Lo común

¡Viva la política!

Desconfíen solo de los pirómanos que la rodean y desacreditan

Ilustración

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Braulio Llamero

Braulio Llamero

El descrédito de la política deriva de que nos hacen creer que solo el ruido, el conflicto, los escándalos, las voces y las iras de unos contra otros son política. Y no. Eso es politiqueo, algo que solo interesa a quienes provocan, alimentan y encienden las polémicas. A usted y a mí lo que nos interesa es qué hacen con nuestros asuntos públicos, con lo común, con lo que a todos nos afecta. O sea, eso que llaman la administración del Estado; o mejor, dado nuestro "Estado compuesto", eso que llaman las administraciones públicas: qué se hace con nuestro dinero en las escalas locales, provinciales, autonómicas, estatales y europeas. Lo que ocurre ahí, la forma de administrarlas, es la verdadera política y la única razón que nos lleva, o nos debería llevar, a las urnas cada vez que toca.

Y eso, ocuparse de eso, ser alcaldes o concejales, presidentes de diputación o autonómicos, diputados o senadores, no digamos ministros o presidentes del Gobierno, debería de suscitar nuestro aplauso y apoyo a quienes se prestan a ejercerlo. Por supuesto, mientras cumplan y acierten en sus cometidos. Lo que no puede ser es que los detestemos y pongamos a caldo porque son de los otros, de los contrarios a los nuestros; o porque todos son iguales, se entiende que igual de malos, puesto que nadie compara así para decir que todos son buenísimos. Desconfíen de sectarios y partidistas, de quienes hablan solo de conflictos, insultos y jaleos. Desconfíen de quienes nunca les hablan de qué hacen los responsables de tal o cual área política. Confíen en los periodistas que informan y en los comentaristas que tratan de aclarar lo más confuso o lo que pasa desapercibido. Mantengan a raya a la plaga de opinadores que solo arrean y siempre para el mismo lado.

La política es una de las más nobles ocupaciones a las que podemos dedicarnos. Y no me vengan con lo contrario, argumentando que hay muchos chorizos y mangantes y gente sin moral ni vergüenza. Porque la contrarrespuesta es fácil: no hay ocupación o profesión alguna que no tenga su buena dosis de choriceo, mangancia y sinvergüenzas. Empezando por la mía, por el periodismo, que está plagada de propagandistas e impresentables. Pero no, resulta que no todos somos iguales. Ni los periodistas, ni los abogados, ni los curas, ni los médicos, ni nadie; ni siquiera los políticos. La única diferencia es que en política se permite que determinados grupos o partidos practiquen el "todo vale" para alcanzar las mieles del poder. Y no solo se permite, se les jalea y aplaude.

Confíen más en la política, por la cuenta que nos tiene. Y desconfíen solo de los pirómanos que la rodean y desacreditan

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