recibe agresiva, fruto de los síntomas de la enfermedad. Después de tratarla, el veterinario rechaza la invitación a un café, debido a la faena que tiene por delante. Momentos antes, bromeaba con que ahora solo trabajaban “media jornada”. Unas 12 horas diarias, que intentan compensar con los turnos en las guardias, cada vez más ajetreadas. “El campo está viviendo su peor momento”, vuelve a insistir. Del otro lado, su profesión les tiende la mano, agotados, pero conscientes de la importancia de su trabajo para intentar preservar la salud de estos animales.