T odo el mundo lo tiene asumido: "Uf, vas al médico, pues ya hiciste la mañana (o la tarde)". En la tarjeta lo pone muy claro: a las diez y media de la mañana del día 2 de junio. A esa hora estás en la consulta y te encuentras con más de una veintena de personas en la sala . "Tranquilo, que todavía hay un montón de gente que está de las nueve y media". Y allí sigues. De media, algo más de dos horas de espera. Y así siempre. Y nadie dice nada. Todos admitimos que el retraso normal está en eso, en dos horas y lo que cuelgue. A fin de cuentas, en una consulta médica todos perdemos algún jirón de dignidad y una actitud dócil suele dar buenos resultados.

Intentas averiguar por qué nadie pone remedio a una cuestión que no parece tan difícil. En vez de llamar (por escrito) a no sé cuentos pacientes a la misma hora, que se divida la franja horaria, que se ajuste la lista. Pues no. Los propios sanitarios (también víctimas) consideran que no hay nada que hacer: "Eres un iluso, esto no hay quien lo cambie, las cosas están así desde hace años y así seguirán", te dice una enfermera curtida en mil batallas y tratos con pacientes. Inquieres una explicación: "Está claro, quien programa las consultas siempre incluye en la lista un número excesivo de pacientes, pero lo hace porque el que está arriba se lo exige con el fin de reducir la lista de espera, ah la lista de espera, ahí topamos con la política", me asegura la misma ATS. "¿Pero no hay un sindicato que vele por los intereses de los sanitarios y los pacientes?", pregunto. "Bueno sí, lo dicho, un iluso, parece que tienes 18 años, esto no hay quien lo arregle, es el sistema", sentencia.

En la sala de espera dormita gente mayor, apagada por los años y los dolores, que apenas se tiene sentada. Todo el mundo mira el reloj. Nadie dice nada. Ah sí, un hombre nervioso en la última fila de sillas exclama para que lo oigan: "Esto es una vergüenza, nos ningunean, nos machacan". Nadie dice nada. Es el sistema.