Opinión

Para volver a Sanabria me sobran los motivos

Fue Manuel Mostaza quien me descubrió estas tierras y quien me enseñó a amarlas

Vista aérea del Lago de Sanabria, con San Martín de Castañeda en la ladera

Vista aérea del Lago de Sanabria, con San Martín de Castañeda en la ladera

Canta Joaquín Sabina eso de "para decir con Dios/ a los dos nos sobran los motivos"; pues algo así me pasa a mí, aunque para volver a verla, con la comarca de Sanabria en general y con Puebla en particular.

Me sobran los motivos, sí, pero esta vez el motivo de mi regreso era celebrar los 50 años de mi querido Manuel Mostaza, politólogo sanabrés, asiduo de estas páginas y, por encima de todo, defensor a ultranza y embajador de la su tierra. Y no era motivo menor, sin duda, y mucho más si pienso en los 38 años que llevamos de amistad tanto en las duras como en las maduras, que es lo que tiene el tiempo cuando se alarga: da para mucho de todo y para todos.

Así que aquí me he plantado y ya puestos, "fuera aparte", como dicen los gaditanos, de beber y comer como corresponde al agasajo a quien acababa de endosarse la friolera de medio siglo entre pecho y espalda y, sobre todo, de lecturas impenitentes, y aparte también de abrazar a tantos amigos reencontrados, esos de los que sabes que están aunque no nos vemos con la frecuencia que debiéramos y que nos juramos en cada abrazo corregir la situación, he aprovechado, siendo fiel a esta costumbre tan mía de aparecer y desaparecer en el fragor del bullicio, para perderme por las calles en silencio de la noche en Santa Colomba.

Cada vez que ando por estas tierras es como hacerme un balance vital, con sus salidas y entradas, sus ganancias y pérdidas. Es verdad que según pasan los años las pérdidas son muchas, son más las despedidas que las nuevas llegadas, pero el balance sigue saliendo positivo, sobre todo porque en esta tierra siempre se me alumbran, pese a que ya ha ido cayendo la madrugada, nuevas expectativas e ilusiones para que el saldo siga dando a favor

Invita la invernal noche alpabarda a recogerse sobre sí mismo envuelto por las estrellas y el olor a leña de las pocas casas habitadas en estos días y con ello a recordar mis primeros pasos por estas calles, hace ya demasiados años, y repetidos siempre que puedo y siempre con la misma sensación de estar en paz con lo vivido y expectante con lo por venir. Porque cada vez que ando por estas tierras es como hacerme un balance vital, con sus salidas y entradas, sus ganancias y pérdidas. Es verdad que según pasan los años las pérdidas son muchas, son más las despedidas que las nuevas llegadas, pero el balance sigue saliendo positivo, sobre todo porque en esta tierra siempre se me alumbran, pese a que ya ha ido cayendo la madrugada, nuevas expectativas e ilusiones para que el saldo siga dando a favor.

Pasada la medianoche, casi como una Cenicienta desarbolada de su sueño, Puebla me recibe adormilada en mi hospedería situada en su corazón de otra época. Y en silencio. El mismo silencio que me acompaña en el amanecer merujero, solo interrumpido por el runrún del río Tera, desperezándose como si no quisiera despertar a nadie a destiempo mientras acoge en su seno al río Castro para juntos recorrer el camino hacia el Esla y abrazar al Duero, ese que "nadie a acompañarte baja", que cantó Gerardo Diego. Quizás por saber de esa soledad, el Tera no quiere abandonarme a mi suerte acompañado solo con el sonido de mis pasos sobre un empedrado que rezuma historia de cascos, ruedas de carretas y pies semi descalzos, o descalzos sin más, buscando con presura el cobijo en su castillo ante cualquier razia mora o cristiana. Puebla se yergue majestuosa sobre la campiña sanabresa, atemporal y señorial, defendiéndose, sin menospreciarla, de la modernidad y el trasiego de turistas que ven más a través de sus móviles que miran con sus ojos.

Aquí, paso sobre paso, recuerdo mi primera fiesta de Las Victorias, que tiene a honra dar la bienvenida al invierno, y la remembranza de su bullicio contrasta con el silencio que ahora inunda sus calles y su castillo y que también rescata de mi memoria que siempre es por estos pagos donde me refugio cuando siento que podría llevar mejores cartas para la partida, pero aquí también presiento que vendrá buena mano a no tardar. En este vaivén de recuerdos, me asalta el verso del poeta zamorano Claudio Rodríguez: "Tanta serenidad es ya dolor", mientras mis ojos quieren saber mirar como los suyos para honrar a esta villa como merece.

Fue Manuel Mostaza quien me descubrió estas tierras, quien me enseñó a amarlas y quien esta vez me ha dado los motivos para volver a este reencuentro con esta comarca que tiene mucho de abrazo con una amante que el tiempo disolvió en nostalgia de lo que nunca será, pero está.

Por todo, larga vida para Manuel y vida eterna para Sanabria.

Suscríbete para seguir leyendo