Crónicas de un paso de cebra

La luz que ilumina a las gentes

El origen atribuido a la Piedra de Scone en la coronación de los reyes británicos

Carlos III de Inglaterra.

Carlos III de Inglaterra. / EP

Concha Ventura

Concha Ventura

Desde tiempos muy antiguos, en las mitologías sagradas, el ser humano ha otorgado gran importancia a la música y al significado de las piedras, fruto de ello surge la proliferación de actos conmemorativos y de lapidarios, en estos se nos da cuenta, no sólo de sus aspectos mineralógicos, sino también de su significado mágico y de su correspondencia con los astros o los dioses.

Aristóteles ya se preocupó de las piedras, allá por el siglo IV antes de Cristo, y la difusión de esas ideas dio lugar a uno de los lapidarios antiguos más conocidos en la Edad Media, el cual fue escrito en papel, no en pergamino en la floreciente ciudad de Bagdad, por el tercer califa abasí del siglo VIII, Muhammad ibn Mansur al-Mahdi, cuyo nombre significa "El bien guiado".

En esa cultura ya se practicaba el proceso tecnológico de la fabricación del papel, gracias a los prisioneros chinos que hicieron los combatientes en tierras del Asia central, en la batalla de Talas en el año 751.

Aunque el papel se conocía desde hacía siglos, en Samarcanda se encontró una carta en papel de un comerciante del siglo IV, mientras por aquí, seguíamos usando el pergamino.

El primer lapidario en lengua romance fue traducido del caldeo al arábigo por un tal Abolays y, posteriormente, del arábigo al romance, en la Escuela de Traductores de Toledo por Yehuda Mosca, que fue, además de rabino de la sinagoga de esa ciudad, gran astrónomo y médico personal del rey Alfonso X. En dicha obra es donde aparece en toda su extensión el carácter talismánico, mágico y sagrado de las piedras, según se explicaba en la antigüedad, por la influencia de la luz de los astros, que se trasmite a los hombres.

Ese es el comienzo de parte de la historia de Occidente, y de la llamada "crónica social" de alto voltaje ya que, en estos días, en pleno siglo XXI, hemos asistido en la abadía de Westminster, no sólo a la doble, "desconcertante", simbólica y en parte anacrónica coronación con tintes medievales de Carlos III, en primer lugar, como rey del Reino Unido de Gran Bretaña y jefe de la Commonwealth y, después, como Gobernador Supremo de la Iglesia anglicana de Inglaterra.

La ideología teatral que acompañaba al acto se manifestó extraordinaria en su rigidez, adornada con los figurantes de alta costura que pisaron el escenario de manera protocolaria muy estudiada, empezando por los dos actores principales, los futuros reyes. (Aquí, que nadie se dé por aludido, está permitido por la Academia el uso del plural masculino para encuadrar a hombres y a mujeres).

En esa doble investidura del rey hubo dos tipos de vestimenta, por un lado, la del cargo político terrenal y por otro, la del cargo eclesiástico.

De ahí que, el arzobispo de la abadía de Westminster después desvestirlo, ungirlo y revestirlo con los ropajes litúrgicos, camisola, tunicela, estola y capa pluvial, tuviera que imponerle la corona de la coronación, porque ese era el antiguo ritual, mejorado y edulcorado en otros aspectos, en la proclamación del nuevo jefe de la iglesia anglicana; añadiéndole encima, la capa de armiño, la corona del estado y los cetros de sus antepasados, representando así la unión en una sola persona del poder político y del religioso.

(Ojo, la corona del Estado, del siglo XV, cerrada por arcos, simboliza desde antiguo que, Inglaterra no estaba sujeta a ningún otro poder terrenal. Proliferaron también mazas, bastones, espadas, cetros y el orbe del soberano o la bola del mundo que acabó llevando en su mano, rematada con una cruz, todo ello con significados especiales y de valor incalculable).

(Los monarcas españoles fueron más avispados en la Edad Media y, tras la Querella de las Investiduras, se inventaron a los estafermos, maniquíes o figuras articuladas de madera, representando un santo, para nombrar reyes. Levantaban su brazo de madera, por supuesto, y lo dejaban caer sobre los hombros del futuro monarca, porque no había ningún ser humano con la suficiente categoría para poder hacerlo).

