Opinión | Religión

Juan Luis Martín Barrios

La serpiente de bronce levantada y el hijo del hombre clavado

La serpiente de bronce.

La serpiente de bronce. / Pinterest

En este IV domingo de cuaresma, el evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo (Jn 3,14-21). Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús "de noche". El diálogo está centrado en el "nacer de nuevo" y en acoger la luz de la fe. En un momento del encuentro, dice Jesús: "lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna" (Jn 3,14-15).

La serpiente a la que se refiere el evangelio tenía nombre propio: "Nehustán", palabra hebrea similar a serpiente y a bronce. El pueblo de Israel, mientras peregrinaba por el Sinaí, sufrió terribles picaduras de las serpientes del desierto. Yahvé propone a Moisés un remedio: forjar una gran serpiente de bronce y elevarla ante el pueblo. Al mirarla quedaban curados. La acción trascurre entre Punón y Feinán, donde había minas de cobre. Jesús utiliza esta imagen para expresar que la salvación llegará del Hijo del Hombre clavado en la cruz. Todo para explicar que el amor misericordioso de Dios se significa en una serpiente de bronce, basta mirarla con fe para ser curados. Todo el amor misericordioso de Dios se concentra en Cristo crucificado, "para que todo el que crea en él, tenga vida eterna".

No hay peor enfermedad que la originada por medio de serpientes (en sentido figurado). Su veneno es terrible y produce toda clase de dolores; basta recordar la primera historia de la humanidad. Unas veces, terribles dolores de cabeza: cuando su veneno sube al cerebro y nos acosan los interrogantes, se pierde la fe, nos invade la fiebre del orgullo, nos hace perder la conciencia de nuestra identidad haciéndonos creer que somos dios. Otras veces, enfermedades de corazón: cuando el mal de serpiente lo atrofia, lo seca y no le deja cumplir su misión, que es amor; y cuando vicia su sangre que se trasforma en vinagre de odio, envidia, malquerencia, violencia. En fin, otras veces, la enfermedad se manifiesta en los miembros: cuando quedan paralizados para ayudar, compartir, acudir a las llamadas de los otros; atrofiados para la amistad, la compresión, la compasión. Pero a grandes males, grandes remedios. Dios mismo intervendría para destruir el poderío del astuto y peligroso reptil en medio del desierto. La medicina no era el palo ni el bronce. La medicina era la mirada de fe. La fe es lo que cura infalible y definitivamente. No hay enfermedad que se resista. Contra la duda, fe; contra el orgullo, fe; contra los miedos, fe; contra el vacío, fe; contra la muerte del alma, fe.

Ya tenemos medicina segura para todos nuestros males. Hay en la cima de un monte, el calvario, en el centro del mundo y para la humanidad entera, una serpiente que es paloma y cordero, y está colgado de un palo, la cruz. Todo el que la mire con fe será curado de sus heridas y sanado de sus enfermedades.

Amigo lector: miremos el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo, hagamos silencio y acerquémonos a adorarlo. Feliz domingo.