¿Deber, qué deber?

Días de buenos propósitos…

Carlos Domínguez

Carlos Domínguez

…Que nadie o pocos cumplirán. Sin embargo, más allá de la voluntad de cada cual, en lo familiar y colectivo han sido fechas de jolgorio, algarabía y felicitaciones en gran medida impostadas. Para qué ir al topicazo del cuñado y la cena en noche a veces mala, resuelta en el mejor de los casos con un regusto agrio. A saber de qué. Pero, fuera de lo acostumbrado, a quien por edad pertenece a generaciones instruidas en el valor del deber, no otro que el de la responsabilidad, la equidad y el respeto a la palabra dada, no puede menos de llamarle la atención al hilo de unas deplorables costumbres sociales la permisividad actual de la adolescencia y la infancia, que es desidia y comodidad de los obligados precisamente a educar a hijos y nietos.

Viene esto a cuento, cosas de aquí, de una reciente estampa navideña, con varios/as chiquillos/as de no más de ocho años armando cierto alboroto con sus risas, gritos y correrías, mientras el grupito progenitor/a le reía en comandita las gracias, hasta el momento cumbre de la amenaza, lanzada en tono jocoso: ¡"Niños, parad ya; ¡que paréis, que si no, no vendrá papá noel!".

Carpe diem, que diría hoy el vulgo al alimón con la plebécula, en lugar del clásico. Naturalmente, pudo ocurrir cualquier día de estos, en cualquiera de nuestras calles. Y como es de suponer, en una época en que prima el placer, vivir el momento, el disfrutar porque todo el mundo lo vale, una sociedad abocada a su irreversible declinar ignora el compromiso con uno mismo y el prójimo. La desesperanza, la falta de horizonte vital de nuestra juventud, a la que bajo la pobre golosina de un falso bienestar hemos privado de lo que a nosotros nos fue dado por sacrificio y herencia de nuestros padres, tiene mucho que ver con una mentalidad contraria a un mínimo sentido del deber. Niñatos malcriados, por descontado. Y más aún, personas sin futuro en lo que concierne a su verdadera humanidad. Porque, sin duda, el deber conlleva esfuerzo y sinsabores. Pero también conciencia de la razón, unida a la del propio derecho.

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