Semana Santa, antiespectáculo

Porque cuando no buscamos el espectáculo, cuando sencillamente hacemos bien lo que hay que hacer, entonces conseguimos ser espectaculares

Hermanos de La Capas con sus faroles encendidos

Hermanos de La Capas con sus faroles encendidos / JOSE LUIS FERNANDEZ

RAFAEL ANGEL GARCIA LOZANO

RAFAEL ANGEL GARCIA LOZANO

No es un espectáculo aunque sea verdaderamente espectacular. Quédense con la diferencia. Así es nuestra Semana Santa popular. En Zamora somos de una madera particular. En esta provincia llevamos siglos entendiendo nuestra condición humana desde un refrán que nos ha definido en verdad hasta hace unos pocos lustros, y que ha condensado toda la sabiduría de centurias: “al pan, pan, y al vino, vino”. Lamentablemente, nuestra deriva como sociedad, más plegada a los dictados de la publicidad y la propaganda, el negocio y cierto complejo de inferioridad, va olvidando esta esencia –que era la genuinamente nuestra y nos caracterizaba- y ha decidido ir tirando por la borda sin mayor pudor lo que nos hacía como éramos. Quizá, sencillamente porque es más cómodo y porque compromete menos. Porque la tradición de verdad en nuestra Semana Santa –no esa majadería de considerar tal lo que se ha repetido tres o cuatro años consecutivos- es discreción y modestia, contención, humildad, silencio y autenticidad, oración, recogimiento, piedad. Exactamente lo contrario al espectáculo.

Precisamente Zamora siempre huyó de hacer de su Semana Santa un espectáculo. Digo siempre. Discreción y modestia, contención, humildad, silencio y autenticidad, oración, recogimiento, piedad. Todo ello es, exactamente, el antiespectáculo. Sin trampa ni cartón. Zamora siempre apostó por esta vía, precisamente porque era la sincera expresión del ser de las gentes de esta tierra. Sin buscar pruritos de singularidad. Sin pretender nada distinto que ser simplemente lo que eran. Sencillamente. Zamora era así. Y se expresaba tal y como era. Porque lo que aquí se vivía era sincero, sin imitaciones –para bien o para mal-, o cuando menos se movía en el ámbito de lo auténtico, más aún, de la pretensión de autenticidad en la excelencia. Sin buscar reconocimientos. Por pura fidelidad a lo que eran. Hoy resulta llamativo el empleo constante, manido e incluso cansino de estos términos en pregones, exaltaciones literarias, vídeos, propagandas semanasanteras…, repetidos y repetidos, completamente vaciados de contenido, y por tanto falsos. Sencillamente porque no nos los creemos. Porque la mayoría vive en otra órbita, subidos a la sociedad de las sensaciones y las meras imágenes –muchos apelan al espectáculo, para muestra un botón- y de algún modo todos estamos inmersos en esa coyuntura. Hasta que decidimos dar un paso al frente y dejar de estarlo.

Nuestros pasos de Semana Santa por regla general no eran austeros. Eran pobres. Sonrojantes para cualquier espectáculo. La imagen del Cristo de la Injurias, soberbia, como saben nunca fue una imagen para procesionar, sino para el culto en el Real Monasterio de San Jerónimo. Como tampoco el Cristo de la Buena Muerte, tallado para el convento de Franciscanos Descalzos Alcantarinos. Entre otras. Don Ramón Álvarez, con todo lo que le debe nuestra Semana Santa decimonónica, se inició como simple hojalatero que, con el tiempo, adquirió oficio, y resultó buen oficio. No tenemos la imaginería de la escuela castellana, ni siquiera la de algunas localidades de nuestra propia provincia. La nuestra era una imaginería no austera, sino pobre. Cumplía su finalidad en el culto con sobradas capacidades, con dignidad, pero ya. Las mesas procesionales, más aún. Rendidamente pobres. Estructuras de madera y paños sin calar más allá de los ojos de buey. Recurran a la fotografía en blanco y negro. Y recuerden lo que pasó con la ampliación del Museo de Semana Santa, que terminaron por no caber. Las túnicas, ídem. Los mayores de cuarenta años aún recordarán hermanos de la Vera Cruz vestidos de raso por ser más barato que el terciopelo estatutario. Eso era la Semana Santa de Zamora. Vayan a la historia, y no crean relatos necios contados desde la perspectiva de hoy.

A mediados del siglo XX algunos zamoranos tuvieron una intuición. Vislumbraron que más allá de mirar al Sur –como desde los años 20 venían mirando otras semanas santas próximas, y como miró casi unívocamente el nacionalcatolicismo del Régimen- podía caber una alternativa. Fueron osados. La alternativa fue mirar para dentro, mirar para casa, entrar en la esencia de lo que éramos. El quid no fue negar otras formas, sino ponderar nuestros rasgos más genuinos, cómo manifestábamos ordinariamente la fe, cómo eran sus expresiones cultuales y culturales. Discreción y modestia, contención, humildad y silencio, autenticidad, oración, recogimiento, pobreza. Incluso regodeándose en ello. Salió bien. Y pronto fue acogido, muy bien arraigado, sin estridencias. Salió bien simplemente porque pusieron el foco en cómo éramos. Nada era ajeno. Sencillamente era la expresión de lo que éramos, si se me permite la expresión, con un poco más de plancha y lustre. Y nada más. Por eso caló. Precisamente por ello fuimos reconocidos y puestos en el mapa de las semanas santas más relevantes de España. Y también por eso la Semana Santa de Zamora dio el giro hacia donde nos encontramos hoy, o quizá con más certeza hacia donde nos encontrábamos en los finales años 90 o los primeros 2000.

