Buena jera

Las poderosas razones de los "llorones"

¿Cuándo va a entender la sociedad que es imprescindible defender y apoyar al campo?

La tractorada llegando al Centro de Transportes de Benavente.

La tractorada llegando al Centro de Transportes de Benavente.

Luis Miguel de Dios

Luis Miguel de Dios

Vuelven las movilizaciones al campo; vuelven las tractoradas. Y, de repente, la sociedad se da cuenta de que existen los agricultores y los ganaderos, de que hay problemas en el campo. Y algunos, los más enterados, hasta aciertan a preguntarse: "pero, ¿qué quieren?". Otros recuperan un viejo e injusto motete que se traduce en "siempre llorando; no se conforman con nada". También hay, claro, quien se identifica y apoya las protestas. Suelen ser agricultores ya retirados o gentes con raíces campesinas que llevan en la sangre los problemas y aspiraciones del sector. Los primeros soñaron un día con soluciones viables. Se decían que el campo no podía morir, que todos necesitamos comer, que los alimentos no salen de una chistera, que el maná ocurrió en la Biblia y ahí se quedó. Pero vieron que pasaban los años y la situación no mejoraba; al contrario, empeoraba y obligaba a muchas familias a marcharse de sus pueblos, a abandonar la agricultura y buscarse las habichuelas en otra parte. Promesas hubo siempre; la realidad era, y es, muy distinta.

Por eso vuelven las movilizaciones. Es algo natural, cíclico, casi obligado. Parodiando a Antonio Machado, diríamos que vuelven "cual torna la cigüeña al campanario". Y ello pese, según reza el tópico, al carácter conservador del agro. Sin embargo, por muy conservador que uno sea, es difícil aguantar carros y carretas sin saltar, sin rebelarse, sin exponer las razones que llevan al cabreo, a la tractorada. Y esas razones son de diversa índole. Y todas, obviamente, negativas para el campo y para los pocos que van quedando en él. Una de las principales es la falta de rentabilidad, incluso las pérdidas en años tan malos como el 2023. Si después de trabajar e invertir no ganas un duro, apaga y vámonos. Otra es la cada vez más agobiante y complicada carga burocrática. Labradores y ganaderos tienen que dedicar más tiempo al papeleo que al tractor o al ordeño. Algunos te lo dicen claramente:

- "Gano más en una mañana haciendo papeles en Zamora que arando".

Habrá que calcular el coste de los viajes y viajes que tienen que realizar a la capital los que viven en los pueblos para arreglar minucias, rellenar instancias, peregrinar por las instituciones y pasar por gestorías y asesorías. Y acaban cansándose, sobre todo cuando les llega alguna carta oficial con más requisitos y, además, con un lenguaje casi ininteligible. De ahí, otra de sus grandes peticiones a Europa: que se aligere la burocracia, que los campesinos no sean tratados como potenciales delincuentes, sino como personas cuyo oficio es más que imprescindible para que los ciudadanos puedan llevar a cabo su necesidad primordial: comer, alimentarse. Y esta reclamación sí que se puede satisfacer sin demora. Los organismos europeos, el gobierno español, la Junta pueden, y deben, aligerar el papeleo.

Otra de las grandes reivindicaciones es conjugar la defensa del medio ambiente con la productividad. Si Europa apuesta por "lo verde", que se pague. Si a una explotación agraria de esta tierra le obligas a dejar una gran cantidad de barbecho, a rotar sin venir a cuento, a abandonar terreno cerca de los arroyos, estás sentando las bases para que sea ruinosa. Y si, además, cambias cada año de normas, ya ni te cuento donde queda la rentabilidad. Esta es una de las razones por las que no hay relevo generacional, por las que nadie, o casi, quiere quedarse en el campo pese a lo idílico con que muchos urbanitas pintan el mundo rural y su silencio y tranquilidad. Efectivamente, hay menos ruido y menos estrés que en las ciudades, pero los de los pueblos también necesitan masticar algo y disponer de las comodidades que abundan en otros lugares.

Todos estos son problemas tangibles, solucionables si las administraciones se ponen a ello, pero hay otra cuestión que no es de hoy para mañana y que, quizás, sea el origen del deplorable estado de cosas que nos inunda. Me refiero, en concreto, al desprecio secular que viene padeciendo el campo español casi desde hace siglos. Palabras como paleto, cateto, pueblerino le han hecho mucho daño, muchísimo. Tanto que muchas personas campesinas nada más aterrizar en la ciudad lo primero que hacían era borrar sus huellas, renegar de su cultura, esconder su acento, no usar palabras de su pueblo que pudieran delatarlas. Ese desdén ha propiciado bastantes de los males que siguen aquejando al agro. Desfacer este entuerto no es solo cosa de las administraciones. Es labor, imprescindible, de la sociedad, de todos.

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