¿El poder a cualquier precio?

El objetivo de un presidente de gobierno no es ser generoso ni cicatero, sino ante todo cumplir y hacer cumplir las leyes, en primer lugar, la Constitución

Pedro Sánchez, en la recepción de los Reyes después del desfile del Día de la Fiesta Nacional, el Palacio Real en Madrid.

Pedro Sánchez, en la recepción de los Reyes después del desfile del Día de la Fiesta Nacional, el Palacio Real en Madrid.

Gerardo González Calvo

Gerardo González Calvo

Me ha sorprendido que el presidente del gobierno en funciones asegurara, en su primera declaración después de ser propuesto por el rey para ser reelegido presidente, que "es la hora de la generosidad y del compromiso". A un presidente se le supone el compromiso para trabajar por el bienestar de los ciudadanos, pero no creo que deba justificar sus actuaciones apelando a la generosidad, en su sentido de cualidad de generoso, o sea, dadivoso.

El objetivo de un presidente de gobierno no es ser generoso ni cicatero, sino ante todo cumplir y hacer cumplir las leyes, en primer lugar, la Constitución. Me entran escalofríos cuando oigo o leo que hay que hacer una lectura flexible de la Carta Magna, aprobada en referéndum el 6 de diciembre de 1978 por el 87,78 de los votantes. Creo que, si nuestra Constitución se debe cambiar, habrá que redactar otra y someterla a referéndum. El articulado de una Constitución no es inamovible, pero en un país democrático se deben cumplir los procedimientos legales, no solaparlos con triquiñuelas por oportunismo político.

Me resultó también chocante la afirmación del presidente del gobierno en funciones de que buscará los votos para su investidura de debajo de las piedras. Mi experiencia en el jardín de mi casa es que debajo de las piedras abundan lombrices, caracoles, babosas, cochinillas y algunas lagartijas que sabotean las plantas tiernas de tomates y calabazas.

Me resultó también chocante la afirmación de Pedro Sánchez de que buscará los votos para su investidura de debajo de las piedras. Mi experiencia en el jardín de mi casa es que debajo de las piedras abundan lombrices, caracoles, babosas, cochinillas y algunas lagartijas que sabotean las plantas tiernas de tomates y calabazas

Algunos gobernantes y políticos creen a veces que, como han sido elegidos o nombrados para ejercer un determinado cargo, están investidos de un poder omnímodo. Me produjo un profundo estupor que Manuel Fraga Iribarne declarara en 1976, cuando era ministro de Gobernación, que la calle era suya. Y no poco desasosiego que poco después de ganar el PSOE las elecciones generales en 1982, Alfonso Guerra hiciera esta contundente declaración: "vamos a poner a España que no la va a conocer ni la madre que la pari". Años después, José María Calviño aseguró, cuando era director general de Televisión Española: "mientras yo presida la Televisión Española la oposición no ganará nunca las elecciones". Estas afirmaciones me siguen pareciendo, más que chascarrillos, una manifestación de soberbia cesarista.

"Algo huele a podrido en Dinamarca" se lee en el "Hamlet" de Shakespeare. Ese hedor, que captó en la explanada del palacio de Elsingor ante Hamlet el centinela Marcelo en el año 1601, sigue expandiéndose actualmente bajo las alfombras de demasiados políticos, sean del signo que sean, cuando no persiguen el bien de los ciudadanos, sino seguir en el poder a cualquier precio, edulcorando algunas actuaciones con rebuscados circunloquios o con eufemismos.

Confieso que tengo especial animadversión al eufemismo, no cuando se usa para manifestar suave o decorosamente ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante, que es lo que significa este vocablo, sino para enmascarar la verdad. Quevedo no conocía la palabra eufemismo, que no se recoge en el Tesoro de la Lengua Castellana Española de Sebastián de Covarrubias (1611) y en su lugar arremete contra la hipocresía, "que es la calle mayor de este mundo", asegura en el libro "Sueños y discursos-Mundo". Y no se queda corto en ejemplos: "El zapatero de viejo se llama entretenedor de calzado… Amistad llaman al amancebamiento, trato a la usura, burla a la estafa, gracia a la mentira, donaire a la malicia, descuido a la bellaquería, valiente al desvergonzado, cortesano al vagamundo, al negro moreno y señor doctor al platicante. Así que ni son lo que parecen ni lo que se llaman, hipócritas en el nombre y en el hecho".

Ya que he citado a Quevedo, creo que políticos, líderes de opinión y tertulianos deberían leer, si no lo han hecho, su opúsculo titulado "La rebelión de Barcelona ni es por el güevo, ni es por el fuero". Lo escribió cuando se encontraba preso en la cárcel San Marcos de León, poco después de que estallara en 1640 la llamada "guerra de los segadores". A pesar de algunas adjetivaciones controvertidas y chirriantes, su análisis es aleccionador.

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