Al grano

Zamora es otoño

Flota esta provincia en el sobaco de esta España senil a la que quieren llevar al asilo

Zamora es otoño, este otoño, el de hoy, de cielos emborronados y lluvias miedosas que nunca llenan el pluviómetro.

Zamora es otoño, este otoño, el de hoy, de cielos emborronados y lluvias miedosas que nunca llenan el pluviómetro. / R. G.

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

Zamora es otoño, este otoño, el de hoy, de cielos emborronados y lluvias miedosas que nunca llenan el pluviómetro. Es esta sensación de caída hacia un abismo incorpóreo, que no se ve, pero que se siente como el aire del norte —frío y tibio a la vez, mediopensionista— cuando sale de una boca entreabierta.

Flota esta provincia en el sobaco de esta España, aquejada de demencia senil, a la que quieren llevar al asilo quienes no tienen, ni quieren, otra de recambio. Zamora es tiempo suspendido en el tiempo, el trampantojo de la espera engañosa de Godot, crisálida del pasado; es buscar culpables de no sé qué sin ahondar en uno mismo. Siempre es responsable de no hacer quien está al otro lado, el vecino, el político falaz, el dirigente conmilitón que olvida su función en beneficio de él mismo y del partido (he escrito partido, que no entero) que lo sostiene.

Nunca es pronto en esta provincia, manoseada desde siempre, reina de informes y diagnósticos, a la que leguleyos y tecnócratas de culo gordo quieren reconducir hacia el buen camino, como si alguna vez hubiera enfilado la senda correcta, como si alguna vez se hubiera librado de aquellos a los que gusta empujar y poner zancadillas.

El cielo no siempre valora a los pobres de espíritu, que también hay un rincón bien poblado de engreídos y soberbios (en su primera acepción, me refiero).

Su gente —nosotros— se aplica más en escoger las piedras que hay que picar que en ponerse a la tarea. Nacimos más para obedecer que para mandar, para ser machacados que para machacar, aunque hay excepciones, que el cielo no siempre valora a los pobres de espíritu, que también hay un rincón bien poblado de engreídos y soberbios (en su primera acepción, me refiero).

Resulta imposible liberarse de un corsé cuando ha hecho callo y sus orillas han crecido haciendo cuña.

Solo se consigue cortando las ataduras con un objeto punzante y eso, aquí, no lo vamos a hacer, que somos de los pacíficos que conquistarán el cielo bajando la cerviz y abriendo el agujero del alma.

¿Y todas estas disquisiciones tan pesimistas y afiladas? Pues eso, que ahora sí ha entrado el otoño, alguien ha bajado las persianas y uno, que tira al monte, pues vuelve a lo de siempre, a quejarse y a no hacer, que eso se nos da de maravilla a los zamoranos.

"Tú di lo que quieras, qué para el caso que te hacen...", coinciden Valentina y Jose Ignacio. Y tienen razón. La misma que yo. La razón de los humildes y los miserables (en su quinta acepción).

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