Hay esperanza

En este mundo nuestro, poblado de fantasías, fake news, guerras, desastres y desafortunados gobernantes, se agradece que nuestra humanidad la representen cuatro niños hermanos luchando contra los elementos

Los cuatro niños que estaban perdidos desde el pasado 1 de mayo en las selvas del sur de Colombia.

Los cuatro niños que estaban perdidos desde el pasado 1 de mayo en las selvas del sur de Colombia. / EFE

Ángel Alonso

Ángel Alonso

Quien más quien menos el sábado se lo toma con calma. Es una suerte que el ritmo se detenga un poco. Desacelerarse es bueno. De vez en cuando me voy al huerto de Fray Luis- a leer, se entiende- que es una forma barata de autoayuda. Nuccio Ordine recomienda los autores clásicos, (especialidad del sabio de Salamanca) entre ellos Homero; faltaría más. No puedo olvidar a Ulises-Odiseo errando de isla en isla por el mediterraneo griego pero con la mente puesta en volver a casa, esa Ítaca revisitada más de dos mil años después por el poeta Kavafis.

Un sábado -a pesar de ser parte del finde de descanso- uno no logra desengancharse de la actualidad que, quieras o no, se te cuela por la radio, la tele y eso que llaman redes sociales.

Por suerte, a veces, una noticia buena se extiende por ese mar tan amplio. Abro la boca esta vez para sorprenderme con incredulidad, celebrarlo con estupefacción y llorar casi de alegría: “Los niños colombianos perdidos en la selva fueron hallados”. A su lado La Odisea de Homero sólo es un libro en mi estantería.

En este mundo nuestro, poblado de fantasías, fake news, guerras, desastres y desafortunados gobernantes, se agradece que nuestra humanidad la representen cuatro niños hermanos luchando contra los elementos ( animales y vegetales) y hasta contra ellos mismos, contra su miedo y su llanto, contra su soledad sonora (la selva nunca calla) y contra la impaciencia que tanto mina la conciencia de nuestros pequeños. Toda una lección de historia de nuestros orígenes como clan familiar, como “homo sapiens” que hoy sí merece dicho apelativo, repetido por la arqueología.

La supervivencia de dichos niños se convertirá en un biopic espeluznante pero veraz para encontrarnos con nuestros orígenes como especie, evolucionando desde los pequeños grupos familiares, sin cuyo lazo genético-afectivo no hubiera sido posible el largo recorrido de los homínidos hasta hoy. Quizá por olvidar que estamos más emparentados de lo que parece nos desentendemos y vamos a nuestra bola lanzándola incluso contra nuestro prójimo.

Me mandan por el Whatsapp del grupo de profes la gozosa noticia de que hablamos que reproduce El Faro de Vigo, como supongo todos los diarios y agencias de noticias. Pero leía un servidor el pasado 21 de mayo en La Voz de Galicia que “un total de 56 bebés han sido abandonados en España en los últimos dos años”. Y ¿quién lleva la cuenta de los abusos de pederastia en la Iglesia y fuera de ella? ¿Y de los niños que no echan de menos un vaso de leche al desayuno porque no lo han probado?. Pues bien, cuatro niños nos han ganado el partido de pelota que se juega en la cabeza de todos cuando nos ponemos a correr tras el balón del pesimismo y encima celebramos meter goles con él.

Los niños y niñas juegan otra liga. No hay más que verles correr tras el esférico en tropel; el caso es pegarle con el pie, sin mirar la portería; se trata de correr, jugar, divertirse en grupo. Esto es: participar, corretear disfrutando. Lo demás es marketing.

Permitan que me vea muy lejanamente reflejado en la niña mayor de los hermanos accidentados. Mis padres madrugaban en verano para acarrear el trigo de noche y hacer la trilla. Un servidor con nueve añitos ya se encargaba de levantar a mis hermanos, prepararles el desayuno y pasarles el peine antes de llevarles a casa de mis abuelos. No había otra. ¿Fui mayor antes de tiempo? Fui como mucha gente menuda que en el pueblo, hacía lo que había que hacer por imperativo de la necesidad y por necesidad de la pobreza. Pero creo que no me fui del partido. Estuve en el campo de la infancia hasta el final y nunca me expulsaron. Hoy solo lamento no haber podido ayudar a mi hermano pequeño, recientemente fallecido, siendo así que de niño hice de padre y madre para él, no pocos ratos.

Los niños de Colombia me han llevado a aquel tiempo difícil de la España rural de los años cincuenta-sesenta del pasado siglo donde, a pesar de todo, “era feliz e indocumentado” ( entre otras carencias) como muchos, y como decía Garcia Márquez de su época juvenil.

Hoy sábado soy algo más feliz, lo necesitaba. En la sociedad industrializada actual, noticias como la de Colombia, nos dicen de dónde venimos y por dónde debemos seguir.

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