Opinión | Religión

Refinamiento del mal

Una de las grandes pobrezas es el desconocimiento de la verdad

Misa Castellana en la iglesia de Santo Tomás.

Misa Castellana en la iglesia de Santo Tomás. / Carmen Toro

La vez pasada denunciaba la violencia creciente contra los cristianos en diversos países del mundo. Terminaba diciendo que en otros lugares dicha violencia ya no es física, sino política, ideológica y cultural. Eso sucede siempre que se busca echar por tierra la enseñanza de Jesús y de su Iglesia, los fundamentos de la fe, logrando que no pocos corazones se extravíen. A este tipo de persecución más refinada es a la que me quiero referir hoy. Se produce en nuestro mismo país desde hace años.

Una de las grandes pobrezas es el desconocimiento de la verdad y de las personas. Juzgamos con pasmosa facilidad y descartamos aún con más rapidez. Algo que nuestro Maestro sufrió como nadie. Ese grito hecho oración desde la cruz lo meditamos en este tiempo de Cuaresma: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34). Jesús perdona a sus asesinos no desde un espíritu de superioridad, sino desde su sinceridad más profunda. Siente que no son culpables, al menos no del todo. Sabe que solo se han atrapado en un ciclón de maldad que les ha arrastrado hasta lo peor. No les perdona porque se lo merezcan, sino por su propia bondad y por su amor extremo al ser humano.

Los creyentes tenemos claro que no seguimos solo a un buen hombre o una especie de "primer comunista". Seguimos a Dios hecho hombre que asumió la condición de esclavo para, desde ahí, elevarnos al cielo de la verdad y de la vida. Aquellos soldados romanos solo obedecían órdenes en una sociedad sin criterios propios, que se jactaba de libertad pero que estaba a merced de las modas. Hoy no ha cambiado mucho la cosa. Ya no nos arrojan a las fieras ni pretenden darnos muerte a causa de Cristo. Pero determinadas corrientes de pensamiento, estilos de vida y leyes aprobadas contrarias al verdadero significado del hombre y de Dios están socavando la fe cristiana en no pocas personas, familias y ambientes sociales. Gozamos de muchas libertades, pero al mismo tiempo hay todo un intento encubierto de ir arrinconando la fe cristiana al ámbito de las sacristías. Eso sí, con la única salvedad de los desfiles procesionales de la Semana Santa y poco más.

Es cierto, "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio". Es precisamente esa indiferencia (hacia Jesús y hacia la comunidad de sus testigos) la guerra solapada que está aconteciendo. Juan Pablo II ya advirtió del peligro de un “ambiente de amnesia” que nos aparta de la fe por la llegada de los nuevos vapores de la idolatría. Ídolos que buscamos a cualquier precio y sin límites. Mucho antes que ese sucesor de Pedro, Jesús nos había advertido del poder seductor del mal que, sin atacar el cuerpo, puede matar el alma (Mt 10, 20).

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