Mujeres de Jerusalén

De la incorporación plena de la mujer en la Semana Santa

Una mujer junto a su hija camina hacia el inicio de la procesión del Silencio

Una mujer junto a su hija camina hacia el inicio de la procesión del Silencio / Emilio Fraile (Archivo)

Rubén Sánchez Domínguez

Rubén Sánchez Domínguez

Mujeres de Jerusalén,

no lloréis por mí,

llorad por vosotras

y por vuestros hijos.

Lucas, 23, 28

Fue en 2018 cuando el obispo D. Gregorio Martínez Sacristán, exhortó a varias cofradías (la Cofradía de Jesús en su Tercera Caída, la Hermandad Penitencial del Smo. Cristo de la Buena Muerte, la Real Hermandad del Smo. Cristo de las Injurias-Cofradía del Silencio y la Penitente Hermandad de Jesús Yacente), a cumplir escrupulosamente el Estatuto Marco para las Cofradías, y admitir mujeres en sus nóminas de cofrades (alguna de ellas, como la Cofradía del Silencio, había votado en contra nueve años antes). Eran las «últimas de Filipinas», de una historia, larga y procelosa, que había comenzado casi cuatro décadas antes.

Lejos quedaban los primeros años 80, cuando la Cofradía de la Santísima Resurrección, hacía una vehemente campaña de cartelería para invitar a las mujeres a engrosar sus filas. Los pasquines, austeros –como gusta aquí–, y que conservo, eran meras fotocopias en formato A3, con algunas ilustraciones de la procesión acompañadas de lemas invitatorios y motivadores. Más allá de lo meramente anecdótico, la cosa tenía mucho calado teológico ¿Acaso no fueron las mujeres las primeras en testificar la Resurrección de Cristo? La cosa funcionó, y la cofradía comenzó a vivir una época de esplendor sin precedentes en su historia reciente. Si bien, es necesario decirlo, el hecho de que la corporación carezca de hábito, no profanaba el aspecto más tabú en aquellos momentos, que la mujer vistiera túnica y caperuz.

Tras aquel triste exhorto de 2018, pues triste es que una Semana Santa, que presume con frecuencia de jugar en primera división -con un símil tan pretencioso como fuera de lugar-, se haya permitido resolver este asunto tras un ultimátum diocesano, se han alcanzado ciertas cotas de normalidad, pero aún queda mucho por hacer.

Tras la «necesaria obediencia al prelado», no llegó el Apocalipsis, antes, al contrario, le sentó muy bien a una de ellas, la de la Tercera Caída, que en 2020 dio 250 altas, de ellas 175 mujeres. A diferencia de las otras tres, cuya lista de espera fue –o continúa siendo-, un obstáculo para la normalización, la medida posibilitó la inscripción de familias enteras, o de aquellos miembros de éstas que hasta ahora no habían podido hacerlo, en una especie de «reagrupación familiar cofrade», que ya habían vivido otras, como la Vera Cruz o el Santo Entierro. Siempre he pensado que no es sano que, durante mucho tiempo, entre limitaciones de sexo o listas de espera, uno –o más bien una-, se apuntara a la cofradía que podía, y no siempre a la que quería. Ya saben que, en muchas ocasiones el roce hace el cariño, pero una buena parte de los problemas de los que adolecen nuestras hermandades, en cuanto a la ausencia de compromiso cofrade, sin duda tiene que ver con esta anomalía.

Tras un largo Vía Crucis, actualmente la puerta está abierta a las mujeres en la totalidad de las cofradías, aunque, aún queda mucho por avanzar. No sé si recuerdan «La vida de Brian» (Terry Jones, 1979), pero todavía hay muchos reductos de la Semana Santa, donde las mujeres aún tienen que ponerse barbas postizas para poder participar en las lapidaciones, y eso no nos lo podemos permitir

Tras la Resurrección, sería la Hermandad Penitencial de las Siete Palabras, la siguiente en abrir la puerta a unas mujeres que, hasta entonces, veían limitada su participación a las secciones de damas, o a la Cofradía de Nuestra Madre de las Angustias, sin túnica ni caperuz, eso sí, como si fueran a mancillarlo. Cierto es que estaba en el espíritu fundacional de una corporación que tampoco lo tuvo fácil en sus inicios, pero pareciera que la antigua judería de la Puebla del Valle era más permeable a aquellas a las que se dirigió el Nazareno camino del Calvario. Hoy parece ciencia ficción, pero es historia, y es para llorar: agrupadas en la Tercera Palabra («Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre»), señaladas con un manguito específico y aquellas terribles pintadas a la puerta de la parroquia contra el valiente abad que había dado el paso.

