Opinión

Tristes tragos del exilio

CARTAS

CARTAS

"Después de los años desesperados de su propia guerra, después de seis años de la represión en el interior de España y seis años de horror en el exilio, estas personas permanecen en el exilio, estas personas permanecen intactas en espíritu. Están armados con una fe trascendente, que nunca han ganado y, sin embargo, nunca han aceptado la derrota" (Martha Gellhorn, 1908-1996, mítica corresponsal en la Guerra Civil de España, y Segunda Guerra Mundial en Europa).

En este noventa y tres aniversario de la proclamación de la II República Española, mi memoria me arrastra a mi extrañamiento en México. Pongo empeño en no olvidar jamás a aquellos republicanos españoles que, habiendo perdido la guerra, penaron su vida en el exilio, hasta que les llegó la hora de su muerte. Gente que me acogió con los brazos abiertos, y me abrieron su corazón repleto de saudades de su tierra lejana. Hoy son legión de soldados sepultos en la fría y lejana periferia de la Memoria Histórica. Son restos que no yacen en fosas comunes, o en cunetas donde crece la amapola ibérica. Los cubre un manto de tierra ajena, coronadas por las lápidas del olvido, convertidos en polvos irrecuperables. "Sin resolver su memoria histórica, España no avanzará nunca" (Ian Gibson).

Hoy, más que nunca, estas letras mías ponen acento en recuperar su memoria, su dignidad, como la de sus deudos que aguardaron, inútilmente, su regreso y lloraron, quedamente, en el silencio de la larga noche de piedra, su forzosa lejanía. Ellos son los otros desaparecidos de aquella oprobiosa dictadura que se antojaba no tener fin. Permítaseme, pues, rendirles un humilde como sincero homenaje a aquellos exiliados republicanos españoles en México. Y quiero hacerlo dando la imagen y la palabra de Marquina, Soler, Rodríguez, De Dios, con quienes compartí tertulia en el "Café La Granja", en la villa de Córdoba, cuna cafetalera en el Estado de Veracruz. Fue mi primer contacto con el exilio español en México. Querían ver en mí en un legatario de su lucha, de sus ilusiones frustradas. Dura tarea la mía en no desvelarles que mi generación luchaba por un futuro de libertades, sin tener en cuenta aquel pasado republicano. Más, yo no podía olvidar los valores republicanos con los que había sido educado.

Les prometí a aquella entrañable peña traer su saudade y amor a su tierra cuando pudiese volver. Amnistiado volví a España, y en su recuerdo deposité amapolas en las ruinas de Belchite. Allí empuñó sus armas Marquina, quien me confesara que su ceguera era debida a la sequedad de sus ojos, por tanta lágrima vertida en el exilio. Hoy, lloro de alegría a recordarles su bonhomía y a su lealtad a los principios democráticos republicanos.

Abelardo Lorenzo

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