Al príncipe Carlos se le sentó en un trono especial, la silla de San Eduardo, en la que iba embutida, bajo el asiento, una piedra, conocida como la Piedra de Scone, llamada así por la abadía donde se conservó por algún tiempo, hoy sustituida por el palacio del mismo nombre, que se usaba para "coronar a los reyes escoceses".

Es una losa rectangular, que pesa 152 kilos y lleva en la parte superior una cadena, también aparece en ella una cruz latina y el origen se centra en la historia de Jacob.

Al parecer este, tras enfrentarse a su hermano Esaú, se marchó del lugar donde había vivido y, tras una larga caminata, al anochecer decidió echarse a descansar. Cogió una piedra del camino, la usó como almohada y tuvo un sueño, en el que vio una escalera apoyada en la tierra que ascendía al cielo, por donde los ángeles subían y bajaban, después se le apareció Dios sobre ella, para revelarle que aquellos territorios serían para él y nunca lo abandonaría. Al despertarse, cogió la piedra, derramó aceite sobre ella, y llamó a aquel lugar Bethel, piedra sagrada o "templo de Dios", donde se evoca la presencia de la divinidad, aunque su primitivo nombre significaba "Luz".

Muchas de estas piedras provienen de meteoritos, han viajado desde más allá de las estrellas, como la de la Kaaba en la Meca o como el ónfalo del santuario de Delfos, que se tragó Cronos al creer que era su hijo. Se ungía con aceite cada día y se cubría con lana virgen en ocasiones especiales.

Pero, ¿por qué se usa ese trono con esa piedra para estas celebraciones extraordinarias en ese país?

Para entenderlo hemos de acudir de nuevo a la historia de la piedra y del trono antiguo, ya que tiene que ver con más leyendas dispares de su pasado. En su viaje, que fue muy largo y lleno de peligros hasta llegar a tierras de Gran Bretaña, fue portada por un peregrino, Aitekes, que quiso encontrar un nuevo reino de Dios en el mundo. Este la llevó a través de Finisterre hasta Irlanda, que es la zona, donde nacieron los primeros cristianos por aquellos lugares.

Posteriormente el ya citado, Eduardo de Inglaterra, en el siglo XIII se la llevó a Escocia y la embutió en el trono o silla de la Coronación, la cual acabó siendo depositada por él en la abadía de Westminster. Así es como dicho rey la dotó de un nuevo significado, pues fue la manera de declarar a Escocia como una provincia de Inglaterra, "no como un reino independiente".

Se devolvió a Escocia en 1996 y se conserva en el castillo de Edimburgo.

Por lo tanto, el significado político del trono medieval está claro, el Rey Carlos domina, entre otros, todos los territorios de esa porción del mundo.

Y no podemos olvidarnos en esta ceremonia litúrgica de parte de la música que aderezó el evento, donde destacó, como siempre, el himno considerado como oficial del país, "God save de King", "Dios salve al Rey", que fue creado en la Francia del siglo XVIII, donde el rey Luis XIV sufría de estreñimiento crónico, lo cual le causó una fístula anal muy dolorosa.

Como ningún tratamiento le hizo efecto, su médico personal Charles Félix de Tassy, acabó operándole con gran éxito el real trasero para evitar males mayores. Era la primera vez que se llevaba a cabo una operación de ese tipo en un monarca. Cuando el rey pudo salir a saludar a su pueblo montado a caballo, decidió celebrarlo con música, y mandó componer una canción patriótica en su propio honor.

El reconocido compositor Jean Baptiste Lully fue el encargado de ponerle letra a "aquel estallido de alegría francesa", y lo hizo acercando e identificando la figura del rey, como representante de la humanidad en la tierra, con la divinidad del cielo, y también para poder contar siempre con la protección e inspiración de Dios, de ahí el título "Grand Dieu sauve le Roi" (El Gran Dios salve al rey).

Posteriormente, Hendel en 1714, músico del rey inglés Jorge I conoció dicha obra, le cambió ligeramente el título y la presentó al estado británico como "Dios salve al Rey", la cual acaba con esta reflexión referida al monarca: "Que siempre nos dé motivo para cantar con corazón y con voz/ Dios salve al Rey".

Cantar, también cantaron, unos más que otros, pero cantaron.

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