Escalera hacia el cielo

El erizo desemigrante

La agricultura va mal y los militares tardan en llegar, nuestro futuro pasa por los ancianos y sus cuidados

ILUSTRACIÓN

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Bárbara Palmero

Bárbara Palmero

He ido de visita al corral de una vecina para maridar mi vino turbio, cosechero, con queso añejo y unas aceitunas aliñadas, mientras tratamos de entender este belicoso sinDios. La conversación se desarrolla con los móviles de cuerpo presente. Porque en los pueblos no acostumbra a espiar Pegasus, INCIBE o el CNI, sino los vecinos de las viviendas limítrofes, cuyos sensores se activan a la menor alteración del habitual silencio.

Bajo un cielo de tormenta seca, con rayos que no cesan, pero sin truenos, los gatos, que no entienden de fronteras ni de control de pasaportes, se pasean de una casa a otra eligiendo el mejor buffet libre de la noche. En esas, se escucha un sonido raro, y mi anfitriona anuncia tranquila que es el erizo de la casa, un animal con una historia muy especial para su familia.

Soy fan de Expediente X, así que imagino lo normal, que el erizo es la reencarnación del tío abuelo Evelio, emigrado a la Argentina tras la guerra y desaparecido en la selva. Pero no. Resulta que su padre, pastor de toda la vida y fallecido cuando ella era sólo una rapaza, trajo un día del campo un erizo en las alforjas.

Al erizo le gustaron los garbanzos, que es lo que toda la vida se ha dado de comer a los gatos en el pueblo, y allí se quedó a vivir. Hasta que el frío mesetario lo obligó a hibernar. El erizo regresó de nuevo con el calor, y volvió a desaparecer para su letargo invernal.

Hay que propiciar que todos esos zamoranos obligados a emigrar al menos puedan envejecer en sus pueblos de origen atendidos adecuadamente en residencias o con ayuda a domicilio

Un verano, el erizo adulto trajo a su cría con ella. Y la vida siguió su curso, con el erizo convertido en una Proserpina con púas, obligado a pasar una temporada en la superficie, junto a la madre, y otra hibernando, en el inframundo con el marido.

Pero un aciago día, su tío dijo que había matado un erizo, y las hermanas desoladas comprueban que su erizo no regresa más... Hasta ahora, que, ya adultas, se han encontrado con este erizo, y quieren, desean, necesitan creer que es la cría de la cría de la cría del añorado erizo. La misma que su erizo trajo consigo un verano, y que por fin ha recordado el camino al corral familiar.

Es una historia más tierna que cualquiera de las de Mulder y Scully.

Pienso en el erizo desemigrante que regresa a casa, y me lo imagino con la cara y el nombre de todos esos zamoranos obligados a abandonar la provincia para procurarse un provenir fuera. Pienso también en lo justo que sería, que les facilitáramos al menos la posibilidad de regresar para envejecer con dignidad en el pueblo, y la capital, que los vio nacer.

Bien en una residencia, pública, concertada o privada, bien atendidos en sus propios hogares mediante ayuda a domicilio. Lo justo, y lo rentable. Porque en términos económicos, la ancianidad genera puestos de empleo directos e indirectos, y riqueza. Y en esta provincia estamos necesitados de todo.

No sabemos el tiempo que tardarán los militares y sus familias en instalarse en Monte la Reina. Tampoco, si finalmente decidirán vivir en Toro o preferirán trasladarse al trabajo cada día desde Valladolid y Salamanca. De lo que sí estamos seguros es de que envejecemos. Los militares podrán ayudar a repoblar, pero la solución pasa por sacar partido de la materia prima de la provincia. Y el recurso natural más abundante no es el agua, el viento, el lobo o la madera, sino la ancianidad.

Necesitamos construir más residencias públicas, no una en cada pueblo, pero casi. Aunque lo primero es lo primero, para ofrecer una buena atención a nuestros abuelos, urge mejorar las condiciones de trabajo de los profesionales a cargo de los cuidados: gerocultores y auxiliares, celadores, personal de enfermería, mantenimiento, cocina y limpieza.

En la actualidad no sucede así. Hay pueblos con residencia privada, donde no se paga el plus de nocturnidad ni el de festivos. Hay pueblos con residencia concertada, el ayuntamiento coparticipa en su gestión, donde se paga un salario poco acorde a tanta responsabilidad y esfuerzo. Tampoco hay inspecciones de trabajo que actúen contra estos abusos, y esto es inadmisible.

Es normal pues que ambas residencias no encuentren trabajadoras que sustituyan a las gerocultoras y auxiliares que se marchan a la ayuda a domicilio pública. Mejor retribuida. Y que permite una dedicación preferente a cada uno de los usuarios.

Tempus fugit, el tiempo pasa, pronto seremos esos venerables ancianos sentados al sol de otoño que apenas si vemos mientras vivimos a la carrera. Octubre es mes de sementera: apremia pues empezar a sembrar unas inmejorables condiciones de trabajo en el sector de los cuidados, para cosechar una provincia repoblada con zamoranos desemigrados, bien atendidos por unos profesionales con un sueldo digno, que se ajuste a su capacitación e inestimable labor.

(*) Ganadera y escritora

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