Opinión | Escalera hacia el cielo

Estos días turbios y este sol de la vejez

Machado ayuda a ilustrar una incertidumbre climática en la que los físicos son el nuevo oráculo de Delfos

Ilustración

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Mi infancia no es el recuerdo de un patio de naranjos, como tampoco ensalzo las bondades de una Sevilla sin sevillanos. No elegí donde nacer, así que el dios ciego Destino, hijo de la noche y el caos, decidió que lo hiciera en Triana, pero sin concederme ni un ápice de ese arte que se supone es marca de la casa.

Así y con todo, sé bien que para algunos la Semana Santa significa mucho más que unos meros días festivos en los que dilapidar la paga. Por lo que, de una pastora, nunca suficientemente harta de lluvia, a todos esos cofrades compungidos e impotentes frente al imperativo climático: mis más sinceras condolencias. Ya saben cómo se siente la resignada gente del campo, todo el año trabajando para nada.

Pero considero que, tras tres años seguidos de pertinaz sequía, calor abrasador, noches semitropicales e inmejorables resultados para el turismo de incienso y torrijas, no pasa nada por ceder la vez y dejar que en esta ocasión seamos, quienes trabajamos duro para hacer posible las mollejas de cordero, el vino de Toro, las sopas de ajo y el queso azul de cabra con los que deleitar a aquellos que nos visitan, los que nos emocionemos hasta el paroxismo.

Sobre todo, ahora que el pastoreo se está convirtiendo en algo más cercano a una tremebunda novela de Stephen King que a un oficio con el que ganarse el pan con el sudor de la frente.

El año pasado cayó una tromba de agua el 8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora. Lo recuerdo bien porque las Ganaderas en Red zamoranas presentábamos en la Biblioteca Pública el libro "Sabores y Raíces". Después llegó de repente un calor sofocante e inaudito, y no volvió a caer una gota... hasta junio, cuando la tan ansiada agua a destiempo amenazó con provocar hongos en la cosecha.

Antonio Turiel se ha vuelto más famoso que el doctor Infierno de Mazinguer Z, por eso hasta la reina Letizia debate sobre lo que implica decrecer para sobrevivir

No tengo memoria prodigiosa, pero casi. Y por eso sé que la Semana Santa del año pasado marcó un antes y un después en esto del mediático cambio climático de inanes soluciones tan liberales como green new dealers. A cada uno nos duele la espalda propia, y a mí aquel exceso de sol propio de julio en el mes de abril me provocó urticaria en los brazos.

Y para alguien que trabaja, vive al aire libre, y pensaba que la crisis climática iba a constituir una amenaza real, grave, y futura, una amenaza para rapaces y no para viejos, aquel hecho concreto supuso una luz roja de alarma en toda regla.

Porque sigo trabajando y pasando la mayor parte del tiempo al aire libre. Entonces, ¿qué va a ser lo siguiente? ¿Ampollas? ¿Cáncer de piel? ¿Sólo poder salir a pastorear entre la caída del sol y el alba, para no quedar reducida a cenizas, como los vampiros?

Por no hablar de los ojos, y entono el mea culpa porque confieso que voy por la vida sin gafas de sol. Unas gafas de sol que me hubieran sido muy necesarias estos días turbios, de cielos sucios por culpa de esta anormal calima, que ha dibujado un sol macilento y de aspecto tan marciano que daba miedo.

Soy una trianera insípida y anodina, además de una ganadera en red que no sabe distinguir una mala hierba de una planta medicinal, ni una nube de otra. Hay Ganaderas en Red doblemente útiles para la sociedad, porque aparte de alimentar al prójimo como Dios manda, saben leer las Cabañuelas, es decir, prevén el tiempo que va a hacer. No es mi caso.

Desconozco qué opinión tienen los doctores en física, y los climatólogos, sobre las pastoras que anticipan la meteorología en función de la observación de indicios concretos, aplicando la ancestral sabiduría legada por pastores desde hace cientos y cientos de años.

Igual se burlan, igual no. Nada sorprende en un mundo tan incierto como el nuestro. Un mundo capaz de mestizar los radiantes soles azules de la infancia de Machado con estos turbios soles de abril, más propios de la tenebrosa mente del anciano Stephen King.

Un mundo en el que los físicos se han constituido en el nuevo Oráculo de Delfos. Un mundo en el que el profesor Antonio Turiel es tan archiconocido como el Doctor Infierno de Mazinger Z, que también era un científico brillante. Tan renombrado que hasta la reina Letizia, la nueva reina roja, desde que Yolanda Diaz se deconstruyó para renacer como princesita rosa Sumar, rosa como el Objetivo 10 de Desarrollo Insostenible de la nefanda Agenda 2030, se atreve a disertar sobre la obligada necesidad de decrecer para sobrevivir.

Ganándose con ello una legión de fanáticos Letizibers. Tampoco es mi caso.

Pero todo lo anterior queda opacado por la noticia de que la inigualable Jane Goodall ha elegido a una española como su digna sucesora al frente del santuario para chimpancés del Congo. La veterinaria Rebeca Atencia se convierte así en la gallega más famosa después de Rosalía de Castro.

Encima, la vicepresidenta de los aerogeneradores fabricados gracias al cobalto extraído por niños congoleños en régimen de esclavitud, como narra Siddharth Kara en su libro, "Cobalto Rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes", ha confirmado que se larga al Europarlamento.

Así que empecé con Machado pero acabo con Víctor Manuel: "No puede haber nadie en este mundo tan feliz".

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