En 1988 nace la Hermandad Penitencial de Nuestro Señor Jesús de Luz y Vida como corporación mixta y con igualdad de derechos para hombres y mujeres, siendo, a su vez, pionera en permitir a éstas acceder a la carga, lo que sucede en 1990.

En abril de 2006, el obispo D. Casimiro López Llorente, firmó el Estatuto Marco para las Cofradías de la Diócesis de Zamora. En su artículo 4º el texto afirma que podían ser miembros de una hermandad «aquellas personas que reúnan las condiciones exigidas por la legislación de la Iglesia y sus estatutos», sin discriminación por razones de sexo. El plazo para que las reglas de las cofradías se adaptaran a este modelo era de tres años. Sin embargo, en 2010, tan solo cinco cofradías lo habían hecho efectivo. La primera fue la Hermandad de Jesús en su Entrada Triunfal en Jerusalén, en 2007, lo que también tenía mucha lógica evangélica, pues fueron muchas las mujeres que acompañaron a Cristo en su entrada a la Ciudad Santa.

Poco a poco continuaron las demás, pero con poco convencimiento y en muchos casos solo por obediencia, caso de la Hermandad Penitencial del Smo. Cristo del Espíritu Santo, que me duele especialmente. Ésta votó en contra en 2008, pese a saber que tendría que terminar aceptando lo dispuesto en el documento marco, cosa que sucedió dos años más tarde. Sin embargo, en la cofradía del arrabal la lucha por la igualdad había comenzado mucho antes. Seis mujeres, que habían formado una «Comisión gestora para la integración de la mujer en la Hermandad», y argumentando la autonomía de la corporación frente a la Junta Pro Semana Santa, solicitaron, en 1979, el ingreso en la cofradía, tal y como relata Antonio de la Iglesia en su libro monográfico, publicado en 1980.

En 2007 se constituyó en Zamora la Asociación de Mujeres Cofrades, siguiendo la estela de las que se habían formado en otras ciudades como Alicante, Córdoba, Cartagena y Granada. Contó con el apoyo de la Delegación para la Religiosidad Popular de la Diócesis y, aunque con una vida activa un tanto escasa, sin duda contribuyó a alimentar el debate y a que se pudieran ir dado pasos hacia delante.

Finalmente, y tras un largo Vía Crucis, actualmente la puerta está abierta a las mujeres en la totalidad de las cofradías, aunque, aún queda mucho por avanzar. No sé si recuerdan «La vida de Brian» (Terry Jones, 1979), pero todavía hay muchos reductos de la Semana Santa, donde las mujeres aún tienen que ponerse barbas postizas para poder participar en las lapidaciones, y eso no nos lo podemos permitir.

Poco a poco se va normalizando la presencia femenina bajo los banzos. Desde la ya citada Hermandad de Jesús Luz y Vida, hasta el paso, mixto -desde su puesta a hombros-, de la Virgen de las Espadas de la Cofradía de Nuestra Madre de las Angustias, pasando por algunos pasos de la Cofradía de la Santa Vera Cruz o el Santo Entierro. Sin embargo, otras parcelas aún están vetadas para ellas y las que dejan de estarlo lo hacen con la banda sonora de corifeos de un «cuñadismo kofrade» de la peor calaña, como se pudo sufrir en una reciente asamblea general.

Injusta sería la Semana Santa si no abre las puertas de par en par, a quienes, durante décadas, se han ocupado de asistir a los cofrades, de prepararles sus hábitos, de llevarles la merienda, el abrigo o los zapatos que mitiguen el sufrimiento de las sandalias o los pies descalzos. Esto me recuerda que no se si en alguna ocasión he agradecido suficientemente a mi madre y a mis hermanas por tales menesteres. Pero seríamos más injustos aún, si no abrimos las puertas de la práctica devocional –aunque de eso ya va quedando poco en nuestra Semana Santa-, a aquellas que, como las mujeres del Evangelio, nunca abandonaron ni al Nazareno ni a su Madre Dolorosa, iluminando su camino de dolor. Y hasta para eso, ya les ponemos pegas (y si no que se lo pregunten a aquellas damas de la Soledad que la acompañaban con velas hasta las Tres Cruces en la Madrugada).

El pasado Viernes de Dolores, voces de mujeres anunciaron, por primera vez en cincuenta ocasiones, el Evangelio de la Redención en el atrio de la Catedral del Salvador. Más pronto que tarde se tendrá que asumir su plena y total integración en el resto de parcelas, porque no existen razones legítimas para mantener el veto, ya sea cargando, tañendo esquilones para anunciar el paso de Cristo, despertando a la ciudad el día de Parasceve o proclamando que «Dios por nosotros, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de Cruz».

Buena Semana Santa para todos.

Historiador

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