En cierta ocasión preguntaba un periodista a Emilio Lledó qué hacer para superar el momento alarmante que afectaba a la sociedad española, respondió con estas palabras: la revolución de la lectura. Lo dice este genial pensador, que se siente funcionario de la filosofía. Lector incansable, escritor prolífico y profundo. Excelente comunicador y amante de la docencia. Confiesa haber sido muy feliz dando clase. Se manifiesta muy preocupado por la deriva de la educación en nuestro país y es muy crítico con la universidad española, la acusa de estar acabando con el entusiasmo de los estudiantes. Es el último premio Nacional de las Letras por haber escrito libros tan maravillosos como "El silencio de la escritura" o "Los libros y la libertad". Es el profesor que más ha influido en mi vida académica. Hace algunos años lo conocí en un curso sobre Nietzsche en Santander, había leído alguno de sus textos, pero desde entonces no me pierdo ninguno.

Me ha demostrado con su obra, también con su vida, la importancia de la cultura y su fuerza. Necesitamos de la salud y también de una saneada economía, pero lo auténticamente productivo es la mente, incluso de riqueza material. Por eso, la cultura como capacidad de inventar y de crear debe ser reforzada en nuestra sociedad y sobre todo en nuestro sistema educativo. Resulta perentorio hacer que los jóvenes amen la cultura y la lectura. Coincido con Lledó en que el principal vehículo para conseguir esto es la educación. El encuentro que ella propicia facilita la comunicación, fluyen las emociones y se crea libertad. Si nada de esto ocurre puede que estemos fallando con el principal objetivo de escuelas e institutos. Mi vivencia como docente así me lo demuestra cada día. Si no conseguimos que los niños y niñas, que los adolescentes y universitarios, liberen su mente, piensen con autonomía, critiquen sin miedo e inventen sin arquetipos, estaremos perdiendo un precioso tiempo.

Me asalta el recuerdo de la escuela de la novela de Manuel Rivas "La lengua de las mariposas". Aquel maestro republicano, al que pusimos la cara de Fernán Gómez después de la película, que no pega, como decía Pardal, el niño que suministraba bichos a don Gregorio, conseguía llenar el espacio de su escuela de emociones, de conocimientos y de sentido. Decía: "Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche y azúcar y cultivaban setas". Esos relatos los ayudaban a entender lo que pasaba, a salir de la miseria material y moral en que vivían. Entender y aprender para mirar el mundo, para darle sentido a la propia vida.

Me causa desazón la última encuesta del CIS sobre índices de lectura en España. Resulta que uno de cada tres encuestados no lee nunca o casi nunca. Es preocupante, porque jamás hemos tenido tan fácil el acceso a los textos.

Nuestros terminales táctiles nos abren libros, revistas y periódicos. Pero me temo que nos quedamos en la portada, lo inmediato, la foto, el vídeo o el titular sensacionalista. Nuestra mente está sufriendo un estrés de inmediatez, todo acontece "on line" y caduca al poco tiempo. No hay pausa y demora para la reflexión. Así es muy difícil entender cabalmente qué sucede. Por esto nos encontramos con demasiados ignorantes, atrevidos y jactanciosos de su propia inopia. Si estos, además, ostentan algún cargo político, como ocurre tantas veces en nuestro país, el problema es muy grave. Su desgracia y su indecencia nos incumben a todos porque nos gobiernan. Es obligado advertir del peligro de equiparar la política con quienes la ejercen, pues es preciso tener claro que la política es fundamental para organizar lo público y la justicia, y permite la lucha por la igualdad.

Para terminar les recuerdo una viñeta del genial Forges. Aparece un tecnócrata risueño señalando su tableta y diciendo: "El 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca". A su lado, un potentado de gafas oscuras, exclama muy contento: "¡Nuestro fiel electorado, proclamo!". El economista pijo apostilla: "¡Y que dure! Añado". Por eso, ya saben, lean y después decidan a quién votar.