Cuando convertimos nuestras procesiones de Semana Santa en un mero espectáculo, sencillamente las estamos rebajando. De un plumazo las desposeemos de todo aquello que las ha hecho sólidas y las han traído hasta nosotros, lo que las ha mantenido duraderas en el tiempo. Para convertirlas, como todos los espectáculos, en simples puestas en escena plegadas a la moda y al aplauso de cada momento, al mero entretenimiento

No olviden que hasta el momento en que la Junta de Fomento viajó en 1897 a Sevilla e impuso los modos del caperuz y la túnica, en Zamora –como en su provincia- se procesionaba con capa castellana y a cara descubierta, salvo la capa de honras, salvo la túnica de laval del Nazareno capitalino o el algodón blanco al modo de Villarrín, Bercianos… Revisen la estética de los itinerarios de entonces, las noticias en los viejos periódicos, las referencias de nuestra historia. Esos afanes hacia otras latitudes quedaron deliberadamente confrontados con otras maneras quizá más a nuestro estilo, y con la nueva estética se afianzaron aún más como seña de identidad. Discreción y modestia, contención, humildad, silencio y autenticidad, oración, recogimiento, piedad. Nunca impostados, sino acordes verdaderamente a la condición de los hombres de esta tierra, dudo si hoy sostenida. Expresión genuina de nuestra forma de ser. No una búsqueda deliberada para impresionar o impactar. Porque cuando no buscamos el espectáculo, cuando sencillamente hacemos bien lo que hay que hacer, entonces conseguimos ser espectaculares.

Considero que cuando convertimos un acontecimiento tan poliédrico como son nuestras procesiones de Semana Santa en un mero espectáculo, sencillamente las estamos rebajando. De un plumazo las desposeemos de todo aquello que las ha hecho sólidas y las han traído hasta nosotros, lo que las ha mantenido duraderas en el tiempo. Para convertirlas, como todos los espectáculos, en simples puestas en escena plegadas a la moda y al aplauso de cada momento, al mero entretenimiento. Y nada tan efímero y alejado de la tradición mantenida a lo largo de los decenios –de los siglos incluso- como un mero espectáculo de entretenimiento, vacío y sólo lleno de fuegos de artificio. Dejan inicialmente con la boca abierta, sí. Pero enseguida de desinflan y decaen. Quizá ya nos vayan afectando aquellos síntomas de decadencia a los que apelaba hace casi dos décadas. La preponderancia de la estética sobre todo; la referencia central a la raigambre localista; la mengua de humildad; contemplar la procesión identificados como mero público, con copa o cerveza en mano (y con la consiguiente falta de respeto); sin verdadera vinculación por parte de los espectadores con el acto de luto y duelo que se está manifestando; haciéndonos el centro de lo que se celebra; supeditando el respeto debido al lucimiento colectivo e incluso personal; afianzándonos en nuestro ser diferencial bajo los mismos parámetros y con las mismas herramientas que lo hacen otras celebraciones, sean o no religiosas; reduciendo la carga cristiana a la mera excusa para montarnos la fiesta...

En los últimos años no pocos zamoranos semanasanteros de arraigo marchan al Sur. Quizá en sus procesiones encuentran una autenticidad que aquí hemos perdido en favor de lo llamativo, de lo aparatoso, de mirar al turismo, de lucirnos. Dice mi amigo Abelardo con dureza, pero creo que con algunas dosis de verdad, que el cofrade zamorano ha mutado. Que ha cambiado del modelo devocional que acompañaba a su imagen desde y hacia el templo tornándose en el friki de procesión y fanfarria que se constituye él mismo como centro del espectáculo, y que él mismo es el fin, oropel, banzo, sonidos, olores… de cuanto rodea las procesiones. Quizá hemos visto el campo del vecino más verde que el nuestro y hemos renunciado a la esencia. Quizá convenga comenzar a mirarnos con ojos más generosos, más nuestros, más creíbles en lo que somos y hacemos cuando lo hacemos bien (De hecho creo que cada vez resultamos menos creíbles incluso a los ojos foráneos, lo cual abre serias preguntas). No tiene demasiado sentido ir buscando en el espectáculo lo que de solvente tenemos ya con nosotros. Lo que quizá no hemos querido valorar suficientemente, ni respetar del todo, ni ver con suficiente claridad. Nuestra aportación estuvo en su momento y está hoy en dar cuenta de forma excelente de lo que hemos sido, y aún podemos seguir siendo. Discreción y modestia, contención, humildad y silencio, autenticidad, oración, recogimiento, piedad. Eso fuimos y eso hemos de seguir siendo si queremos ser nosotros y no trasunto de otros. Por autenticidad y rigor, por coherencia, por auténtica tradición. Y, como lo que nutre las procesiones no es el espectáculo, sino un acontecimiento, el de la Pascua de Cristo, poner el centro donde realmente está. Feliz Pascua a todos.

Suscríbete para seguir leyendo