No es cuestión de encariñarse

Hay personajes que imaginan que las cosas podrían ser distintas

Ilustración artículo Jonathan

Ilustración artículo Jonathan

Jonathan Pérez

Jonathan Pérez

Si alguien dentro de quinientos años quisiera saber qué sucedía en los corazones de la gente que vivía en esta parte del globo durante el primer tercio del siglo XXI, se le podría dar este libro y decirle: algo así.

Las historias de Clara suceden en un mundo gris, como el nuestro, donde a veces ocurren cosas que no estaban previstas, que acentúan la grisura de todo, pero que también alivian porque interrumpen, y por esa interrupción se cuelan preguntas que se nos quedan por ahí rondando.

Además de historias, aparecen en el libro etimologías, noticias sueltas, artículos de leyes o epigramas, y todo ese material junto forma un collage que habla de cómo nos relacionamos con los otros, de la desorientación, de la angustia o de las ganas de decir hasta aquí hemos llegado. Y también de la ternura.

Las historias de Clara suceden en un mundo gris, como el nuestro, donde a veces ocurren cosas que no estaban previstas, que acentúan la grisura de todo, pero que también alivian porque interrumpen, y por esa interrupción se cuelan preguntas que se nos quedan por ahí rondando

Por debajo de los fragmentos que componen el libro corre algo parecido a un temblor, algo que nos toca de cerca y que tiene que ver con lo que somos: animalillos desorientados en un mundo que ha dejado de ser una cosa y está empezando a ser otra. Los personajes del libro viven ahí, en ese tiempo del medio, y se mueven hacia delante, toman decisiones, se arrepienten, y luego se sienten dolidos y buscan un consuelo que pocas veces llega. Los que parecen más seguros son lo que se plantan. El niño que se gira para responder a un policía que no, que se equivoca cuando dice lo que dice. O el actor que sale del teatro y decide que está harto de su papel y que se acabó, ya no más.

No es cuestión de encariñarse transmite una sensación de hartazgo, pero no coloca al lector en un callejón sin salida. Hay personajes que imaginan que las cosas podrían ser distintas, como la barrendera que le explica a su compañero en que consistiría un comunismo basado en la redistribución de la mugre, o que podrían haber sido distintas, como las amigas que hablan de Antígona y de un final alternativo en el que la protagonista escapa de la cueva. Tanto la barrendera como las amigas imaginan en voz alta. Y en esos momentos, cuando los personajes imaginan juntos y se dan alas los unos a los otros es como si se encendiera, en mitad de todo lo gris, un farolillo, una luz pequeña.

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