Ética y política

¡Nos hemos acostumbrado a ver entrar y salir de la cárcel a personas con tanto relieve social!

El Congreso de los Diputados iluminado de morado.

El Congreso de los Diputados iluminado de morado. / EFE

Baltasar Rodero

Baltasar Rodero

Cada día con mayor frecuencia, venimos observando la enorme frustración que la sociedad vive, como consecuencia de las funciones a realizar por algunos gestores políticos. Después de un tiempo que se funde con el horizonte, y sobre todo, de una carga insoportable de podredumbre y corrupción, se demanda como respuesta un análisis con lupa, del comportamiento de aquellos políticos que nos representan. Estos, obligados a ser coherentes y éticamente responsables, como cualquier individuo en el ejercicio de sus funciones, se separan, con enorme facilidad y descaro, además de con excesiva frecuencia, de su camino, utilizando trampas para su tránsito, algo que la sociedad critica y repudia, cada día con más fuerza, sintiéndose, además de desorientada por lo difícil de digerir tantas mentiras, llena de rabia, dolor y avergonzada, por lo desmesurado del número de golfos, que crecen a nuestro alrededor.

Porque el político, o gestor de lo público en general, elige voluntariamente esta profesión, sin que requiera formación específica o cumplimiento de requisito alguno, que no sea, el mayor grado de rigor y sentido de la ética, hacia la sociedad en general a la que sirve, y hacia el respeto de las normas, del partido al que representa; por lo que en coherencia se espera de él, sea una trayectoria rectilínea e intachable, en el ejercicio de sus funciones como representante del pueblo. Pero el ejercicio de estas sus funciones, con una frecuencia vergonzosa, de forma caprichosa, al estar su conducta, condicionada por sentimientos codiciosos y una ambición desmedida, algo, además de detestable, reprobable socialmente, con frecuencia, viene provocando con sus censurables hábitos, graves desordenes institucionales, junto a un enorme desánimo y desafección política en la ciudadanía, además de un quebranto económico nacional.

Entendemos por todo ello, que no todos los ciudadanos son aptos para el ejercicio de la política, haciéndose necesario la aplicación de un control sencillo, a la hora de ingresar o fichar por un partido, que permitiera una selección, que debería evitar las frecuentes "perturbaciones" del comportamiento de los afiliados, atraídos o dominados por los sentimientos de avaricia o ambición económica, que una vez consumados tratamos de minimizar, embarrando el hecho concreto, mediante la comparación con otros casos, que superen el daño del sucedido, y que haya ocurrido en otras filas políticas, sin que haya tenido consecuencia legal alguna.

Un individuo comete una falta grave, o menos grave, es detectada por los funcionarios de la inspección pública, o por otras estructuras políticas, el individuo trata siempre de justificar, aquello que carece de justificación, ante la evidencia de múltiples pruebas, éste procede al barrido de las pruebas, o a su embarullamiento hasta hacerlas si puede ininteligibles, añadiendo discursivamente, hechos parecidos por otros partidos, que no ocasionaron trascendencia alguna. Comienza de forma simultánea la acusación de los partidos, el cacarear de costumbre, surgiendo ruido, al que se añade más ruido, cuando la judicatura ya está en posesión del expediente de los hechos, y en consecuencia procediendo a su tratamiento, pero esto importa poco, es más significativo que pongamos sobre el tapete, el ilícito del contrario, procediendo a desdibujar el escenario, hasta hacerle casi invisible, al estar acompañado de otros varios, por sus contrincantes. El ciudadano tiene cierta dificultad para entenderlo, escucha, pero digiere con dificultad, y además sufre de atracones, ¿qué es realmente lo que ocurre?, ¿al final quién es o son los culpables?, pero los gritos siguen, la mancha crece, y su permeabilidad pone un manto de niebla. Pasa el tiempo, meses o años, los gritos persisten, la impresión es de enorme importancia, pero al final todo se va atemperando, perdiendo intensidad, pasando lentamente al recuerdo, y el ciudadano se aleja del político, y el quebranto social no se resuelve, por lo que los ciudadanos han de sacrificarse un poco más.

Lo grave sin embargo, es que esta forma de entender la ética, del comportamiento del gestor político, empujada por la voracidad de, tener, conseguir o ser, va permeando socialmente como gota de aceite, pudiendo llegar a aceptarse como algo normal por su cotidianidad, al instalarse como parte de nuestra forma de ser, siendo fácil ver sin sorpresa, a personas con actitudes históricamente intachables, chapotear en el barro, casi descaradamente. Bien mirado deja de ser injusto y vergonzoso por lo habitual. Nos hemos acostumbrado a ver entrar y salir de la cárcel, a personas con tanto ¡relieve social!, y sin querer lentamente la cárcel, va transformándose en parte de nuestro decorado, pudiéndose decir que casi no llama nuestra atención, al haberse transformando en el casino, o lugar de tertulias o de encuentros, como un hecho normalizado.

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