90 aniversario del nacimiento de Claudio Rodríguez

Alguien llama a la puerta

El poeta Claudio Rodríguez. | Archivo

El poeta Claudio Rodríguez. | Archivo / Fernando Yubero Ferrero

Fernando Yubero Ferrero

Un nuevo 30 de enero, y como todos los treinta de enero desde hace ya (quién lo diría) 25 años, abro "Casi una leyenda" para volver a leer ese prodigioso poema que es la "Balada de un treinta de enero". Un poema, como tantos otros de este libro, enigmático y misterioso, en el que a través de imágenes muchas veces indescifrables accedemos, momentáneamente, a la revelación de lo que permanecía para nosotros oculto, aquello que antes no éramos capaces de ver (o de oír). Poesía, pues, de asertos oscuros, resistente muchas veces a la lógica y, sin embargo, otras muchas, abriéndose a la pura transparencia. Ese es el doble movimiento paradójico y contradictorio que percibo en cada lectura que hago de "Casi una leyenda". Un libro, por otra parte, fascinante y para mí, de los mejores de la poesía española del pasado siglo.

Y, sin embargo, nadie más sencillo y campechano que Claudio. Causaba asombro (y no encuentro otra palabra que se aproxime más a lo que quiero decir) su naturalidad, ese ir con él por las calles (cuando apenas le conocías), como si fueras con un amigo de toda la vida. Estar con Claudio, le escuché una vez al poeta Rafael Morales, era estar "en compañía de la autenticidad, hacía la vida limpia, la llenaba de verdad, de calor humano e incluso de inocencia".

La sencillez es sin duda uno de los rasgos que mejor le definen. En algunas de sus lecturas de poesía, solía citar unas palabras de García Lorca para ejemplificar la importancia que tenía en su obra las cosas humildes... decía Lorca: "quien no ame a la piedra y al gusano no entrará en el reino de los cielos", y a continuación, Claudio nos recitaba su poema Gorrión, que habla de la solidaridad humana a través de este pequeño pájaro que prefiere la compañía del hombre, su "oscuro vivir" y su "pan duro" al vuelo de altura.

Nada mejor para conocer su personalidad que acudir a esa portentosa elegía que el poeta escribió sobre un personaje muy popular de Zamora, Eugenio de Luelmo. ¿Sabría, cuando escribió el poema, que de quien estaba hablando en realidad era de sí mismo? No lo sé, pero sí sé que de haberle hecho yo esta pregunta su respuesta hubiera sido un "no digas tonterías" dicho de la manera más cariñosa y casi como disculpándose.

Claudio era un ser especial (lo hablaba hace unos día, aquí en Zamora con Tomás Sánchez Santiago) espontáneo y hasta ingenuo como un niño, pero también, como dice mi amigo el novelista Fernando Villamía, oscuro y profundo como quien sale del dolor.

Poseía una lucidez asombrosa (de nuevo el asombro) para percibir y comprender los más profundos vaivenes del espíritu humano y, claro está, un talento poético único, singularísimo para expresarlo en versos luminosos. La crítica ha puesto siempre de manifiesto su singularidad, su sorprendente capacidad imaginativa y simbólica, su espontánea sabiduría para aunar pensamiento y emoción... Una poesía, como decía al principio, hecha de momentos fugaces, de iluminaciones instantáneas que alumbran la realidad para, a la vez, añadirle luz de otro misterio.

Conocí su poesía un poco antes de que al poeta, allá por los años ochenta del pasado siglo. Me deslumbró, como a tantos, la lectura de "Don de la ebriedad", escrito en plena adolescencia, en sus largas caminatas a campo abierto por Castilla, a veces de noche, rimando como Rimbaud, "en medio de las sombras fantásticas". Desde entonces es para mí lectura habitual y ha significado, en mi caso, leer el mundo claudianamente. Es decir, leer el mundo como un canto de exaltación (y salvación) de la realidad y del destino humano a pesar de vicisitudes, a veces muy dolorosas, o precisamente por ello.

Cuando en 1993 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Octavio Paz, presidente del jurado, dijo que el premio se le había concedido por su iluminación de la realidad cotidiana y su adhesión a ella con hondura simbólica. Reconocimiento crítico y juicio exacto, porque la aventura poética de Claudio Rodríguez consiste precisamente en eso, en una muy personal "iluminación simbólica" de lo real a través del lenguaje.

¿Y por qué simbólica? Pues porque la poesía es siempre una transfiguración de lo real, un intento del poeta de desvelar lo que se oculta tras la realidad aparencial de las cosas. Él lo decía mucho mejor, claro, decía: la finalidad de la poesía es "hallar la certeza única, el nudo que ate y dé sentido a tantas imágenes rotas, tanta oscura presencia, tanta vida sin tino".

Se cumple este año 2024 los setenta años de la publicación de "Don de la ebriedad" y veinte de la creación del Seminario Permanente Claudio Rodríguez, con sede en Zamora, su tierra natal. Con este motivo el Seminario, ubicado en la Biblioteca Pública del Estado (Plaza Claudio Moyano) está preparando sus próximas jornadas de estudio sobre "Don de la ebriedad", su libro inaugural.

Las jornadas celebradas en 2019, "Tiempo y Leyenda", se dedicaron al estudio de "Casi una leyenda," su último libro; las próximas, en una especie de circularidad mítica ("porque el principio nos recordará el fin", decía T.S. Eliot) nos acercarán de manera monográfica y en profundidad a "Don de la ebriedad".

Investigadores, poetas y estudiosos de su obra debatirán durante varios días del próximo noviembre (las fechas exactas están aún por determinar) sobre este libro único en el panorama poético contemporáneo que ya desde su aparición generó en el ámbito literario el asombro de estar ante una voz extrañamente desvinculada de la poesía precedente y de su propio entorno. Como señaló uno de sus principales estudiosos, Ángel L. Prieto de Paula, "el fulgor enunciativo que transmitía, la ausencia de influencias reconocibles, y una absoluta sabiduría métrica y retórica alzó el libro ya desde su aparición a la categoría de clásico". Por todo ello, nos parece muy necesaria la labor de estudio y difusión que viene realizando este Seminario, a través de las jornadas y de la revista monográfica Aventura porque mantienen viva la llama de su poesía. Porque somos conscientes de que el alcance de la obra de Claudio Rodríguez es inagotable, es nuestro deber buscar nuevas resonancias a esta poesía tan reveladora e imperecedera.

Hoy es treinta de enero y estamos en Zamora, con frío luminoso y tu Duero al fondo. Felicidades, Claudio.

(*) Es miembro del Seminario Permanente Claudio Rodríguez