Partidos mutantes y comunidades hacia lo desconocido

Una parte importante de las élites españolas no terminan de asimilar los cambios sociales que se han ido produciendo en los últimos años

Ilustración

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Manuel Mostaza

Manuel Mostaza

Circula por ahí una cita, probablemente apócrifa y atribuida a Napoleón, en la que el dictador corso señalaba que "para entender a un hombre hay que comprender cómo era el mundo cuando él tenía veinte años". Quizá haya algo de verdad en esa sentencia, y quizá esa sea una de las claves para entender por qué una parte importante de las élites españolas no terminan de asimilar los cambios sociales que se han ido produciendo en los últimos años. Gran parte de esas élites llegaron a la vida adulta en los años noventa del pasado siglo XX, en un país anclado en un bipartidismo muy sólido y que se apoyaba, casi por turnos, en las minorías nacionalistas del País Vasco y Cataluña; nacionalistas sí, pero no secesionistas en aquel momento. Los graneros de voto del PSOE y del PP eran –en las elecciones generales–, las comunidades de lengua castellana y Galicia, así como una parte importante de la población castellanoparlante de las comunidades en las que existía una lengua cooficial.

Los años fueron pasando: el deseo de olvido de la Guerra Civil en el que se basó la transición a la democracia –pacífica en general, excepto por la violencia asesina de la extrema izquierda nacionalista vasca– fue muriendo con las gentes que protagonizaron ese mismo anhelo, y nuevas culturas políticas se fueron incorporando a la vida pública española. Si la Transición dejó constancia del papel testimonial en términos electorales tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha, la crisis económica de 2008 por un lado, y el golpe del secesionismo catalán en octubre de 2017 por el otro, demostraron que España no era inmune a la ola populista de deslegitimación, tanto de las instituciones como del adversario, que recorre Occidente desde hace años.

Pese a que el PSOE sigue siendo un partido liderado en gran parte por varones castellanoparlantes, su centro de gravedad se ha ido desplazando hacia la España con lengua cooficial, en una ambigua coopetición (a veces competencia, a veces colaboración) con los partidos de la izquierda nacionalista

Fruto de este cambio tectónico en nuestro mapa político, las dos fuerzas centrales del sistema han sufrido cambios que hacen que sea difícil volver a ver a estos dos partidos como los conocimos hace unos años. Esto es especialmente relevante en el caso del Partido Socialista ya que, aunque parece haber hecho frente al desafío que surgió a su izquierda (Podemos) y que llegó a situarse a pocos escaños en el Congreso en junio de 2016, el PSOE que sale de esta pugna es un partido sustancialmente diferente al anterior, consolidando una tendencia al cambio que había empezado ya durante el liderazgo de Rodríguez Zapatero. El resultado es que, pese a que sigue siendo un partido liderado en gran parte por varones castellanoparlantes, su centro de gravedad se ha ido desplazando hacia la España con lengua cooficial, en una ambigua coopetición (a veces competencia, a veces colaboración) con los partidos de la izquierda nacionalista. No hay más que ver lo que pasó el pasado julio: tras obtener un mal resultado considerado de manera global –el PSOE pasó de liderar con holgura la Cámara a ser la segunda fuerza política a cierta distancia del PP–, los únicos datos positivos para los de Sánchez vinieron en realidad de casi toda la España con lengua cooficial: el PSOE que naufragó en Madrid, Andalucía, Aragón o las comunidades del centro de España, pero mejoró su cosecha de escaños en Valencia, Baleares, Navarra y el País Vasco, además de obtener un magnífico resultado en Cataluña. Los socialistas fueron en julio el partido que tuvo un mayor número de electores que depositaron su voto "contra un partido o contra un bloque" según la –sesgada– muestra del CIS. De igual manera, se puede estimar que fue el partido que más sufragios arañó a la izquierda nacionalista en sus diferentes territorios (vg. Esquerra en Cataluña, Compromís en Valencia, etc…). Únicamente en Galicia los socialistas no repiten este patrón, probablemente por el tirón del candidato popular en su propio territorio…

Por eso, desde un punto de vista demoscópico, una de las cosas más interesantes es estudiar si este cambio en la estructura electoral del PSOE se confirma o no a lo largo del año que empieza. Los comicios en dos –o tres– comunidades con lengua cooficial serán un buen termómetro para ver si se consolida esa tendencia que parece apuntarse a lo largo de los últimos años. Si es así, es posible que también en pocos años pasen a la historia esos liderazgos de la España interior que han articulado al partido hasta ahora y desde la llegada de la democracia a nuestro país en los años setenta: los próximos líderes socialistas hablarán con acento y serán bilingües … También es verdad que, si este proceso de mutación es demasiado radical, lo que puede cambiar es la comunidad política que le daba sentido y que, los que teníamos veinte o treinta años en los noventa, hemos dado siempre por supuesta…

(*) Politólogo

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