Socialismo del siglo XXI

Estado y burocracia

OPINIÓN

OPINIÓN

Carlos Domínguez

Carlos Domínguez

En versión contemporánea, el socialismo y su vástago comunista, nacidos de unas internacionales obreras necesariamente emparentadas, están condenados a declinar debido a la difusión de las nuevas tecnologías, fenómeno irreversible siquiera por las ventajas que reporta al poder. Aún socializadoras en último término, las herramientas virtuales en manos del gran público echan por tierra teoría y práctica del viejo colectivismo, bajo sus formas partidarias y sindicales. En lo filosófico, podría aducirse la incompatibilidad del materialismo que inspira la estrategia de movilización de masas con la "insoportable levedad" de aparatos carentes incluso de sede física. Pero, más allá de la evocación literaria, lo cierto es que basta imaginar el efecto de un teletrabajo en esencia individualista sobre las enquistadas redes del poder socialista, comunista o sindical, cuya existencia depende de la concentración física de los asalariados ayer en la fábrica y la empresa privada, al presente en los feudos funcionariales del sector público asociados a las recetas intervencionistas del Estado del bienestar.

Los voceros del totalitarismo, enarbolando las banderas de la corrección política y unas ideologías blandas sólo en apariencia, predican quizá con acierto la futura realidad de nuestras decrépitas sociedades. Aquella de un socialismo efectivamente del siglo XXI, cuyas palancas han dejado de ser por el momento la revolución, la huelga general, la lucha de clases o la guerra civil, sustituidas por el control de aparatos burocráticos en sintonía con prácticas desideologizadas, que se justifican por la coartada de la gestión, del mantenimiento de sistemas asistenciales y reparto de fondos públicos, detraídos por vía fiscal a los agentes productivos para contentar a una masa clientelar que depende del dispendio de tales estructuras.

Se trata de un nuevo y sutil dominio, capaz de prescindir de la violencia física como método, para recurrir a algo mucho más perverso, a modo de imperio sobre conciencias sujetas a la servidumbre de un pensamiento único, en forma de dogma social al margen de las ideologías y la confrontación que suscitan. Dictadura sobre las almas y la razón disfrazada de bienestar y democracia, en rigor tecnocracia, que convierte el viejo socialismo en simple gregarismo, coincidiendo con los albores del siglo que despunta. Siglo del Estado, la burocracia y el totalitarismo en su manifestación más repulsiva. Tiranía espiritual antes que física o corpórea, que a bien ser obliga ya a repensar al Solzhenitsin de "Archipiélago Gulag".

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