Opinión | Los telares de Cris

Pequeña ciudad europea

Empeñémonos en generar futuro desde donde siempre se ha hecho: las asociaciones más pequeñas, los barrios y los pueblos

La mano de un bebé, apoyada en un dedo de su padre.

La mano de un bebé, apoyada en un dedo de su padre. / Agencia 123fr.com

Cuando viene alguien de visita, mientras esperamos los unos que sí y los unos que no, le pregunto qué sabe de Zamora. Con frecuencia las respuestas se parecen bastante a la nada: “frío”, “lejos”, “una vez pasé por Benavente”. No es culpa de los forasteros, curiosos y viajados todos ellos, sino del vacío: si tantos no saben nada de Zamora es porque desde Zamora no hemos hecho bien el trabajo de narrarla. Eso de que si no te quieres tú cómo vas a pretender que alguien te quiera.

Pequeña ciudad europea

Pequeña ciudad europea / Cristina García Casado

Daba vueltas esta semana un vídeo en el que a un chaval de Palencia le preguntaban por su tierra y decía “han venido a una ciudad que no tiene nada”. Parece que la promoción no se nos da especialmente bien por estos lares. A lo mejor el derrotismo es parte de lo que nos aplasta.

Que a Zamora la han despreciado todos los gobiernos habidos y por haber es un hecho. Pero eso no nos tiene que servir como excusa, como caparazón, como alas entre las que esconder la cabeza. Si ya sabemos que poco podemos esperar de fuera (ni de Valladolid ni de Madrid), empeñémonos en generar futuro desde las asociaciones más pequeñas: los barrios, los pueblos. Donde sí podemos hacer algo, donde podemos hacer muchísimo. Donde siempre se han hecho cosas y donde ya se están haciendo.

El pueblo más pequeño de los tres pequeños pueblos de mis abuelos lucía hace una semana como en fiesta mayor. No lo era oficialmente, pero lo fue. No hace falta mucha gente, hacen falta algunas ganas. La asociación cultural El Poleo, nacida del pueblo para el pueblo, ha conseguido en muy poco tiempo que, por ejemplo, se monten comidas populares y bailes y jolgorio un sábado cualquiera de mediados de octubre. Que un pueblo donde las campanas ya casi solo tocan a muerto, vea a algunos niños pasarle por entre las piernas a los mayores y piense: aquí hay futuro.

Parece que la promoción no se nos da especialmente bien por estos lares. A lo mejor el derrotismo es parte de lo que nos aplasta

En esa reunión, una señora estupenda que siendo de Asturias eligió vivir en este pedacito de estepa, me dijo que no podía haberles hecho mejor regalo a mis padres que mi hijo. “Luisín”, como lo llama su marido, otro de esos vecino afables que encarnan el mejor significado de “pueblo”. Yo también lo creo. A mis padres y a las comunidades en las que crecí. Igual que yo me alegro tanto cada vez que dicen que nació un niño en los pueblos, o que se oye a un niño en el edificio de Zamora, espero que la presencia de mi hijo sirva para que las personas que sembraron tanto, tan duro, sientan que no fue en balde, que hay relevo.

Le mandaba los vídeos de esa fiesta a unos familiares que viven fuera y no daban crédito. Si seguimos con la matraca de la España vacía y vaciada y el relato necrológico sin contar nada más, sin plantear soluciones, aquí no se le va a ocurrir venir a nadie. El activismo desde la alegría y la imaginación suele entrar mucho mejor.

Toda las personas que he tenido de visita en Zamora se han ido muy contentas, diciendo que qué bonita, qué bien se come, qué río más ancho, cuánta paz. Cada partida refuerza mi convencimiento de que esta ciudad sería un gran lugar para mucha gente, pero ni siquiera sospechan que existe, que otros han venido, que una noche lluviosa de jueves como la de esta semana Zamora es otra pequeña ciudad europea llena de encanto y posibilidad.

Suscríbete para seguir leyendo