Zamoreando

Celebración milenaria

Una jornada en la que el camposanto es el lugar de cita obligada

Carmen Ferreras

Carmen Ferreras

Afortunadamente no todo está perdido. Aunque Halloween avanza inexorablemente, las tradiciones y costumbres propias de los días de Todos los Santos y Difuntos, se mantienen incólumes. Gracias a Dios. No en vano, el origen de la festividad que hoy conmemoramos tiene lugar hace casi 1.300 años en la Iglesia Católica. La gran mantenedora de ritos, costumbres y tradiciones ancestrales que no podemos perder. Sería como ir en contra de nuestra propia idiosincrasia.

Está de más decir que tal día como hoy se honra a los seres queridos que han fallecido. Una jornada en la que el camposanto es el lugar de cita obligada. A pesar de que siempre hemos conocido esta celebración, todavía hay personas que no tienen muy claro el origen. El carácter religioso es indiscutible. El impulsor de la medida fue el Papa Gregorio III, que durante su tiempo de pontífice (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro en honor de todos los Santos.

De esta forma, se buscaba que todos los santos fueran venerados al menos un día al año. Años más tarde, a mediados del siglo IX, el Papa Gregorio IV, en tiempos de Luis El Piadoso (emperador de Occidente y rey de los francos), extendió su celebración a toda la Iglesia en el año 835. Se cree que la fecha elegida, el 1 de noviembre, fue porque coincidía con una festividad de los pueblos germanos, y en aquellos años el objetivo de la Iglesia era eliminar las celebraciones paganas.

Es por lo tanto una celebración milenaria que no podemos saltarnos a la torera por mucho descreimiento religioso que se tenga. Lo que se aprende de pequeños, siempre queda un poso que va más allá de la nostalgia, que va más allá del recuerdo. Sólo hay que haber sabido amar. Basta con abrir el corazón a los recuerdos más entrañables, para que la honra se haga efectiva.

De revivir al Tenorio de Zorrilla, en lo que a Zamora respecta, ya se encarga La Tijera Teatro. El gusto lo ponen las pastelerías con los tradicionales buñuelos de viento rellenos de nata y de crema, los huesitos de santo y los panellets que poco a poco hemos ido adoptando por estas latitudes, debido a su exquisitez. Me quedo con los buñuelos que me vuelven loca. Metiéndonos en más harina, los buñuelos de bacalao, unas buenas sopas de ajo o el tradicional cocido en el que nada debe faltar pueden muy bien completar la oferta gastronómica del día a la que también se puede añadir un buen asado.

Estamos en el mes de las patatas y de las castañas, que, en su versión de asadas, pueden constituir igualmente un postre ideal, ajeno a la repostería tradicional. Mantener todo ello vigente, pasarlo de generación en generación es obra de todos.

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