La despoblación, el nuevo cerco a Zamora

El reto de potenciar el desarrollo económico y frenar la sangría de la despoblación

POBLACION ENVEJECIDA. DESPOBLACION. PROVINCIA. VILLANUEVA DE LAS PERAS

POBLACION ENVEJECIDA. DESPOBLACION. PROVINCIA. VILLANUEVA DE LAS PERAS / EMILIO FRAILE

Gerardo González Calvo

Gerardo González Calvo

Se cumplen ahora 951 años del cerco a Zamora, que duró siete meses y seis días. No se sabe lo que hubiera durado sin la intervención de Bellido Dolfos, considerada hasta hace pocos años como alevosa, según ratificaba el Portillo de la traición, a mi modo de ver rectificada con buen criterio por la Puerta de la lealtad en el año 2010. Entonces no se ganó Zamora en una hora, pero ahora se está perdiendo minuto a minuto.

Actualmente, el problema de Zamora no es si fue acertado el intento de Don Sancho de romper por las bravas las murallas de la bien cercada, sino cómo resolver el drama de la decreciente despoblación con las secuelas de un constante goteo de negocios que echan el cierre.

El economista Ramón Tamames se lamentó en su reciente intervención en las Cortes del “suicidio demográfico”, que aqueja desde hace varios años a España. Este suicidio es mucho más grave en Zamora, como constatan año tras años los datos del Instituto Nacional de Estadística. En 1981 había en Zamora capital 59.734 habitantes y fue subiendo hasta alcanzar en 2008 los 66.672. Desde este año fue descendiendo hasta situarse en 2022 en 59.475 habitantes, y bajando. La población total de la provincia ha perdido desde 1950 casi 150.000 habitantes: pasó de 316.861 a 167.215, con el agravante de un elevado porcentaje de jubilados y muy escasos nacimientos.

El «suicidio demográfico» al que aludió Ramón Tamames ya se viene denunciando desde hace algunas décadas, pero ningún gobierno español lo ha abordado con responsabilidad

Sin embargo, viven en el extranjero más de 20.000 zamoranos y unos 130.000 en otras provincias españolas: 35.000 en Madrid, 18.500 en el País Vasco, 12.000 en Cataluña, algo más de 6.000 en Asturias, 5.000 en la Comunidad Valenciana, 4.000 en Galicia y otros tantos en Andalucía. En total, más que en toda la provincia.

Este nuevo cerco que está causando estragos en la provincia de Zamora debió de haberse detectado a mediados del siglo pasado, cuando se desencadenó la gran emigración de los pueblos a regiones industrializadas, sobre todo del norte de España, favorecidas por los planes de desarrollo. No se hizo y de aquellos barros vienen estos lodos. Tampoco hubo zamoranos emprendedores para impulsar una gran industria transformadora de productos cárnicos como los exquisitos chorizos. Sí lo hizo la familia Revilla en Ólvega (Soria), un pueblo que en 1960 contaba con 1.937 habitantes y actualmente tiene 3.673. En esos mismos años un pueblo como Manganeses de la Lampreana pasó de 1.718 a 454 y Pajares de la Lampreana de 1.185 a 287.

Estos datos corroboran que el nuevo cerco que amenaza las murallas de Zamora y a sus municipios es el progresivo derrumbe de la población. Miles de zamoranos nos hemos visto obligados a salir de nuestra tierra natal por razones de supervivencia, ya que en ella no podíamos encontrar trabajo para subsistir.

La pregunta inevitable es si existe alguna solución a corto, medio o largo plazo para subsanar y cómo esta debacle demográfica. No la habrá, si no se llevan a cabo más inversiones para desarrollar los productos zamoranos, incluidos los cereales, las legumbres, el ganado ovino y vacuno, tanto por parte de la Comunidad Autónoma de Castilla-León como del Estado. Si no se hace, el único potenciador de la economía en Zamora serán los días de Semana Santa. Algo es algo, pero no lo suficiente como para potenciar el desarrollo económico y frenar la sangría de la despoblación.

El "suicidio demográfico" al que aludió Ramón Tamames ya se viene denunciando desde hace algunas décadas, pero ningún gobierno español lo ha abordado con responsabilidad, como sí lo hizo, por ejemplo, hace varios años el gobierno francés, que dedica el 3,6% del PIB a ayudar a las familias, gobierne quien gobierne. El gobierno español se limita a conceder alguna subvención que no estimula la natalidad, y mucho menos ayuda a fijar población en las zonas rurales, las grandes Cenicientas del reparto de la riqueza.

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